En la
clase de alemán tenemos este tipo de ejercicios en los que hay que decir si un
adjetivo es positivo o negativo. En teoría, puesto que la clase suele estar
llena de iraníes, uzbecos, argentinos, e ingenieros españoles, la cosa da para
una agradable conversación, de esas que empiezan “en mi país” o en este caso
“In meinem Land”.
In
meinem Land, por ejemplo, la curiosidad se considera algo positivo. Es lo que
motiva a la gente a estudiar un doctorado y descubrir una cura contra el
cáncer. Al menos en teoría. También es lo que motiva que se investigue si los
chimpancés pueden o no reconocerse los unos a los otros cuando se les enseña
fotos del ano de otros monos. Puede que la curiosidad lleve a uno a descubrir
la electricidad, pero también a mezclar mentos con cocacola, baileys con zumo
de naranja y poner un camembert en vinagre. (A ese tipo de gente que perpetra
con demasiada alegría experimentos culinarios no les dejaría agentes químicos
al alcance de la mano).
Sí, la
curiosidad puede conducir a una carrera brillante. Pero en el corto plazo donde
te lleva es normalmente a las urgencias de urología.
Si lo
piensas, la curiosidad ha sido la culpable de tus actos más idiotas. Por
curiosidad he comido saltamontes, por curiosidad, quiero creer, Daniel le da
lametazos a la fregona. Es por curiosidad, y no por celos, por lo que leo el
móvil de mi marido cuando tengo ocasión. Por curiosidad me tragué, como tanta
otra gente, la insufrible segunda temporada de Downtown Abbey… y las absurdas
tercera, cuarta, quinta y sexta de Lost. Por curiosidad tuve que ver la tomadura
de pelo de Avatar y perdí mi fe en la humanidad, o al menos en los guionistas.
Hablando
de películas, si hemos aprendido algo del cine de terror, es que la curiosidad
ha matado un buen número de animadoras rubias. Y si algo hemos aprendido de
Gente es que la curiosidad mutila a diario a un buen número de señores de
mediana edad.
La
curiosidad… Hoy sin ir más lejos he pensado, desde un punto de vista totalmente
científico. ¿Qué saldría si volvemos a hacer un pequeño experimento Martin y yo?
¿Sería otro clon de su padre, probando de ese modo la superioridad del ADN
checo? ¿Le gustarían los autos, o esta vez se obsesionaría con los Playmobiles?
Por un
segundo lo he pensado y luego he rechazado estos pensamientos con la misma
convicción que rechazaría la idea de probar a frotarme guindillas en el pubis…
por curiosidad, ya se sabe.
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