Ser madre te
pone las prioridades en orden. Las características imprescindibles en una
braga, por ejemplo: mona, sexy, divertida... de pronto cambian a: que se ajuste
bien, que sea cómoda, duradera y de fácil mantenimiento (curiosamente lo mismo
que se espera del novio cuando se vuelve padre). Una aprende a relativizar.
Quizá en el negocio de salvar vidas y hacer el bien en general es distinto,
pero para las que nos dedicamos a los powerpoints, aunque estemos fuera del
horario del puesto de madre, una llamada de la guardería nos hace salir de la oficina dejando atrás a nuestra sombra, como un dibujo animado.
Ese pequeño
monstruo sabe muy bien que es exactamente a los cinco minutos de empezar la
conferencia de mamá cuando hay que hacer pis en el salón, gritar histérico lo
más cerca posible del teléfono y amenazar con comerse los imanes de la nevera. Por
eso una madre astuta sólo acepta reuniones en casa cuando sabe que puede
manejarlas con el teléfono en "mute y loudspeakers", porque en
cualquier momento va a tener que calzarse unos guantes de goma o repartir unos
azotes. Una madre astuta y experimentada tiene la calma suficiente para colgar
el teléfono y echar la culpa a un error de conexión. Las prioridades...
Peinarse,
depilarse. No prioritario. Pintarse las uñas, no me hagas reír. Comprarse ese
jarrón de cristal de Murano o un colador nuevo, nunca hubo una opción más
evidente. Hay veces en que preferirías que tu marido te pusiera los cuernos si
dejara de abandonar los calcetines sucios en el sofá. Sí, tal que así cambian
las prioridades.
Conste que no me
quejo. Una tiene que aprender a relativizar porque, amiga, las cosas siempre
pueden ponerse más negras. Suerte que el día que salí a la compra con unas
medias de pelo natural no me encontré a nadie, suerte que alguna vecina pija no
se sentó sobre los calcetines. Una madre experimentada es lo más zen que te
puedes echar a la cara.
Hay que
relativizar porque el peque te pone en situaciones que superan con creces tu
imaginación. Vomita en el coche de tus amigos solteros, esos de
"niños-no-gracias", te roba el teléfono y llama a tu jefe e insiste
en mear en las macetas. El otro día al recoger a Daniel tuve la desfachatez de
pararme cinco minutos para llamar a un compañero de trabajo y decirle que le
mandaría un powerpoint por la noche. Cuando me di la vuelta para mirar a mi
hijo tenía los pantalones bajados y estaba cagando en la puerta de la guardería.
"Tengo que colgar, parece que me reclaman", dije. Subí los
pantalones al niño, lo metí en el carrito, recogí la mierda y me fui del lugar
de los hechos sintiéndome afortunada hasta el infinito por tener a mano una
bolsa de plástico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario