Cuanto más cerca te pilla la insensatez de un atentado, más grande la rabia y las ganas de gritar que se haga algo por el amor de dios, que se haga algo porque no es normal que se te acelere el pulso en el tren si alguien con pinta de árabe, aunque sea remotamente, se mete en el baño. Porque tenemos niños y queremos que puedan bucear en Egipto, y visitar Estambul y no mantenerlos encerrados en casa y cagados de miedo.
Porque en estos días que vivimos creo que es normal cagarse de miedo y es normal caer en la tentación de pedir mano dura. ¡Ya está bien, que locura es esta, que se vuelva a su país esa gente! ¡Que los echen! Si eso significa estar más seguros, ¡que los echen ya! El problema que se plantea es, claro, identificar quién es esa gente a la que hay que echar. Yo cuando pienso en los musulmanes, árabes, refugiados y demás (o los "moros", como se simplifica a veces), no me viene a la cabeza un señor con barba, chilaba y cara de mala hostia. Yo pienso en las mamás de mi guardería, en los iraníes y sirias de mi curso de alemán, y en gran parte de la gente que conocí en Malasia. Es decir, gente que tiene que ver con el terrorismo tanto como tú y como yo. Algunos pisan la mezquita menos que yo una iglesia (bodas, comuniones, y visitas turísticas), unas llevan pañuelo siempre, otras nunca, y otras según les de el día. Las hay más bien taradas y las hay más normales. Si todas tienen algo en común es sólo el gusto por Starbucks, no me preguntes por qué. Entre esa gente hay quien, estoy segura, me echaría una mano si lo necesitara y a la que se la echaría yo en cualquier momento. Es gente de mi círculo. Exótica, si quieres, como en cualquier grupito de guiris, ni mejor ni peor.
Es gente que se caga de miedo igual que tú, porque cuando un pirado sale del baño con un hacha no se detiene a asegurarse bien de a quién está asesinando. "Disculpe, parece usted indonesio, ¿es el caso?" "sí, así es" "entonces ¿es usted musulmán?" "No, resulta que soy de Bali, ¿sabe?" "Y usted, o mucho me equivoco o es de Camerún" "Sí, pero de la zona musulmana. Aunque tengo un cuñado cristiano, esas cosas pasan en las mejores familias" "¿Turco?" "Sí, pero sólo por parte de madre" "Ese turbante... ¿pakistaní?" "Nono. Sikh, del Punjab" "¿Iraní? ¿Me puede dar su opinión sobre el Sha para asegurarme?".
Pero es que además llevar un pañuelo en la cabeza se está convirtiendo en un deporte de riesgo que como poco va a conseguirte unas malas miradas y un chequeo médico en el aeropuerto. Aunque seas una turista malaya sin más intención en Alemania que visitar castillos. Aunque seas un caballero hindú. Y un pañuelo se puede quitar, pero ¿qué haces si eres azerbaiyaní y se te nota? ¿Por qué tiene esta gente que aguantar insultos en el metro o algo peor? La primera frase que yo comprendí de un iraní en mi clase de alemán fue "si vuelvo a Irán me matan". A ese tipo le caen los islamistas radicales mucho peor de lo que te puedan caer a tí o mí. ¿Lo mandamos de vuelta y les damos un gusto a esos salvajes? Si hay alguien que tiene motivos de sobra para indignarse cuando un animal asesina en nombre de su amigo imaginario son precisamente ellos, los que comparten amigo imaginario. Los refugiados, los morenos de piel, y los que sin tener absolutamente nada que ver se convierten en el blanco del cabreo de la gente.
Supongo que soy un poco ingenua, pero no es menos ingenuo pensar que impedir la entrada de refugiados, o echar del país a quien no demuestre un árbol genealógico teutón va a solucionar este problema. Es como decir que ya que este cáncer se propaga por Internet tendríamos que limitar el acceso a la red. ¡Ah! Eso sí es escandaloso, ¿verdad? Eso sí nos enfadaría. En el fondo somos todos un poquito egoístas.
Es normal mirar primero por tí, es normal tener miedo, pero el odio mal enfocado nos hace perder el tiempo, nos distrae de la búsqueda de una verdadera solución y nos enfrenta con quien está de nuestra parte.
Pero también es razonable pedir mano dura. ¡Claro que sí! Mano dura, durísima para quién facilita armas, para quién crea y distribuye propaganda, para quien ayuda económicamente, para quien justifica de cualquier modo un asesinato, para quién se beneficia con el tráfico de petróleo y algodón de los terroristas. Y mano dura para quién contribuye a hacer de este mundo un lugar peor, dónde nos vemos obligados a desconfiar los unos de los otros.
Porque en estos días que vivimos creo que es normal cagarse de miedo y es normal caer en la tentación de pedir mano dura. ¡Ya está bien, que locura es esta, que se vuelva a su país esa gente! ¡Que los echen! Si eso significa estar más seguros, ¡que los echen ya! El problema que se plantea es, claro, identificar quién es esa gente a la que hay que echar. Yo cuando pienso en los musulmanes, árabes, refugiados y demás (o los "moros", como se simplifica a veces), no me viene a la cabeza un señor con barba, chilaba y cara de mala hostia. Yo pienso en las mamás de mi guardería, en los iraníes y sirias de mi curso de alemán, y en gran parte de la gente que conocí en Malasia. Es decir, gente que tiene que ver con el terrorismo tanto como tú y como yo. Algunos pisan la mezquita menos que yo una iglesia (bodas, comuniones, y visitas turísticas), unas llevan pañuelo siempre, otras nunca, y otras según les de el día. Las hay más bien taradas y las hay más normales. Si todas tienen algo en común es sólo el gusto por Starbucks, no me preguntes por qué. Entre esa gente hay quien, estoy segura, me echaría una mano si lo necesitara y a la que se la echaría yo en cualquier momento. Es gente de mi círculo. Exótica, si quieres, como en cualquier grupito de guiris, ni mejor ni peor.
Es gente que se caga de miedo igual que tú, porque cuando un pirado sale del baño con un hacha no se detiene a asegurarse bien de a quién está asesinando. "Disculpe, parece usted indonesio, ¿es el caso?" "sí, así es" "entonces ¿es usted musulmán?" "No, resulta que soy de Bali, ¿sabe?" "Y usted, o mucho me equivoco o es de Camerún" "Sí, pero de la zona musulmana. Aunque tengo un cuñado cristiano, esas cosas pasan en las mejores familias" "¿Turco?" "Sí, pero sólo por parte de madre" "Ese turbante... ¿pakistaní?" "Nono. Sikh, del Punjab" "¿Iraní? ¿Me puede dar su opinión sobre el Sha para asegurarme?".
Pero es que además llevar un pañuelo en la cabeza se está convirtiendo en un deporte de riesgo que como poco va a conseguirte unas malas miradas y un chequeo médico en el aeropuerto. Aunque seas una turista malaya sin más intención en Alemania que visitar castillos. Aunque seas un caballero hindú. Y un pañuelo se puede quitar, pero ¿qué haces si eres azerbaiyaní y se te nota? ¿Por qué tiene esta gente que aguantar insultos en el metro o algo peor? La primera frase que yo comprendí de un iraní en mi clase de alemán fue "si vuelvo a Irán me matan". A ese tipo le caen los islamistas radicales mucho peor de lo que te puedan caer a tí o mí. ¿Lo mandamos de vuelta y les damos un gusto a esos salvajes? Si hay alguien que tiene motivos de sobra para indignarse cuando un animal asesina en nombre de su amigo imaginario son precisamente ellos, los que comparten amigo imaginario. Los refugiados, los morenos de piel, y los que sin tener absolutamente nada que ver se convierten en el blanco del cabreo de la gente.
Supongo que soy un poco ingenua, pero no es menos ingenuo pensar que impedir la entrada de refugiados, o echar del país a quien no demuestre un árbol genealógico teutón va a solucionar este problema. Es como decir que ya que este cáncer se propaga por Internet tendríamos que limitar el acceso a la red. ¡Ah! Eso sí es escandaloso, ¿verdad? Eso sí nos enfadaría. En el fondo somos todos un poquito egoístas.
Es normal mirar primero por tí, es normal tener miedo, pero el odio mal enfocado nos hace perder el tiempo, nos distrae de la búsqueda de una verdadera solución y nos enfrenta con quien está de nuestra parte.
Pero también es razonable pedir mano dura. ¡Claro que sí! Mano dura, durísima para quién facilita armas, para quién crea y distribuye propaganda, para quien ayuda económicamente, para quien justifica de cualquier modo un asesinato, para quién se beneficia con el tráfico de petróleo y algodón de los terroristas. Y mano dura para quién contribuye a hacer de este mundo un lugar peor, dónde nos vemos obligados a desconfiar los unos de los otros.
Aunque probablemente la mano dura no sea suficiente. Esto es el DIY del terrorismo, en el que con la ayuda de Internet uno se hace yihadista como la que se hace anorexica. Es un problema complejo, y el que ofrece soluciones simples posiblemente se equivoque. Es más satisfactorio, desde luego, cuando las cosas son blancas o negras. Por ejemplo, a mí personalmente tan ridículo me parece creer que un hombre puede caminar sobre las aguas como que un caballo puede volar. Y eso me resulta muy satisfactorio.