lunes, 27 de julio de 2015

Madres trabajadoras

Es un hecho que a ciertas empresas les cuesta mucho adaptarse a los tiempos modernos. No sé porqué para algunos es tan difícil admitir que fichar ya no tiene sentido y que los jefes con altos niveles de testosterona son como dinosaurios a los que se es ha olvidado extinguirse. Y aunque son cada vez más los artículos al respecto, al parecer todavía hay quien no se ha dado cuenta de que una madre es lo más cercano al empleado ideal.

Tiene todo el sentido del mundo. Coge un empleado que sintiera un mínimo de satisfacción en su puesto y de un día para otro en lugar de hablar de lo importante que es este o el otro objetivo insiste en que "ahora tienes un proyecto más importante entre manos". En lugar de interesarte por sus planes en la empresa pregunta una y mil veces si va a volver a tiempo completo y en el almuerzo, en lugar de comentar algo sobre un nuevo cliente, pregunta si ya tiene pensado un nombre para la criatura y comenta los detalles del parto.

Luego, convierte a este empleado en lo que sería básicamente una máquina de soporte vital durante varios meses. Insiste en que es el trabajo más importante del mundo y si por azar, este empleado dispusiera de unos minutos de libertad, aprovechalos para tratar los detalles de su nuevo puesto. Para el momento en que debe volver a trabajar el empleado está tan harto de hablar de cacas que posiblemente acepte trabajar gratis por el placer de conversar con gente adulta durante el almuerzo.

Una madre no trabaja por dinero. Bueno, sí. Pero trabaja sobre todo por seguir sintiéndose algo más que madre. Una madre que vuelve a trabajar es como un tigre que ha estado encerrado en una jaula durante meses. Y por alguna razón absurda hay empresas que deciden atarlo en un poste cuando deberían dejarlo en libertad y tirarle una presa viva para ver como la despedaza por pura diversión.

Una madre es un ser sin miedo y sin escrúpulos. "Me he pasado la noche limpiando vómitos. ¿De qué dices que se queja el cliente? ¿Una reunión complicada? ¿Y? ¿Vas a vomitar también?". Una madre es un monstruo multitarea que es capaz de participar en teleconferencias mientras da la teta y pone una lavadora. ¿Tienes un segundo? Una madre siempre tiene un segundo. La última vez que disfrutó de concentración ininterrumpida fue el día del parto.

Para una madre el tiempo vale más que el oro. Da igual que su casa se haya incendiado durante la noche, estará en la oficina a las ocho de la mañana, porque la alternativa de pasar el día sola con los retoños suena agotadora. Si son las 16:50 y se encuentra en una reunión en la que hay todavía cinco puntos por tratar, se tratan. Sin tonterías. Que la guardería no espera abierta a que el pesado de turno tenga la oportunidad de lucirse. ¿Pausas para café? ¿Discusiones interminables que se repiten como en un bucle? ¿Mañanas de resaca? ¿Cinco minutos con el móvil en el baño? Todo prescindible. Esa mujer lleva meses aligerando su rutina diaria hasta acabar con la lista de necesidades de un monje tibetano.

Las madres son excelentes jefes. Hace meses que se las considera únicas responsables del bienestar de otro ser humano y desde entonces participan en el mejor training de gestión de crisis, gestión de recursos, gestión de riesgos y tolerancia a la frustración. Y lo hacen muchas veces con los peores compañeros y profesores. Suegras que no entienden porqué no planchas la ropa interior de su hijo, amigas que para todo te recomiendan homeopatía y señoras que te miran mal si se te ocurre sacar del bolso un potito de compra.

Que sí, que sí. Que está la lactancia, las visitas al pediatra... ¿y qué? Dejale a ella que se organize el tiempo. Desde que es madre ha aprendido a hacerlo mucho mejor que tú. O entérate de cuanto gana su marido y págale eso mismo y un euro más. Luego sientate y observa como la paternidad compartida se hace realidad. Eso, amiga mía, se llama "transferencia de riesgos" y una madre lo conoce bien. Es como cuando una le dice a su pareja que sale cinco minutitos al supermercado sabiendo que dentro de nada va a tocar cambiar el pañal.

Y si sabiendo todo esto, todavía hay alguien que por paternalismo o pura estupidez prefiere sentar a las madres en el banquillo de reserva, ese alguien no se está ganando el suelo que le pagan. Quizá debería pedir a alguna madre que le explique todo lo que hay que saber sobre la gestión del talento.

Dedicado a Maria

jueves, 23 de julio de 2015

Yoga para embarazadas

Antes de quedarme embarazada había unos dos millones de cosas que tenía claro que esta vez, , iba a hacer bien. Empezando por tomar vitaminas antes de concebir, anunciarle la noticia a mi media naranja de un modo algo más romántico que agitar un Predictor en el momento que entra por la puerta, pasar del primer capítulo del libro gordo de la embarazada, seguir saliendo a correr, ponerme música en la barriga para estimular al feto, comer mayormente verduritas y engordar sólo ocho kilos, hacer natación para embarazadas, yoga para embarazadas, cursos de preparación al parto, asegurarme de que mi media naranja honra su papel de parte implicada en el asunto arrastrándole a las visitas del ginecólogo, documentar el proceso con numerosas ecografías en Facebook y un vídeo en 4D, hacerme fotos de la barriga creciendo, organizar una baby shower y congelar el cordón umbilical entre otras.

En algún momento de este embarazo he decidido que no necesito una lista de tareas adicional a las que tengo en el trabajo y en casa y que llevo a cabo como siempre, pero con una carga extra de hormonas y grasa abdominal. Sobre todo no necesito romperme los cuernos tratando de hacer de esto una experiencia inolvidable cuando la otra parte interesada en el asunto se ha pasado más de cuatro meses en estado de negación, y sólo ahora que mi barriga ha superado con creces la barrera "ropa normal anchita", empieza, aunque sea tímidamente, a entender que hay un nuevo miembro de la familia creciendo dentro de mí. Aún hoy, toda su preparación para el gran momento se limita a llamarme cariñosamente "fatty".

Claro está, la decisión de tomarme las cosas con calma no ha sido fruto de meditar civilizadamente mis opciones, sino la consecuencia de darme cuenta de que me estaba comportando como una tarada. Me explico.
Una cosa que todo el mundo te pregunta en Alemania cuando les dices que estás embarazada es ¿ya tienes una Hebamme (comadrona)? Mi reacción fue entrar en pánico, llorar y gritar a mi media naranja ¿una Hebamme? ¡No! ¡Dios santo! ¡No tengo Hebamme! No tengo escayola para hacerme un molde de la barriga, no tengo abierta una cuenta de ahorros para el bebé, no tengo una almohada en forma de churro y no tengo bragas premamá ¡Necesito una Hebamme! Así, escribí nada menos que a dieciocho comadronas y llamé a otras tantas hasta encontrar a una disponible en Septiembre (temporada alta de vacaciones para las Hebammes, al parecer).

Nótese que con mi primer vástago no tuve más comadrona que la del hospital el día D, así que toda esta angustia era gratuita e irracional, aunque yo esto no lo sabía, claro, sólo me di cuenta cuando por fin conocí a la esperada Hebamme.

-Bueeeno, y entonces ¿qué servicios ofrece?
-Pues... me llamas si tienes alguna duda
-…

Y yo pensando ¿ya está? Yo había oído hablar de masajes de pies y remedios caseros como parte del "portfolio". Después de un silencio algo incómodo charlamos animadamente de todo un poco. Muy agradable e informativo, pero definitivamente prescindible. Fue exactamente entonces, cuando le dije adiós y cerré la puerta de casa que me di cuenta de que quizá había exagerado un poquitín con el tema. Si tengo un problema, probablemente llamaré a la ginecóloga/pediatra, y si no lo tengo, no creo que llame a la Hebamme para que venga a hacerme compañía. Conociéndome, lo más probable es que no la llame en absluto.

¿Clases de yoga? Nah.