Este mes de vacaciones en España tenía intenciones de actualizar el blog. Pero también quería avanzar con el curso de alemán y el libro vuelve con el precinto puesto.
Conociendo las ventajas de tener una familia española, ambas cosas me parecían más que factibles. Durante estas tres semanas, las veinticuatro horas del día, un mínimo de cuatro personas han alimentado, vestido, y achuchado a Daniel, lo cual debería darme tiempo para leer un libro y hacerme una limpieza de cútis. Desgraciadamente no tuve en cuenta dos cosas. La primera, que con cuarenta y dos grados, a uno sólo le apetece tumbarse medio desnudo en el sofá a ver cualquier porquería de telecinco, y la segunda, que un niño de año y medio rodeado de parientes puede ser más divertido que lo mejor que haya en cartelera.
Yo quería que Daniel aprendiera alguna palabra española. "Perrito" o "coche", pero nanai. Para empezar mi familia adoptó la palabra "auto". "Coche" ya no existe en nuestro vocabulario. Incluso cuando Daniel no está presente se dice "voy a comprarle un auto rojo que he visto en los chinos", y luego, en lugar de enseñarle a hablar, a mi familia le ha parecido mucho más interesante enseñarle a utilizar un abanico, contestar al telefonillo, desbloquear el teléfono de mamá y buscarle el ombligo a la gente.
Así que Daniel sólo ha aprendido a levantarle las faldas a las niñas y que cuando su abuela le cuida se pueden meter cucharillas en el DVD y yo sólo he aprendido que el vino y los chipirones de los bares de Valladolid siguen tan ricos como siempre. Y sin embargo, tengo que decir que aunque sólo sea por ver a mi tía con tendinitis bailando y tocando maracas al ritmo de los payasos de la tele, han sido unas vacaciones geniales.
Pregunta no relacionada del día: ¿Qué proceso mental lleva a los padres españoles a vestir a la progenie de blanco? ¿Y por qué aún así el mío siempre es el más sucio del parque?
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