Martin me dice que a veces me molesto por cosas muy tontas. Puede que sea cierto, pero hay que tener en cuenta que a él ni las cosas tontas ni las medio tontas le pueden molestar. Su mente de ingeniero descarta todo tipo de ofensas porque o bien son construcciones emocionalmente complejas que no pasan el filtro de lo comprensible, o bien no pasan el filtro de "cosas más importantes que Celtic Heroes".
Yo ya sé que ese "seguramente papá" no tiene una pizca de maldad, y que cuando miro con cara de tigresa a la pobre recepcionista parezco una desequilibrada, pero, incluyendo mear de pie, no se me ocurre ni una cosa que sólo los hombres puedan hacer en esta vida. Cuando la presidenta de este país es una mujer, cuando cualquier niña puede en principio ser astronauta, y cuando cualquiera de nosotras, madres trabajadoras, hace malabarismos dignos del circo del sol para cuadrar los horarios de un viaje de negocios con una excursión de la guarde, ¿de verdad tiene sentido el asumir que el padre es por defecto el que trae el mamut a casa? Personalmente, además de tóxico me resulta insultante, y me entran ganas de llamar a la gente racista, cosa muy tonta que molesta terriblemente a la gente en Bavaria.
Pero a mí, revolucionaria de salón y feminista mayormente de boquilla, es cierto que hay cosillas tontas que me pican. Sobre todo en Bavaria. Son ese tipo de cosas que si en lugar de pasarle a una pareja hombre-mujer, le pasa a una pareja blanco-negro, justificarían el llamar putoracistademierda a alguien.
Imagina que dos colegas, uno de ellos negro, estan tomando unas cervezas en el trabajo y accidentalmente rompen una. Cuando salen, en un pasillo relativamente estrecho se les cruza el recepcionista que lo ha visto todo e ignorando al tipo que tiene más cerca, se molesta en hacer una pequeña maniobra-quiebro para alcanzarle la fregona que lleva al amigo negro que va detrás. Esa misma maniobra es la que hizo la cuidadora de un day-care center con el orinal lleno de regalitos de mi hijo cuando su padre y yo fuimos a recogerle.
Ahora resulta que estos amigos descubren que están enamorados y deciden adoptar. Cuando el niño tiene que ir al dentista, y puesto que ninguno de los dos habla alemán, el amigo de color necesita aclarar un campo del formulario de registro con la recepcionista. "Es la persona que tiene al niño en el seguro. Probablemente tu colega blanco". "Wahrscheinlich papa", en mi caso.
Yo ya sé que ese "seguramente papá" no tiene una pizca de maldad, y que cuando miro con cara de tigresa a la pobre recepcionista parezco una desequilibrada, pero, incluyendo mear de pie, no se me ocurre ni una cosa que sólo los hombres puedan hacer en esta vida. Cuando la presidenta de este país es una mujer, cuando cualquier niña puede en principio ser astronauta, y cuando cualquiera de nosotras, madres trabajadoras, hace malabarismos dignos del circo del sol para cuadrar los horarios de un viaje de negocios con una excursión de la guarde, ¿de verdad tiene sentido el asumir que el padre es por defecto el que trae el mamut a casa? Personalmente, además de tóxico me resulta insultante, y me entran ganas de llamar a la gente racista, cosa muy tonta que molesta terriblemente a la gente en Bavaria.
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