martes, 27 de enero de 2015

Y ¿por qué?

Ahora mismo estamos atravesando la fase del „ y ¿por qué?” o para ser más exactos, en nuestro caso la fase del “y ¿por qué? A proč? Warum?”

Es la fase que nos hace echar de menos la religión, para poder responder desde ese lugar tan cómodo y consistente que “porque así lo quiere el niño Jesús” en lugar de transitar perdidos entre la ciencia “porque las cosas que se mueven o tienen luces necesitan energía y la energía está en las pilas”, la metáfora “porque por la noche el sol se va a dormir”, el fatalismo “porque todo tarde o temprano se acaba (suspiro)”, los métodos educativos propios de los años cincuenta “¡porque lo digo yo!”, el ingenio “¿y por qué no?” y la más pura desesperación “¡Porque sí!”

El monstruito trilingüe se cuestiona la lingüística, la astronomía, la biología, y te hace desear haber prestado más atención en el instituto a las diferentes ramas de la filosofía. Y ¿Por qué chicken es pollo? ¿Por qué hay estrellas? ¿Por qué vamos a casa? ¿Por qué mamá tiene tetiiiitas? ¿Por qué es viejo? ¿Por qué no se puede chupar la mesa? ¿Por qué un pijama? ¿Por qué mamá está cansada? Repítase todo lo anterior en checo, precedido por un “a proč?” en caso de que la respuesta no sea satisfactoria.

Porque la respuesta tiene que ser satisfactoria. Uno esperaría que, inocente como es un niño, daría cualquier explicación por buena, pero no. Una respuesta pobre tiene como resultado en el mejor de los casos un ”y ¿por qué?” adicional. Continúa sin satisfacer la curiosidad del pequeño discípulo de Descartes y te expones a una rabieta de estas que te cabrean y te hacen sentir culpable a la vez. ¿Es que no lo ves, mamá, que sólo te pido conocimiento? ¿Es que no quieres que vaya a la universidad?

Lo peor es cuando el enano utiliza el conocimiento para ganarte la partida usando tu propia lógica.

-Y ¿Por qué no puedo tocar las tetiiitas?
-Porque son para los bebés
(Más tarde)
-Dani, siéntate bien. ¿Eres un bebé?
-Sí. ¿Puedo tocar las tetiiiitas?


Sé que en algún momento echare de menos todo esto, pero hay días en los que solo desearía que aprendiera a usar la Wikipedia.

jueves, 15 de enero de 2015

Preparando la Navidad

-Y si vas de compras, ¿te importa comprar algún detalle a mi familia? Por cierto, salimos hacia Chequia a las seis, ¿verdad?

Traducción: Es viernes, 19 de Diciembre. Martin es finalmente consciente de que su idea de regalar unas vacaciones a la familia se ha ido al traste puesto que la abuela no saldría de Moravicany ni aunque el ejército rojo decidiera acampar en su huerto. Así pues, cariño, ¿me puedes resolver la papeleta? Tienes dos horas.

La culpa es mía, claro, por dejarlo de su mano. Yo ya tenía los regalos de mi familia apañados, sólo quería salir a comprar algún dulce o adornito y punto, y de pronto tenía que encontrar un detalle para suegra, cuñada, madre de la suegra, y algo de respuesto para las personas que mi querido maridito tuviera a bien olvidarse. Y quien dice un detalle, dice unos cuantos, que no hay nada que le guste a mi familia política como encontrarse decenas de paquetes debajo del árbol. Todos los años se repite la misma historia:

Suegra: ¡Oh! ¿Os habéis gastado todo el presupuesto en unos guantes de esquiar forrados en piel de unicornio y con GPS incorporado? ¡Qué ilusión!... (Mirada discreta a los paquetes. No, no hay nada más).
La menda: ¡Oh! una toalla del Lidl, ¡qué ilusión! líquido de lentillas, ¡superútil!, ¿cómo he podido vivir hasta ahora sin unos vasos de plástico de a tres euros la docena? ¿Hay más? ¿Porqué seguimos abriendo paquetes cuando todos han acabado? Por favor, ¡Basta! Champú... ¡genial!

Así que, el tema este año era comprar mierda variada y pintoresca. Y rápido. Nada que una madre y esposa experta en extreme shopping no pudiera solucionar. Compré tazas de desayuno, adornos de Navidad, bisutería de a dos euros la pieza, cositas de baño de marcas con "packaging" aparente y cuanto artículo del Tschibo no superaba los cinco euros. Decliné amablemente el empaquetado para regalo, me moví entre la gente como una gacela urbana, esquivé tiendas con colas largas y me aguanté el pis la última media hora como una campeona, pero logré volver a casa cinco minutos antes de la hora límite, lo empapelé todo con el calendario del 2014 que nos regaló el banco, y me declaré lista para salir, satisfecha del deber cumplido.

Pero no saldríamos, no.

Resulta que mi querido esposo había dejado el coche mal aparcado. No lo reconocerá nunca, pero fue por no saber leer lo que dicen los carteles en alemán. Y en alemán se empeñó en solucionarlo con el amable funcionario de la policía Bávara.

-Auto, parken Strasse... Weg!

Hubiera podido ayudarle... o bien sentarme a tomar un café, hojear una revista y disfrutar la sensación de un día de vacaciones menos con la familia política. ¿Qué hice? Por supuesto le ayudé. Si esto no me garantiza unas bodas de diamante, nada lo hará.