viernes, 26 de junio de 2015

Vacaciones

Un embarazo no es una enfermedad, es algo completamente natural. Puedes seguir con tu vida, business as usual. Excepto, por supuesto, que no puedes beber, fumar, esquiar, tomar una sauna, bucear, hacer surf o subir a un volcán y que cualquier cosa que estés pensando llevarte a la boca esta probablemente prohibida según alguna página de Internet. Si escribes en Google la secuencia "alimento X" + "durante", el buscador ya sabe que la siguiente palabra va a ser "embarazo".

Incluso si tú te encuentras estupendamente, siempre va a haber gente que crea que deberías estar en casa quietecita. Por ejemplo Air Asia. Antes de volar te hacen firmar un papel que dice, no sólo que no tienes derecho a denunciarles si te pasa algo, sino que además ellos se reservan el derecho denunciarte a ti si tu bombo les causa problemas. Atendiendo a lo que está escrito en el formulario en teoría podrían pedirte dinero por esos cinco o quince quilos que te traes de contrabando. Ya ves. Todo normal.

Una vez en el país extraño, me he dado cuenta de que una embarazada se convierte en esa señora loca que pregunta que pez ex-ac-ta-men-te es el que se está comiendo. ¿Mahi-mahi? ¿Cómo es de grande? ¿Cuánto mercurio puede acumular? "Señora, el pez es grande, pero no se preocupe, le puedo garantizar que sólo le servimos un filete". Es esa misma señora chiflada que pide una papaya y un cuchillo en el hotel porque pone en duda las condiciones sanitarias del inmaculado stall de zumos en un centro comercial de Singapur. "Quiere usted papaya" "¡No! Quiero una papaya" "un plato de papaya, quiere decir..." "Una papaya. Con piel y... Déjelo ¿sabe dónde hay un supermercado con fruta y artículos de cocina?"

"Estoy embarazada" le digo a mi marido mientras, sentados en un restaurante de esos que te llaman "señora", te ponen el bolso en una mesita, y te sirven cosas con nombres que ocupan tres líneas en la carta, me dedico a restregar los cubiertos en una toallita desinfectante. Cosa que no, no hago en Alemania. No tengo explicación a porqué de repente me volví una tarada integrista. Las hormonas.

El caso es que excepto el tema de la locura transitoria en torno a la comida, de vacaciones me encontraba tan bien que si no hubiera sido por el sentido común (esa perra) me hubiera alquilado una tabla de surf. Tuvimos un par de interesantes conversaciones "Y... dices que el volcán está a tres mil metros de altitud... ¿pero la escalada es difícil? Y hay sulfuro en el aire... ya, pero ¿de cuánto sulfuro estamos hablando?". Hay que decir que al final me conformé con un día de snorkling. Soy una sosa.

Ya de vuelta a casa me temo que Alemania esconde riesgos mucho mayores que las playas del sudeste asiático. El medio kilito que me he cogido en vacaciones gracias a ese consumo equilibrado de 50% arroz y 50% fideo frito va a quedar sepultado bajo la montaña de chocolate, galletas y dulce, que es la base de mi dieta actual. "Cariño, ¿no te acabas de comer un helado?" Mirada por respuesta que quiere decir "¿En serio vas a discutirle a tu mujer embarazada cuantos helados puede o no puede comer?" Y por supuesto, seguimos sin poder fumar, beber, correr, escalar, o bailar salsa, pero desgraciadamente está permitido fregar, hacer la compra, la colada, cocinar, coger en brazos al pequeño monstruo y agacharse unas ciento veinticinco veces al día para recoger calcetines, legos y mercedes, fiat y bmw de juguete. No es justo, señoras, no es justo. Yo me planto. O me dejan bucear con peces globo o la cena está noche la prepara Rita.