Las que tenemos tiempo para dedicar a
nuestros hijos nos pasamos gran parte del día preguntándonos cosas que alguien
con tres retoños ni se plantea. ¿Cuánto tiempo puede ver la tele? ¿Son
malos los sándwiches de atún con pan blanco? ¿Voy a coartar su libertad
individual si le baño a la fuerza? ¿Se convertirá en un sicópata si le digo que
los perros no van al cielo?
La
religión en particular parece ser el nuevo sudoku educacional para madres. En
otros tiempos los grandes temas no se trataban en casa. La respuesta a la
frase, "me ha dicho la profe que cuando morimos vamos al cielo" era
"muy bien. ¿Te has lavado las manos? Siéntate a comer, anda". Si mi
madre no estaba para chorradas con dos hijas, imagínate mi abuela. Lo bueno es
que entonces las cosas eran más simples. Cuando uno se moría se iba
al cielo. Y punto. Y estaba bien. Si uno se pone a profundizar en temas
religiosos puede encontrarse en la situación de tener que explicar a un niño qué
es una virgen, por qué Dios permite el sufrimiento en el mundo, y después
de las últimas declaraciones del Papa, enfrentarse a cómo hacer una
supernova con cartón y papel de plata.
Las nuevas
madres son a veces agnósticas, en el peor de los casos, ateas, y
tienen menos hijos y mas tiempo para pensar en como decirle a un
niño sin traumatizarle que la idea de un señor con barbas sentado en una nube
es, aparte de misógina, poco plausible. Lo que yo personalmente he decidido es
decirle a Dani que sí, que los peces de colores van al cielo. Más aún, no voy a oponerme a que le hagan aprenderse los nombres de los cuatro evangelistas y los tipos de pecado que
hay en el catecismo. ¡Que cante villancicos y monte el belén, con su mula, su
buey y su supernova! ¿Por qué? Pues porque no quiero que cuando tenga dieciséis
años le entre la curiosidad y la rebeldía y se meta a fraile o a un curso
de Reiki. Y si lo hace, que sea con conocimiento de causa. Sé que es una manera un tanto radical
de formar el pensamiento crítico, pero funciona. Pregúntennos a las
niñas de colegio de monjas.
¿Porqué
no formarle entonces en el hinduismo, o el Islam? Podría ser, pero tiene
ciertas desventajas, la mayor de ellas, que mi niño no podría cantar
villancicos. Y aunque me encanta la creatividad de las historias de los dioses hindúes,
es difícil que Dani se crea que Dios cortó la cabeza a su hijo y le puso la de
un elefante que pasaba por allí. Para conseguir que algo así acabe sonando razonable tiene
que haber cierta consistencia entre la casa, la escuela y la tele.
Sí,
me preocupa un poco que dejarle creer ciertas cosas es arriesgarme a
que la escuela y los amigos acaben decidiendo la religión de mi hijo, pero
¿no es lo que va a suceder de todos modos? Al menos así
tengo más tiempo para reflexionar sobre las cosas que sí puedo controlar. Como
decidir si los sándwiches de pan blanco con atún son veneno.