Martin
y yo somos una pareja cosmopolita, ¡qué remedio! Es casi imposible vivir en un
país diferente al de uno y comportarse como un paleto intransigente. Para
conseguirlo, uno tiene que moverse únicamente en círculos de inmigrantes, hacer
un esfuerzo por suspirar y lamentarse cada vez que se le acaba el alijo de Colacao y ser
funcionalmente sordo y ciego. Por el contrario (en el extremo contrario, quiero
decir) el hábitat natural de una pareja de modernos “freemovers” como nosotros consiste
en un evento social en el que:
-Se
hablan por lo menos dos idiomas, y además se habla del tema “idiomas”
-Habrá
un invitado exótico. Éste puede ser un asiático, un tipo con cinco pasaportes,
un buceador profesional, un vegano, o alguien que no sabe quien es Mary
Poppins.
-Alguien
se quejará de que no se venda Colacao en ese país, lo que deriva en una
conversación sobre lo raros que son sus habitantes (Nótese que es correcto que
una pareja cosmopolita se queje del país de acogida, mientras que no se le
permite a los primos de Alcázar de los Infantes que están de visita tomarse esa
libertad)
-Se
habla mucho con una copa de vino en la mano
-Se
podría jugar al Scatergoris con los nombres de países que salen en la
conversación
-Se
dice algo terriblemente racista. Esto también se permite en círculos
cosmopolitas
Martin
y yo nos movemos como pez en el agua en estos ambientes. Como anfitriones somos
un poco desastre, pero sabemos que no hay nada como sacar un plato de jamón
ibérico o una botella de Slivovice para llevar la conversación al tema de los
licores eslavos y desviar la atención de un cuscus poco acertado. Como
cualquier cosmopolita de nuestra especie, creemos que nuestras vacaciones de
dos semanas en Bolivia nos dan carta blanca para hacer afirmaciones sobre el
problema minero en Potosí que seguramente sonrojarían a cualquiera que sepa un
mínimo del tema. Y por supuesto nos encanta salvar el mundo en la sobremesa,
cuando, enfrente de un panna cotta casero, es más probable que se saquen temas espinosos
como el independentismo catalán y la distribución de la riqueza.
De un
tiempo a esta parte, claro, somos una pareja cosmopolita con niño. Esto
significa que tenemos que limitar la exposición de nuestro punto de vista sobre
el futuro de la unión Europea para dar nuestro punto de vista sobre la
educación multilingüe en las escuelas y los pañales reciclables. Y poco más,
porque a una pareja cosmopolita y moderna se le consiente arrastrar al retoño a
eventos donde la gente bebe Aperol Spritz y repite hasta el aburrimiento “In my
country…” sin introducir variaciones sustanciales en la agenda.
Así más
o menos pasamos el sábado. Copa de Syrah en mano, con nuestros exóticos invitados
en la cocina. En un momento dado Martin cocinaba pasta y yo hablaba de Corea
del Norte mientras Daniel, en pijama, gritaba “¡teta, auto! ¡Teta, auto!” y me
metía coches de juguete por el escote. No sé si Daniel quería contribuir con
unos apuntes sobre la sociedad consumista, globalizada y sexocéntrica o era
puramente un acto de rebeldía, pero cuando levantó la camiseta para buscar los
autos decidimos que enseñar los pechos a los invitados era pasarse de moderno y
probablemente era hora de que mamá dejara de decir chorradas y los bebés trilingües se fueran a la cama.
En algún momento en casa es así, sobre todo si hay invitados. No sé si habrá sido por leer una autobiografía de Jung, pero yo estoy ahora en una fase de mirar menos por las ventanas del mundo y de abrir las puertas del sótano. Leyendo muchos ensayos de muchos temas, para meditar quién soy y qué hago aquí.
ResponderEliminar