Me
encantaría escribir sobre lo que está pasando en España. No sólo porque aquí se
me pregunta bastante, pero también por dar un gusto a esa feminista
revolucionaria que llevo dentro (y no precisamente oculta) con unos párrafos de
denuncia social al más puro estilo veintiún días.
Me
gustaría pero no puedo, porque, como me he dado cuenta en esta última visita,
de lo que está pasando en España no tengo ni puta idea.
A ver,
yo me informo. Leo los periódicos de rigor y los tweets sobre mareas blancas
y verdes. Pero luego llego al aeropuerto de Madrid y me quedo anonadada ¿4,80
euros a Chamartín? ¿En qué mundo vivimos? Por supuesto inmediatamente lo posteo
en Facebook, y mis amigas no levantan ni una ceja. “Ya lleva un tiempo. Para
igualarnos a otras ciudades europeas: Moscú, Oslo, Helsinki, Ginebra…”
Claro,
lo que es anonadante es que yo me indigne por los cuatro euros con ochenta con
la que está cayendo. Lo entiendo. Soy una privilegiada. Me he convertido en uno
de esos alemanes que te preguntan curiosos que está pasando en España cuando su
mayor preocupación es que la basura esté bien clasificada. Problemas del primer
mundo.
Problemas
del primer mundo como los que yo tengo cuando me quejo por la grosería de los
empleados de Renfe, los ascensores de la estación que no funcionan y la
retorcida disposición de los carritos en la terminal dos de Barajas. (Es
kafkiano que uno tenga que subir al segundo piso con las maletas para comprar
una ficha con la que bajar y coger el carrito para llevar las maletas al segundo
piso).
Aquí es
cuando se me pregunta en qué universo paralelo tengo alquilado mi piso. Con la que tienen encima los de Renfe,
como para preocuparse por ser gentil. Con el panorama que tiene Aena, como para trabajar en una distribución efectiva de los carritos.
De esas
cosas sólo se preocupan en Alemania.
Es como
cuando se ve en ciertos países a gente tirando latas al mar. Cuando los índices
de alfabetización son un problema, explicar lo de
las tres erres, reutilizar, reducir, reciclar, pierde prioridad.
Y yo,
con mi trabajo fijo, mi marido inmigrante alemán, y mis siete cestas para reciclar me permito el escandalizarme cuando oigo a alguien (a alguien que
trabaja en un quirófano o en una escuela) aconsejar “agachar la cabeza y hacer
lo que te diga tu jefe, que no está el horno para bollos”.
En el
mundo de caramelo en el que habito no concibo el que un empleado no tenga la
libertad de cuestionar a su jefe. Nosotros nos pasamos horas cuestionándonos, y
no me gustaría trabajar con alguien que no lo hiciera. Me da mal rollo hablar
sola. Además, el no cuestionar las cosas produce accidentes aéreos. http://www.publicspeakingtoolkit.com/ethnic-theory-of-plane-crashes.html
Entiendo,
como no, que en estos momentos uno se centre en oír, ver y callar, y que acepte
la mitad de su sueldo en un sobre, y que haga prácticas sin cobrar. Que con el
paro que tenemos uno estire sus principios hasta que se adapten a los de su
empresa. Yo haría lo mismo, faltaría más, no están las cosas para ponerse a
hacer el kamikaze con el pan de tus hijos. Esto es comprensible, pero no puede
ser que por ser normales llegue el punto en el que ese tipo de cosas se vean
bien. No está bien. No está bien tirar latas de cocacola al mar, no está bien dejarte
la profesionalidad en la taquilla para agradar a tu jefe, y no está bien que los empleados de Renfe sean groseros y no hablen inglés. Y hasta hace poco,
no se me negará, que nos preocupábamos por estos temas. Que nos indignábamos
por cosas bastante idiotas. ¡No podemos dejar que protestar por absurdeces se
convierta en patrimonio de la Europa del Norte!
Así que
no puedo escribir sobre España. Se me insultaría con toda la razón del mundo.
Se me diría que el russian red se me ha subido a la cabeza, lo cual
posiblemente sea cierto. Parece que mi verdadera contribución es permanecer
ligeramente ignorante de lo que pasa en España y volver de vez en cuando para
preguntar estúpidamente el porqué de los precios desorbitados del metro. Como
la borracha que dice que el emperador está desnudo, mi misión es mantener la
perspectiva. La perspectiva del primer mundo, claro está. Y lo repetiré las
veces que haga falta: la programación de la televisión pública es cada vez más
mierda, una renta mínima reduce la criminalidad, el mundo sería un lugar mejor
si todos hicieran correctamente su trabajo, no está bien lo que se les hace a las
verduras antes de llegar al super, la crueldad contra los animales debería
estar mucho más castigada, necesitamos más zonas verdes y más ordenadores en
las escuelas, y los precios del metro de Madrid son un robo.
Preferimos preocuparnos por los "Grandes Problemas" porque de esos ninguno somos culpables, si acaso Aznar, los mercados o Zapatero.
ResponderEliminarEn mi última estancia playera en España puse la tele una vez. Como en un estado de histeria lo más oculto del subconsciente sale a flote ahora. En TV3 (televisión del Estado) frases como "el español a trasvasado el rol de chivo expiatorio del judío al catalán". Dicho en catalán por un catedrático de la UPF suena hasta serio. En el telediario TV1, del Estado, explicaban lo bueno que es en estos tiempos ponerle la velita al Santo o a la Virgen, esto lo explicaban vendedores de cirios.
Pensamiento mágico que lo inunda todo: "dejemos pasar un tiempecito, seguro que dentro de un par de años hay alguna gráfica que apunte hacia arriba" Bueno, a ver quién se tira hoy del trampolín.