lunes, 7 de septiembre de 2020

Mi hooligan personal

 A los veinte, no toleraba la injusticia. Era fácil. Sabía lo que está bien y lo que está mal. A los veinte las cosas son blancas o negras, están arriba o abajo y son buenas o malas.

A los veinte, si un compañero de clase me decía que "las mujeres a la cocina" le caía un chorreo. Y ya. Y sí, ese era el nivel que teníamos entonces, no discutíamos si bajar la temperatura del termostato en la oficina es un micromachismo (sí, lo es).

Pero este año he aprendido que a veces la injusticia no está tan clara. Si no me dan la palabra en una reunión ¿es porque soy mujer o porque el moderador no me ha visto? Si en la misma reunión, alguien me responde mal, ¿he malentendido el sentido de las palabras en alemán, o es puro machismo? A lo mejor es que soy una incompetente, pero cuando estas cosas me pasan en la primera reunión, ¿cómo es que ha adivinado la gente mi incompetencia?

Antes de saltar de la silla indignada, antes de levantar el dedo acusador, y arriesgarse a caer de un lado u otro de la balanza "asertiva-tarada", una se pregunta si ha oído bien, si no estará sacando las cosas de quicio, si no se va a jugar el puesto por una cuestión de "posibles" principios.

Habiendo aprendido esta lección, una puede empatizar muchísimo con quien sufre la injusticia. Y empatizando he estado estos últimos tiempos, cuando el universo me ha regalado una solución. También es mujer, también es extranjera y también es madre. Y es mi hooligan personal. Nos encontramos en un proyecto, y nos gustamos muchísimo. Y resulta que eso era lo que hacía falta.

Nos gustamos tanto que el otro día dijo en frente de cien personas "chica, que bien suenas en alemán". Así, sin training de motivación, ni nada. Ahora cuando estoy en una reunión, ya no tengo que decidir ¿me están ignorando o no me ven? ¿Están explicándome mi propia idea? ¿Me están cortando la palabra? ahora recibo un mensaje de mi nueva amiga "¡será imbécil!" y me queda todo absolutamente claro.