En mi familia tenemos un pasatiempo interesante. Coleccionamos palabras.
Las palabras están por todas partes y son gratuitas. Una vez en tu colección, puedes lanzarlas al aire, y allí hacen cosas increíbles: aterrizan en el oído de alguien y le hacen sonreír, o entran en un bar para pedirte unas patatas. Luego, ligeras, invisibles, vuelven a tu cabeza hasta que las vuelves a necesitar.
Ligeras e invisibles. Así tienen que ser. ¿Te imaginas que cada palabra pesara un gramo? ¿Que tuviéramos que guardar nuestras palabras en una mochila y llevarlas a cuestas?
Yo me imagino algo así.
A todos los bebés
les gusta coleccionar palabras. Las recogen de cualquier parte, las chupan, se
atragantan con ellas, las escupen, y por fin las guardan en su bolsa de viaje.
Pero a algunos
bebés, cuando nacen, les dan dos o tres bolsas para sus palabras y tienen que
aprender a organizar donde corresponde lo que les da cada persona. Tan pronto
viene una abuela con su galleta como viene la otra con su sušenky, y aunque a
primera vista es la misma cosa, hay que colocarla en un sitio distinto.
Así son mis
hijos. Con los años, en lugar de acabar con todo su lenguaje bien dispuesto en
una maleta, ellos van por ahí arrastrando mochilas y bolsas.
A veces
encuentran las palabras correctas, pero no las han sacado de la bolsa
adecuada...
…Y el resultado no es el esperado.
Y a veces, aunque todo sea correcto...
Sí, es
complicado, pero vivir con varios idiomas es también divertido. En Navidades
Jezisek, los Reyes Magos y el Christkind nos alegran las fiestas.
Tres idiomas transmiten más información que uno.
Disfrutamos de
pequeñas competiciones entre el equipo español y el checo.
Y les permitimos ser un poco arrogantes.
Pero después de
años jugando con las palabras como si fueran bloques de Lego, hay que ponerse
serio porque empieza el colegio. El primer día la mayoría de los niños llevan
todo su lenguaje bien organizado en una maleta. Pero los nuestros, tienen que
dejar sus mochilas de español y checo en casa, y apañarse con su bolsa de
alemán.
Para ayudar a
niños como los míos a llenar sus mochilas, algunas escuelas proponen juntarlos
en un grupo pequeño en el que se refuerce el alemán. El problema es que, si
estos niños ponen sobre la mesa todas sus palabras, aparecerán muchas Blumen,
pero ningún Sträucher, y muchos Insekten, pero ningún Heuschrecke. ¿Quién les
va a regalar los sustantivos que les hacen falta?
Algunas familias
intentan hablar un sólo idioma en casa. Podría ser una buena idea, pero por más
que busco en mi modesto bolso de mano, no encuentro qué puedo ofrecer a mis
hijos que no tengan ya. Ni Eichhörnchen ni Einhörner aparecen en mi equipaje.
—Leer también vale, mujer
—¡Ah bueno! ¡Eso lo hago encantada!
No podemos evitar preocuparnos. Pensábamos que sería un regalo vivir con
tantos idiomas, pero a veces es más bien un problema que hay que solucionar.
Logopedia, actividades de refuerzo, juegos educativos, libros especiales…
intentamos ayudarles tanto que no les dejamos tiempo para aprender palabras del
modo que siempre lo han hecho: jugando.
Así que nos hemos parado un momento a pensar…
…y hemos descubierto algo que ya sabíamos.
El equipaje de nuestros niños es algo especial y necesitan que les demos tiempo
para prepararlo. Tienen que meter los mandiles que les regaló la abuela, los
punčochače para el frío, y los Brezen que a veces compran en el colegio. El Patio
de mi Casa, y Včelka Mája. Son tres maletas que no pueden abandonar, porque han
guardado en ellas tres esquinas del mundo. Es un equipaje único, del que nos
sentimos orgullosos.
Es un equipaje
que nunca deja de crecer, y cuanto más crece, menos pesa.
Porque las
palabras no pesan nada.
Ni un gramo.