Antes de
quedarme embarazada había unos dos millones de cosas que tenía claro que esta
vez, sí, iba a
hacer bien. Empezando por tomar vitaminas antes de concebir, anunciarle la noticia
a mi media naranja de un modo algo más romántico que agitar un Predictor en el
momento que entra por la puerta, pasar del primer capítulo del libro gordo de
la embarazada, seguir saliendo a correr, ponerme música en la barriga para
estimular al feto, comer mayormente verduritas y engordar sólo ocho kilos,
hacer natación para embarazadas, yoga para embarazadas, cursos de preparación
al parto, asegurarme de que mi media naranja honra su papel de parte implicada
en el asunto arrastrándole a las visitas del ginecólogo, documentar el proceso
con numerosas ecografías en Facebook y un vídeo en 4D, hacerme fotos de la
barriga creciendo, organizar una baby shower y congelar el cordón umbilical
entre otras.
En algún momento
de este embarazo he decidido que no necesito una lista de tareas adicional a
las que tengo en el trabajo y en casa y que llevo a cabo como siempre, pero con
una carga extra de hormonas y grasa abdominal. Sobre todo no necesito romperme
los cuernos tratando de hacer de esto una experiencia inolvidable cuando la
otra parte interesada en el asunto se ha pasado más de cuatro meses en estado
de negación, y sólo ahora que mi barriga ha superado con creces la barrera
"ropa normal anchita", empieza, aunque sea tímidamente, a entender
que hay un nuevo miembro de la familia creciendo dentro de mí. Aún hoy, toda su
preparación para el gran momento se limita a llamarme cariñosamente
"fatty".
Claro está, la
decisión de tomarme las cosas con calma no ha sido fruto de meditar
civilizadamente mis opciones, sino la consecuencia de darme cuenta de que me
estaba comportando como una tarada. Me explico.
Una cosa que
todo el mundo te pregunta en Alemania cuando les dices que estás embarazada es
¿ya tienes una Hebamme (comadrona)? Mi reacción fue entrar en pánico, llorar y gritar a mi media naranja ¿una
Hebamme? ¡No! ¡Dios santo! ¡No tengo Hebamme! No tengo escayola para hacerme un
molde de la barriga, no tengo abierta una cuenta de ahorros para el bebé, no
tengo una almohada en forma de churro y no tengo bragas premamá ¡Necesito una
Hebamme! Así, escribí nada menos que a dieciocho comadronas y llamé a otras
tantas hasta encontrar a una disponible en Septiembre (temporada alta de
vacaciones para las Hebammes, al parecer).
Nótese que con
mi primer vástago no tuve más comadrona que la del hospital el día D, así que
toda esta angustia era gratuita e irracional, aunque yo esto no lo sabía,
claro, sólo me di cuenta cuando por fin conocí a la esperada Hebamme.
-Bueeeno, y
entonces ¿qué servicios ofrece?
-Pues... me
llamas si tienes alguna duda
-…
Y yo pensando
¿ya está? Yo había oído hablar de masajes de pies y remedios caseros como parte
del "portfolio". Después de un silencio algo incómodo charlamos animadamente
de todo un poco. Muy agradable e informativo, pero definitivamente
prescindible. Fue exactamente entonces, cuando le dije adiós y cerré la puerta de
casa que me di cuenta de que quizá había exagerado un poquitín con el tema. Si tengo un problema, probablemente llamaré a la ginecóloga/pediatra, y si no lo tengo, no creo que llame a la Hebamme para que venga a hacerme compañía. Conociéndome, lo más probable es que no la llame en absluto.
¿Clases de yoga?
Nah.
Bueno mi experiencia con la hebamme es un poco compleja con una de cal y otra de arena. La primera que tuve nada más nacer mi hijo no me ayudó prácticamente en nada, me quitó los puntos y me regaló unas sales para baños del suelo pélvico. Sin embargo cuando necesité ayuda con la lactancia , no me pudo ayudar nada aparte de regalarme unas pezoneras y recomendarme prestar un sacaleches eléctrico de la farmacia. Eso si,gracias a ella conocí a su compañera a la que pude llamar desesperada para que me ayudase a enganchar al niño al pecho. Y esa la verdad es que me ayudó un montón todos los días. Así que hebamme definitivamente sí, pero no una cualquiera! Ánimo que ya queda poco!
ResponderEliminarDe momento no la he vuelto a llamar, pero ahora tengo lo pies como pezuñas de oso. A ver si me he ganado por lo menos un masaje
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