"¿Y cómo se
las apaña Dani, con tantos idiomas?" -léase con cara de fingida
preocupación- es una pregunta a la que tenemos que responder con cierta
frecuencia. Hay que explicar que la respuesta "bien,
¡estupendamente!" nunca satisface al interlocutor, que esperaba ansioso la
descripción de bien un retraso en el lenguaje o un trauma al que poder poner
cara de fingido entendimiento.
Este fin de
semana hemos pasado el puente con unos amigos de Martin, una pareja con dos
niñas pequeñas y esa fue la primera pregunta que nos hizo la madre de familia. Esta madre de la que hablo es la encarnación de la übermutter, la Madre con mayúsculas, la sufrida y abnegada y dedicada madre. El tipo de
persona, en fin, que carga con diez maletas para una excursión de tres días,
pero no lleva más que una camisa de repuesto. Durante el tiempo que estuvimos
juntos observé como tres tartas distintas salían de la cocina, sus niñas
invadían el salón con un triciclo y un zoológico de plástico, y su marido
llegaba por las mañanas a mesa puesta, como se hace en las casas de la gente de
bien.
Por comparar, de
comida desayuno y cena yo llevaba (orgullosísima) una empanada. Mi hijo tenía
una bolsita con cuatro coches de juguete y mi marido no ha visto una mesa
puesta desde la última visita de mi suegra. "Niña, dale un poquito de tarta a Daniel" "¡Uy! Daniel puede comer tarta, ¿no?"
Sí. Yo la
admiro. Lo cierto es que después de diez años con Martin aún no me he
acostumbrado a ir a sitios donde hace falta llevar tu propio bote de café y
robar del suyo nos fue muy útil. Lo mismo hay que decir de los paquetes de
pañuelos estratégicamente colocados por toda la casa y los tuppers que se
abrían por arte de magia en cualquier momento. Que acabamos de comer en el
restaurante pero la niña tiene hambre, ¡toma tupper!, que estamos perdidos por
el monte y se nos ha hecho tarde, ¡pues un tupper!, que hay patos y los niños
quieren darles de comer, ¡tupper de comida para niños y palmípedos!" El
último día vi la maleta de los tuppers. La ma-le-ta…
Hay que entender
que nosotros ejercemos de padres en nuestro tiempo libre y lo suyo es una
profesión. No se nos puede tener en cuenta que no llevemos flotadores en el
coche "por si acaso" y tengamos que renombrar unos pantaloncitos
"bañador" y explicar a Daniel que no hace falta quitarse el “bañador”
para entrar en la piscina. Se entiende que si estamos fuera desayunemos café
robado y pan con queso en lugar de huevos revueltos con beicon, verduras al
grill y tarta casera. Más que nada porque no se me ocurre como se puede viajar
con huevos, flotadores, triciclo, pan para patos, y dos niñas sin que ocurra
una desgracia. "Es que mis hijas son muy formalitas. Claro, los niños son
más movidos".
En estos casos
hay que tolerar con gracia y dignidad que su familia arrugue la nariz cuando
les ofrecemos de nuestro desayuno y nuestro hijo no tenga reparos en cambiar de
bando e hincharse de la tarta interminable. No podemos competir. Una tiene que
darse por vencida y aceptar el tupper y las explicaciones sobre cómo su niña es
un prodigio que con cuatro años sabe decir cerdo en latín. Menos gracia le hace
a Martin cuando le tocan a su hijo. "Cariño, Daniel todavía no sabe
cortar, dale un dibujo más facilito". “Mi hija corta desde los dos años,
pero claro, cada niño es diferente”.
"Sí. El nuestro
habla tres idiomas".
Caso cerrado
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