Este año en la
guarde, tenemos una profe que habla español. Qué bien, ¿no? Qué gusto da el
poder hablar de las cosas que afectan a la persona más importante del mundo en
tu lengua materna, ¿no? ¡No!
Como familia
multilingüe, a pesar del caos cotidiano, la barbaridad que nos gastamos en
billetes de avión, la dificultad para encontrar una película que todos podamos
entender y el hecho de que nuestras familias no podrán nunca sentarse a la
misma mesa, tenemos la ventaja de que si queremos nadie nos entiende. Nadie
entiende a mi madre cuando dice "a los checos no les gusta el chocolate
porque no están acostumbrados. Con el comunismo no había". Nadie tiene la
opción de valorar mi capacidad pedagógica "¿ves a ese perro? Si vuelves a
sacarte el pito va a venir y te lo va a arrancar de un mordisco", y nadie
escucha a Martin si le da por hacerme una proposición indecente al lado de los
columpios.
Y ahora todo
esto está en peligro. Cuando la profe, sonriente, hipermotivada se me presentó,
yo pregunté -¿Entonces estás en nuestro grupo? ¿Siempre? No rotáis ni nada
-Nono, aquí me tienes siempre, todos los días -Súper.
Quizá porque
estoy en un estado de negación, yo sigo empeñada en hablar alemán y ahora el
informe de cómo mi hijo ha pasado el día es la lucha cabezona de dos retrasadas
chapurreando idiomas que no son el suyo cuando podrían entenderse mucho mejor
si intercambiaran las lenguas.
La que de
momento está encantada es mi madre, que lleva dos semanas de visita. Creo que
pasa horas discutiendo con la nueva profe cuantas veces hay que sacar al niño a
hacer pis, y cómo su pobre hija trabaja a tiempo completo. Ahora se entera de
cuando hay reuniones de padres y me pregunta -¿no vas? –No mamá, yo trabajo ¿te
acuerdas? –Demasiado, hija, demasiado. ¿Qué vas a hacer cuando yo me vaya? (Lo
que voy a hacer es poner punto final a la fiesta de la lejía que tenemos
montada, pero esto no se lo digo).
Espero que no se
cumplan mis temores, y que pronto esté escribiendo sobre la fantástica
comunicación con las educadoras de mi
hijo, pero esta noche al llegar a casa mi hijo me ha soltado “abuela deja tocar
tetííííta”, y ya me veo explicando a la Jungenamt, en todos los idiomas que me
sé, que mi hijo sigue teniendo obsesión con la teta y que le mete la mano en la
blusa a toda la familia, y lo que no es familia. Y en esto mi madre no iba a ser de gran ayuda.
“Hija, mejor que te toque la teta a que se toque el pito. Las tetas están más
limpias”
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