Eran
las siete y media de la mañana y Martin y yo nos caíamos de sueño mientras la Pädagogin
iba punto por punto por todas las competencias que nuestro hijo debe adquirir a
esta edad: El niño debe ser capaz de hacer entender su voluntad, el niño debe
ser capaz de negociar, el niño…. Zzzzz
Cuando
estaba a punto de pedir una tercera taza de café la cosa tomó un giro más
personal:
Pädagogin:
Hemos observado que Daniel no es capaz de estar quieto diez minutos en la mesa.
Un niño de su edad debería ser capaz
Martin
y Natalia: Mhmmm
P:
¿Habéis observado lo mismo?
(He
observado como mi hijo se pone mis tacones y trepa por la mesa mientras yo
intento meterle la cuchara en la boca…)
N: Sí,
a veces…
P: ¿Y
cómo reaccionáis?
M:
Pues… Intentamos dialogar.
(A
veces dialogamos y mi hijo responde escupiendo en el plato)
N: La
verdad es que la mayor parte de las veces no hacemos nada al respecto
M: Yo
era igual de pequeño, debe ser genético
P: ¿Y
qué hacían tus padres?
M:
Decir que tendría problemas en la escuela, pero lo cierto es a los seis años se
me pasó
P:
Mmmmya… no le castigáis…
N:
Bueno, el otro día, cuando se puso los espaguetis en la cabeza sí que le
castigamos. Supongo que hay un límite
P: ¿Y
sabe Daniel cuál es el límite?
N:
Esto… ¿ponerse los espaguetis en la cabeza?
(O
sacarse el pito y ponerlo sobre la mesa, como un adolescente borracho)
P:
Mmmmya… Y cuando le castigáis, ¿cómo lo hacéis?
N: Le
mandamos al rincón
P:
¿Cuánto tiempo?
N: Unos
tres o cuatro minutos
(El
tiempo justo para que mamá se sirva una copita de vino y le de unos tragos, mientras Daniel se aleja del rincón, riéndose a carcajadas)
P: Aquí
les dejamos un reloj de arena. Así el niño sabe que el castigo se acaba y no se
frustra
N y M:
Aham
P:
Deberíais comprar un reloj de arena
N y M:
Ahamm
P
(Suspiro): Tenemos que comportarnos como socios. El niño tiene que entender que
hay una consistencia dentro y fuera de la guardería
N y M:
Ahammm
P: A
ver. Pongamos que estáis cenando y se pone a hacer el tonto, ¿qué le diríais?
M
(ligeramente mosqueado): Le diría lo que cualquier persona con sentido común le
diría, que se esté quieto, que es hora de cenar.
P: Ya,
pero ¿cómo exactamente? Tenemos que usar las mismas palabras
N
(mirando al cielo): Eso va a ser difícil, me temo.
M:
ne-dě-lej-te to
P
(suspiro): A ver… ¿hay algo que le guste, quizá unos dibujos animados, con los
que poder negociar? Si no haces el tonto en la mesa, puedes ver dibujos después
de cenar…
N: Sí…
A no ser que esté la abuela
P:
¿Por?
N:
Porque ella le deja ver dibujos mientras come. Entonces está de lo más formal,
eso hay que reconocérselo. Sin reloj de arena, ni nada. ¡Martin, igual es eso
lo que hacían tus padres!
P (sin
palabras):…
(Silencio
incómodo)
M: Uf,
se nos ha hecho tardísimo. Lo siento, nos tenemos que ir
P:
¿Podemos vernos en ocho semanas, para evaluar el progreso?
M
(poniéndose el abrigo): Sí, sí, claro
N
(cogiendo la mochila): Siempre un placer
Somos
unos padres terribles.
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