Estamos tan preocupados de que nuestro hijo no hable nunca que nos
enfrentamos a sus primeras palabras con la misma sorpresa que si Jesucristo mismo
apareciera en casa y se pusiera a multiplicarnos panes y peces.
Cierto que de momento sólo dice “atoatoato” y poco más, pero no se
me negará que es un avance increíble sobre no decir nada. Lo único es, que
quizá la emoción por las habilidades de mi hijo está nublando mi sentido común.
Lo explico.
Para empezar, he incluido la palabra “Auto” en mi vocabulario.
Como dice mi madre “pónselo fácil, al pobrecito”, que en realidad quiere decir “no
entiendo por qué tenías que acabar con un Polaco, y por qué ahora tengo que
aprender Ruso para hablar con mi nieto cuando podías haberte casado con un ingeniero
de aquí y vivir en Valladolid o en algún otro sitio a un tupperware de
distancia”
Así que, siguiendo los sabios consejos de mi madre estamos
poniéndoselo fácil. Ahora bien, ¿dónde está el límite?
-Mira, Dani, un auto
-Ato
-¡Sí! ¡Qué listo es mi niño! Y esto es un camión
-Ato
-¡Sí! Un auto
grande. Un camión. Y aquí,
una bicicleta
-Ato
-Mmmm ¡Sí! Es parecido. Me vale.
Y mira, un avión.
-Ato
-De acuerdo. Un auto que vuela es un avión. Y esto de aquí…
-Ato
-Vaya, no, eso es un patito.
Mi límite está en el patito. En el patito sin
ruedas, se entiende.
Pregunta del día: Que levante la mano la que alguna vez haya dejado al niño en casa para un evento nocturno y adulto y una vez en el restaurante se ha encontrado un pañal en el bolso.
Pregunta del día: Que levante la mano la que alguna vez haya dejado al niño en casa para un evento nocturno y adulto y una vez en el restaurante se ha encontrado un pañal en el bolso.
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