Hace un tiempo me llegó una carta de un amigo de la adolescencia con el que había perdido contacto hacía más de diez años.
En ella me decía que sentía haber dejado de hablarme, que lo hizo porque a una novia suya no le gustaba que se relacionara conmigo, y que ahora que se había divorciado le gustaría volver a encontrarse. Nunca le respondí, y todavía no sé qué me parece enterarme de que puedo estar en la "chorbagenda" de alguien desde los dieciocho. Después de tantos años no tenía ningún interés en volver a retomar contacto. Y el supuesto dilema de alguien que quiere hablarme pero no puede me pareció una pérdida de tiempo increíble y una demostración de debilidad moral.
Es parecido a cuanto me enteré de que alguien del instituto me odia (en presente, no en pasado). Quizá lo correcto sería enterarse de porqué para asegurarse de que la persona que soy hoy no comete los mismos errores que cometió la persona que era entonces, pero mi reacción fue reírme. Que alguien se tome el trabajo de odiarme durante tanto tiempo dándose de bruces contra mi total desconocimiento del asunto me parece como poco absurdo. Hay que aclarar que yo en el instituto no fui precisamente el tipo de chica que va rompiendo corazones o pegándose en el patio, así que no hay nada realmente obvio por lo que me merezca el odio de alguien.
Yo no odio a nadie durante años. Yo odio muchísimo durante días, a veces un poco durante meses, y con eso me basta. Tampoco nadie me ha hecho un daño irreparable, pero si fuera el caso, posiblemente iría a terapia. Si no pudiera pasar la página de ese chico que me puso los cuernos, de esa chica que se dedicaba a putearme a escondidas, pediría ayuda. De hecho, esa chica que me puteaba ahora vive por Núremberg. Nos hemos saludado cortésmente y acordado tácitamente que no hay necesidad de compartir un café. Ya está.
Porque tampoco soy una santa que perdona y olvida y por defecto pone la otra mejilla. Lo cierto es que he sacado a gente de mi vida. Y otros me han sacado a mi de la suya, con ofensa o sin ella, a veces sin que ambas partes sean plenamente conscientes de dicha ofensa. En general no me arrepiento. Una va notando cada vez más que el tiempo es limitado y sólo se puede perder con quien importa. Hay casos en los que he querido recuperar el contacto. A veces no me han respondido y no he insistido. Sus razones tendrán, como yo tengo las mías para no responder al colega del primer párrafo.
Si ahora me dedico a hacer autoterapia sobre el rencor y el pasado es porque he estado a punto de perder una amistad que me importa porque hace dos años se enfadó y nunca le pregunté el porqué.
Me cuesta mucho entenderlo porque yo no someto a mi familia y amigos, ni a mi misma, a ese tipo de estándar. Mantener un enfado con mi media naranja es la definición de perder el tiempo. Con su autismo borderline, esperar que se de cuenta de que llevo tres horas enfurruñada en mi habitación es como esperar que la segunda venida de Cristo tenga lugar en la cocina de mi casa. Mañana. Sobre las tres de la tarde. Si tuviera que guardarle rencor cuando no se entera de que estoy a un calcetín sucio de vaciarle el armario y tirar la ropa por la ventana no tendría tiempo de hacer otra cosa, ocupada en apuntar en un voluminoso registro cada vez que se me pasa por la cabeza la palabra divorcio.
Mi amiga ha estado dos años esperando que le preguntara porqué se enfado. Quizá debiera haberlo hecho el primer día y así no la hubiera decepcionado tantísimo, pero tengo mis dudas de que hubiera bastado. Con el tiempo he aprendido que no decir nada y esperar que la gente actúe como a ti te gustaría es una receta segura para sentirse decepcionada. Y aún peor es intentar forzar una situación para que alguien se de cuenta de lo que esperas y haga lo que quieres, especie de chantaje sentimental que se lleva a cabo sin ser muy consciente. Mi amiga me ha dado sutiles pistas del enfado durante este tiempo, pero lo cierto es que cuando finalmente me he enterado, me han hecho sentir chantajeada, un poco como el cónyuge al que le niega sexo el otro. ¿Por qué? ¡Tú sabrás! Y lo cierto es que es un sentimiento muy puñetero para llevárselo a una posible mesa de negociación, si es que se puede hablar de tal cosa entre amigos. Creo que es por esto por lo que cuando he sabido del enfado no me ha apetecido demasiado sentarme a discutirlo civilizadamente. Cuando intentamos forzar a otro a portarse de una manera, lo más posible es que el tiro nos salga por la culata y la persona haga algo del todo inesperado.
Al final el resultado de un enfado del todo absurdo, que se niega a ser olvidado y su desastrosa gestión es que no hemos podido pasar la Semana Santa todas las amigas juntas. Sí, nos hemos sentado por lo menos un rato, hemos hablado y en teoría ha quedado todo arreglado. Espero que sí. Al menos una de las partes no tiene que desenfadarse. Yo no estoy enfadada, sólo triste. Me parece idiota actuar de un modo que hace lo posible por preservar en la memoria un día en que nos enfadamos, en lugar del recuerdo de las cosas que podríamos haber hecho juntas.