Imagina
que durante tus vacaciones a Brasil te apuntas a un trekking por la selva
amazónica y resulta, que a la sombra de un árbol de estos gigantescos te
encuentras a un niño. Entonces decides, saltándote unas cuantas leyes de
aduanas, llevártelo a casa de recuerdo. Imagina que el niño está tan contento
contigo. Pronto se convierte en un pequeño dictador que exige lavarse los
dientes antes de comer y dice mamá y papá y auto y a ti se te cae la baba.
Un día,
hay una conferencia de tribus amazónicas en Núremberg, y tú, cultureta donde
las haya y habiendo luchado con mosquitos gigantes en la selva, no te la puedes
perder por nada del mundo. Vas allí con tu retoño adorado, y cuentas a quién
quiera oírlo lo bien que dice papá y mamá y auto, y sigues presumiendo de niño
felizmente hasta que te das la vuelta y te lo encuentras charlando con una
señorita vestida con plumas:
-¡Ení!
-Ja, genau, das
geht nichts
-Samá
-Schau
mal! Ein Auto
¿Te
imaginas como te sentirías? Pues así es como me sentí yo en el Family day que
organizó la empresa de Martin. Resulta que nuestro hijo no solo dice papá y
mamá y auto. Resulta que habla alemán, y por muy orgullosa que esté, que lo
estoy, no puedo evitar preguntarme por un segundo de qué tribu ha salido esta
criatura y si debería comprarle unas plumas, o en este caso unos lederhosen. Peor
aún, ¿pensará él lo mismo de su padre y su madre? ¿Se preguntará de qué aldea
emigramos, de qué modo nos convertimos en sus padres y porqué no le entendemos, cuando es tan evidente lo que nos quiere
decir?
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