En mi
familia gusta el buen cine. Afirmar esto en Internet es un poco peligroso, uno
enseguida se imagina que podemos recitar la filmografía de Truffaut y Kusturica
y nos desayunamos comentando que hay de nuevo en la Berlinale, lo cual no es el
caso. Cuando digo que nos gusta el cine me refiero a que pagamos sin
remordimientos cuatro horas de babysitter para ver un bodrio llamado “Only
Lovers Left Alive” en una sala de cuarenta butacas en un barrio perdido de
Nuremberg, en lugar de ir al centro a ver El Hobbit en 3D. Hacemos esto porque
nos encanta el no saber si la película que vamos a ver nos cambiará la vida o
será tan mala que podremos reírnos de ella durante décadas. Y eso es algo que
Spiderman nunca te podrá ofrecer.
Durante
años, Martin y yo hemos peregrinado de festival en festival, durmiendo en
tiendas de campaña, comiendo bocadillos durante días y dejándonos el cuello en
la fila uno para ver un remake de Godzilla coreano con subtítulos tan malos que
dejaban el argumento a la libre interpretación, o una (muy confusa) película de
hermafroditas directamente sin subtítulos porque, y cito, “el señor que los
tenía que traer no ha llegado”, y quedando totalmente satisfechos de la
experiencia, sólo por esa joya de documental sudafricano que de otro modo jamás
hubiéramos visto.
Cuando
digo que nos gusta el cine, no quiero decir que sepamos quien es el director
revelación de Sundance ni quién ganó un Goya el año pasado. Pero el día que
Daniel decidió venir al mundo, su madre, catálogo en mano, hacía un plan para
verse, por lo menos tres películas diarias en el Febiofest. Eso no implica que
se nos pueda pedir consejo sobre estrenos o que sigamos blogs de cine. Somos
consumidores. Confiamos nuestro dinero y nuestro tiempo al friki que con mayor
o menor acierto ha hecho la selección para la cartelera de ese cine en el que
no se venden nachos.
No sé
cómo de solos estamos en el mundo, siendo el tipo de consumidor que paga por
ver buen cine, porque (por si acaso me leen las queridas autoridades alemanas)
quiero insistir en que pagamos. Pagamos dvds, entradas, impuestos, babysitters,
y hasta camisetas talla bebé con merchandising de la Seminci. Y hace muy
poco pagamos por una señora tele. Tele que evidentemente pensábamos utilizar
para ver cine. Pero resulta que no podemos. Sí, la tele nos ofrece un
par de aplicaciones para comprar películas. Pero lo que la tele entiende por cine es
el puto Hobbit doblado en alemán y una no desdeñable colección de porno gay
danés.
Lo hemos
intentado, pero para mí ver a Almodóvar doblado en alemán es como ver al papa
ladrando. Después de perder una tarde en esto quedó claro que la única
aplicación que podía cubrir parte de nuestras necesidades era
Youtube y que si quería ver una peli en la que se hubieran contratado
guionistas, en el idioma en que el director lo dispuso y con subtítulos,
debíamos acudir a nuestra vieja amiga Cuevana.
Así es. En el siglo veintiuno. En la era de Internet y siendo un orgulloso miembro de la Unión Europea al parecer no es posible para los ciudadanos de bien ver cine de calidad con subtítulos en su idioma sin delinquir. No puedo creer que haya ningún impedimento técnico para que Imdb ofrezca un enlace para ver las pelis por un precio. Entonces ¿alguien sabe a quién hay que amenazar para conseguirlo? Se me ocurren torturas muy saladas: La serie entera de Twilight en Swahili, el Hobbit en élfico, o una cuidada selección de películas de zombies gays que incluya a nuestro querido Otto...
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