Soy feminista. Feminista de las de piernas sin depilar, aunque por eso de ser madre y por pereza, no por ideología.
Y ahora que llegan las Navidades, como buena feminista, tengo que asegurarme de que los regalos del niño no sean sexistas. El año pasado, por ejemplo, le regalé una muñeca. La cara que puso cuando le apretó la tripa y empezó a llorar era una mezcla entre pavor, sorpresa y sufrimiento que decía claramente "¿qué le pasa? ¡Haz algo! ¡Haz que pare! ¡Llevatela, llevatela!" Recuerdo haber visto esa cara en alguna parte cuando Daniel era más pequeño.
De todos modos, ¿qué tenía en mente? ¡Si yo nunca jugué con muñecas de pequeña! Cuando mi madre me preguntaba qué estaban haciendo mis muñecas le contestaba que estaban dormidas. Y mi padre encantado de regalarme scalextric, legos y mecanos, claro.
¿Es que mi falta de instinto maternal es tan obvia que se la he transmitido a mi hijo? ¿O es que la vida, es decir Daniel, vuelve a tambalear los principios de una? Era de esperar, ¿no? De padre conservador, hijo liberal, de madre femisnista, hijo empeñado desde tierna edad en perpertuar los arquetipos de género. ¿No podían gustarle por lo menos los peluches?
Con todo, creo que debería sentirme afortunada. Si mi hijo me pide un kit de herramientas se lo puedo regalar sin traicionar demasiado mis principios, pero si tuviera una hija y me pidiera un aspirador rosa tendría que decirle que desgraciadamente se lo quedó el rey Melchor para limpiar las cacas de los camellos.
Así las cosas mi militarismo feminista se limita últimamente a encendidas discusiones de sobremesa y a comprar a Daniel leotardos rosas de vez en cuando. Mucho me temo que este año debajo del árbol nos vamos a encontrar a Rayo Mcqueen y varios de sus colegas. La abuela, por ejemplo, va a regalarle un coche teledirigido rojo... igualito, igualito al que tenía yo de pequeña.
Podría insistir con las muñecas o probar con un juego de cocina. Pero tengo que reconocer que no puedo resistirme a los saltitos de alegría de mi niño cuando recibe algo con ruedas. Cuando tiene un auto nuevo, Daniel lo lleva a todas partes, le da de comer, lo lleva al baño cuando se lava los dientes, lo llama por su nombre, lo mete en la cama...
Pensándolo mejor... ¿alguien sabe dónde venden vestidos para coches?
Y ahora que llegan las Navidades, como buena feminista, tengo que asegurarme de que los regalos del niño no sean sexistas. El año pasado, por ejemplo, le regalé una muñeca. La cara que puso cuando le apretó la tripa y empezó a llorar era una mezcla entre pavor, sorpresa y sufrimiento que decía claramente "¿qué le pasa? ¡Haz algo! ¡Haz que pare! ¡Llevatela, llevatela!" Recuerdo haber visto esa cara en alguna parte cuando Daniel era más pequeño.
De todos modos, ¿qué tenía en mente? ¡Si yo nunca jugué con muñecas de pequeña! Cuando mi madre me preguntaba qué estaban haciendo mis muñecas le contestaba que estaban dormidas. Y mi padre encantado de regalarme scalextric, legos y mecanos, claro.
¿Es que mi falta de instinto maternal es tan obvia que se la he transmitido a mi hijo? ¿O es que la vida, es decir Daniel, vuelve a tambalear los principios de una? Era de esperar, ¿no? De padre conservador, hijo liberal, de madre femisnista, hijo empeñado desde tierna edad en perpertuar los arquetipos de género. ¿No podían gustarle por lo menos los peluches?
Con todo, creo que debería sentirme afortunada. Si mi hijo me pide un kit de herramientas se lo puedo regalar sin traicionar demasiado mis principios, pero si tuviera una hija y me pidiera un aspirador rosa tendría que decirle que desgraciadamente se lo quedó el rey Melchor para limpiar las cacas de los camellos.
Así las cosas mi militarismo feminista se limita últimamente a encendidas discusiones de sobremesa y a comprar a Daniel leotardos rosas de vez en cuando. Mucho me temo que este año debajo del árbol nos vamos a encontrar a Rayo Mcqueen y varios de sus colegas. La abuela, por ejemplo, va a regalarle un coche teledirigido rojo... igualito, igualito al que tenía yo de pequeña.
Podría insistir con las muñecas o probar con un juego de cocina. Pero tengo que reconocer que no puedo resistirme a los saltitos de alegría de mi niño cuando recibe algo con ruedas. Cuando tiene un auto nuevo, Daniel lo lleva a todas partes, le da de comer, lo lleva al baño cuando se lava los dientes, lo llama por su nombre, lo mete en la cama...
Pensándolo mejor... ¿alguien sabe dónde venden vestidos para coches?
Los niños quieren hoy todos un mismo juguete. No es sexista pero es carísimo. Está hecho de la materia más cara que existe. Está hecho de lo único que poseemos. Sólo se lo pueden regalar sus padres, no hay problemas de stock en las jugueterías, no los habría aunque todos lo regalasen. Tu empresa no quiere que se lo regales, el gobierno tampoco, Disney no quiere que se lo regales, las farmacéuticas, los curas y el narco no quieren que se lo regales, les jodería el negocio. Los niños quieren tiempo.
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