Una
cosa que se oye continuamente sobre los niños bilingües es que no mezclan los
idiomas. Ahora te están hablando en español, ahora se dan la vuelta y le hablan
a papá en inglés, pasando como si tal cosa de Jersey a Gandía shore.
No
estoy yo tan segura.
Si
podemos servirnos de la muestra de niños bilingües que conozco, los renacuajos
dominan el alemañol como el mejor. Tan pronto se comen un Eier que fahren en el
Auto o te dicen que mañana a las tres con unos amigos en el parque si hace sol
a jugar van.
Quizá
es algo que mejora cuando el niño domina el idioma, pero no estoy yo segura de
que desaparezca del todo, porque los adultos, sin ser bilingües, hacemos unos
cócteles lingüísticos que ríete tú del modelo A, D y X en las vascongadas. ¿Quién
de entre ustedes, inmigrantes alemanes, no se ha anmeldeado alguna vez? Ya sé
que mi caso y mi casa son un poco especiales, pero sin importar en qué idioma
estemos hablando cenamos Wurst con hranolky, cuando hace frío Daniel se pone
poncochacek y hasta que el susodicho decidió que lo que se bebe con la comida es agua, en mi casa a eso se le llamaba vodicka.
No sólo
en casa tengo problemas. Los españoles con los que trabajo deben pensar que tengo alguna tara
mental porque cuando estoy al teléfono de repente cambio del español al inglés.
Basta que alguien me diga “shall we go for lunch?” and there I am,
cheating on my mother tongue. Y
esto, dentro de lo que cabe es hasta simpático. Te hace parecer la sobrina
bastarda de Aznar en un brunch con Bush, pero bueno, puedo vivir con ello.
Lo peor
son los otros idiomas, los que no domino. Son esas situaciones en las que me
preguntan si hablo checo y respondo, ja, ja. Me miran con cara rara, continúan
hablándome en checo y yo insisto “klar, sofort”, incapaz de recordar una sola
palabra en el idioma que me he pasado chapurreando siete años. O cuando Martin
pide en un restaurante en París “vino und agua”. En estos casos normalmente se
crea un bloqueo mental en el que estás seguro de que recordarías las palabras en Swahilli antes que en el idioma en el que necesitas.
Y todo
esto lo escucha mi niño, proyecto de multilingüe, como si no tuviera suficiente
con lo que tiene, el pobre. Ya no es por la vergüenza que va a sentir cuando
tenga diez años más y sus padres hagan obscenidades con las leguas centroeuropeas
delante de sus amigos. Es el modo en que ayer Daniel le pedía a su padre que
cantara otra vez la canción de la ovecka dupidupidup.
“Más,
tata, Ja?”