Nadie puede
negar que Martin es un buen padre. Es cierto que le limpia el culo a su hijo
con toallitas desmaquillantes, le da de comer comida tailandesa, y una vez se
olvidó recogerle de la guardería, pero son minucias. Lo importante es que todo
el instinto maternal que debía bajarme a mí con la leche, lo tiene mi marido.
Él es el que se pone histérico y grita a las cuidadoras, en particular a la enana maldita, si Daniel se ha caído
de un columpio, él es el que explica pacientemente a su hijo de dos años como
funciona el motor de combustión, él es el que puede pasarse una tarde tirado en
el suelo jugando con trenes y es a él al que de pronto el mundo entero le parece
una amenaza para su bebé.
Para entender la
extensión de este último punto, hay algo del carácter de mi marido que tengo
que explicar, y esto es un absoluto desprecio por su integridad física, y por
extensión la de su pareja.
Sé que los
checos que me leen no levantarán una ceja si digo que a Martin le encanta
esquíar por donde no se debe, descubrir la mala leche de los guardias metiéndose
por dónde no está permitido, probar delicattessen locales que jamás pasarían un
control de sanidad, y en general arrastrar a su acojonada pareja a situaciones
que prueban los límites de la resistencia física, el valor y la paciencia.
Durante los muchos años que hemos estado juntos hemos recorrido países de
cuatro continentes escuchando en cada uno la frase "señor, ahí no está
permitido entrar", comprando el equivalente local al imodium, y siguiendo
confiados a cualquier simpático lugareño con una recomendación para visitar un
templo, una fábrica de saris, o una alternativa al autobús local.
Y de pronto
resulta que un viaje intercontinental es demasiado largo para Daniel, la comida
china es peligrosa, en otros países la gente sólo quiere tu dinero, la situación política de Egipto es inestable, e Israel será lo
primero que bombardeen si el tema de Siria se extiende por Oriente Medio.
El mundo, que
hasta hace nada era el parque de atracciones de Martin se ha convertido en un
entorno hostil en el que hay que pisar con cuidado. ¿Es que el sentido común y
el buen juicio han logrado alcanzar a su marido después de tantos años? Valoro
la opción y la descarto mientras le ayudo a encontrar su piolet para una
escalada al Mont Blanc.
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