Tengo un don.
Miopía y una memoria terrible. Básicamente ando por la vida ignorando la gente
que me encuentro por la calle, bien porque no les recuerdo o porque no les
reconozco.
Me sale natural
hacerme la loca graciosamente ante un ex-novio en la cola del supermercado, y
por supuesto, no soy consciente de que alguien me haga lo mismo a mí, así que
nunca me voy a casa pensando qué calvo está ese amiguete que tuve a los dieciséis y cómo se
permitirá ignorarme, con lo estupenda que yo estoy.
Soy impermeable
a los cotilleos, cualidad especialmente útil en una ciudad como Valladolid. Cuando
se me cuentan cosas soy incapaz de poner cara a los protagonistas, menos aún
reproducir la historia fielmente después. Para mí
estas conversaciones siempre acaban con
un "¿pero no te acuerdas?" y un inseguro "sí, sí..." por mi
parte. Lo bonito (y a la vez lo terrible) de esto es que puedo comportarme como
una adolescente borracha en cualquier parte sin darme
cuenta de que una tía segunda, un compañero de trabajo de mi madre, y una
vecina de mi abuela están sentados a mi lado
Incluso cuando
se trata de la gente de la que recuerdo su cara tengo problemas para recordar
otros detalles, como su nombre y si tienen o no hijos. El otro día le pregunté
a mi oculista de toda la vida que tal sus nietos. No está casado.
Así, la verdad
es que no puedo enfadarme cuando la familia invariablemente me pregunta cada
vez que vengo. ¿Qué tal por... esas tierras? Y confunde el nombre de mi marido.
Debe ser un problema genético.
No hay comentarios:
Publicar un comentario