lunes, 31 de marzo de 2014

Mama wäscht

En la guarde:

-Y ésta es la ropita que hay que lavar... - dice la cuidadora
- Mama wäscht! - interrumpe Daniel
- Oder papa... -propone mamá
- No. Mama. Mama wäscht - insiste Daniel
- O papá... -repite mamá (no sé quién es más cabezota de los tres).
- Bueno, la Waschmaschine wäscht - intenta mediar la cuidadora, con una risita incómoda
- ¡No! ¡Mama! - se enfada Daniel. Mueve la cabeza de arriba a abajo y me dice, como si se tratara de una proposición evidente - Mama lava ropiiiita

Así que no queda otro remedio. Tenemos que irnos de Bavaria.

English entries

You, and I mean, you, person that (according to some urban legends) reads me regularly, may notice I removed the English translation from the entries.

This is due to the fact that my new job barely leaves me time to perform my usual bodily functions, let alone perform my usual soul-caring functions. My main purpose for having an English version of the entries was for my dear life partner to follow me, which I recently decided is not really necessary.

However, if you do miss making fun of my poor English, let me know. Sleeping eight hours is totally overrated.

Love

viernes, 28 de marzo de 2014

Hay días peores que otros

Hay días en que,  valorando las circunstancias, la única salida sensata parece ser la de encerrarse en la habitación, sentarse en la cama, encoger las piernas, doblarse sobre sí misma hasta hacerse una pelota y llorar desconsoladamente.

A veces después de trabajar once o doce horas vuelvo a casa siendo consciente de que mi huella en este mundo no va a medirse en la calidad de mis powerpoints y que podría no contribuir al progreso de la humanidad desde la comodidad de mi propio hogar, donde al menos mi familia podría valorar mi contribución al progreso de la cena. Entonces llaman al timbre. Y es mi testigo de Jehová particular, que, no importa cuántas veces le cierre la puerta en las narices, inaccesible al desaliento, sigue pensando que algún día me convencerá para hacerme colega de su amigo imaginario. Y mientras sube dos pisos de escaleras para llevar a cabo la tarea más inútil del mundo ¿qué hace? Sonríe.

A veces mi media naranja se olvida de recoger al peque de la guarde. Por ejemplo ayer, en su cumpleaños. Entonces suele elaborar una historia en la que de algún modo yo acabo teniendo la culpa. Y yo me siento culpable.

Mi madre es ese ángel de la guarda que me plancha la ropa y luego me tortura explicándome con detalles y recibos incluidos lo que debe hacer una buena ama de casa mientras yo vuelvo a rumiar opciones alternativas a mi trayectoria vital que incluyen no discutir con nadie, jamás, bajo ninguna circunstancia, qué producto de limpieza le va mejor a la alfombra del Ikea.


Y a veces todo sucede a la vez y entonces viene esa cosita adorable, sonriente, que todavía huele a bebé y sin venir a cuento te abraza. Y no voy a decir que de pronto la vida adquiere sentido, pero sí que por un momento ya no se siente una sola en un mundo cruel y ridículo. Por un momento. Hasta que te das cuenta de que el enano sólo estaba usando tu jersey para limpiarse los mocos.

martes, 18 de marzo de 2014

Cine del bueno

En mi familia gusta el buen cine. Afirmar esto en Internet es un poco peligroso, uno enseguida se imagina que podemos recitar la filmografía de Truffaut y Kusturica y nos desayunamos comentando que hay de nuevo en la Berlinale, lo cual no es el caso. Cuando digo que nos gusta el cine me refiero a que pagamos sin remordimientos cuatro horas de babysitter para ver un bodrio llamado “Only Lovers Left Alive” en una sala de cuarenta butacas en un barrio perdido de Nuremberg, en lugar de ir al centro a ver El Hobbit en 3D. Hacemos esto porque nos encanta el no saber si la película que vamos a ver nos cambiará la vida o será tan mala que podremos reírnos de ella durante décadas. Y eso es algo que Spiderman nunca te podrá ofrecer.

Durante años, Martin y yo hemos peregrinado de festival en festival, durmiendo en tiendas de campaña, comiendo bocadillos durante días y dejándonos el cuello en la fila uno para ver un remake de Godzilla coreano con subtítulos tan malos que dejaban el argumento a la libre interpretación, o una (muy confusa) película de hermafroditas directamente sin subtítulos porque, y cito, “el señor que los tenía que traer no ha llegado”, y quedando totalmente satisfechos de la experiencia, sólo por esa joya de documental sudafricano que de otro modo jamás hubiéramos visto.

Cuando digo que nos gusta el cine, no quiero decir que sepamos quien es el director revelación de Sundance ni quién ganó un Goya el año pasado. Pero el día que Daniel decidió venir al mundo, su madre, catálogo en mano, hacía un plan para verse, por lo menos tres películas diarias en el Febiofest. Eso no implica que se nos pueda pedir consejo sobre estrenos o que sigamos blogs de cine. Somos consumidores. Confiamos nuestro dinero y nuestro tiempo al friki que con mayor o menor acierto ha hecho la selección para la cartelera de ese cine en el que no se venden nachos.

No sé cómo de solos estamos en el mundo, siendo el tipo de consumidor que paga por ver buen cine, porque (por si acaso me leen las queridas autoridades alemanas) quiero insistir en que pagamos. Pagamos dvds, entradas, impuestos, babysitters, y hasta camisetas talla bebé con merchandising de la Seminci. Y hace muy poco pagamos por una señora tele. Tele que evidentemente pensábamos utilizar para ver cine. Pero resulta que no podemos. Sí, la tele nos ofrece un par de aplicaciones para comprar películas. Pero lo que la tele entiende por cine es el puto Hobbit doblado en alemán y una no desdeñable colección de porno gay danés.

Lo hemos intentado, pero para mí ver a Almodóvar doblado en alemán es como ver al papa ladrando. Después de perder una tarde en esto quedó claro que la única aplicación que podía cubrir parte de nuestras necesidades era Youtube y que si quería ver una peli en la que se hubieran contratado guionistas, en el idioma en que el director lo dispuso y con subtítulos, debíamos acudir a nuestra vieja amiga Cuevana.

Así es. En el siglo veintiuno. En la era de Internet y siendo un orgulloso miembro de la Unión Europea al parecer no es posible para los ciudadanos de bien ver cine de calidad con subtítulos en su idioma sin delinquir. No puedo creer que haya ningún impedimento técnico para que Imdb ofrezca un enlace para ver las pelis por un precio. Entonces ¿alguien sabe a quién hay que amenazar para conseguirlo? Se me ocurren torturas muy saladas: La serie entera de Twilight en Swahili, el Hobbit en élfico, o una cuidada selección de películas de zombies gays que incluya a nuestro querido Otto...



martes, 11 de marzo de 2014

A veces fantaseo con que mi vida es un videojuego

En la primera pantalla el objetivo es llevar al nene a la guarde antes de las nueve. A partir de que suena el despertador a eso de las siete todo es ir superando obstáculos y recogiendo puntos: punto si de verdad me levanto a las siete y no cedo a la tentación de quedarme junto a mi media naranja roncando felizmente. Otro punto si mi ritual de belleza mañanero incluye algo más que una ducha de dos minutos y meterme y sacarme el cepillo de dientes de la boca. Punto si mi desayuno es algo más sofisticado que comerme los restos de la manzana que le pongo a mi hijo en la mochila, y punto si logro encontrar el bolso, las llaves y el móvil, los cuales cambian aleatoriamente de sitio durante la noche.

Una vez he completado estas tareas viene la épica lucha final con un monstruo al que hay que vestir mientras corre, chilla, da patadas, y me tira la ropa a la cara, y que tiene la bonita costumbre de cagarse justo cuando estamos a punto de salir de casa. Punto si logro lavarle la cara sin que acabemos los dos empapados, y punto si al salir de casa no nos damos cuenta de que tiene algún moco en el pelo, los pantalones no le llegan a los tobillos o se nos ha olvidado la botella del agua.

A veces las cosas se complican aún más. Puede que el monstruito decida que tengo que pasar la pantalla con él en brazos. O que me golpee accidentalmente en el ojo con un coche de carreras y tenga que manipular el microondas medio tuerta para calentar el vaso de leche que se me exige.

A pesar de todo, normalmente consigo el objetivo con más o menos elegancia y puedo parar cinco minutos a tomarme ese imprescindible café que ayuda a afrontar lo que venga, o meterme en el servicio a lamentarme por haber tomado la mala decisión de pintarme las uñas el fin de semana sabiendo que el lunes estarían ya medio descascarilladas. Y entonces recuerdo cosas que he oído, o he leído alguna vez: "puedes darte el exfoliante mientras te duchas"  "diez minutos al día para unos glúteos perfectos" "empezar la mañana corriendo te da energía para todo el día" "la meditación diaria te puede cambiar la vida" "el desayuno es la comida más importante del día" "¿Has probado a darte champú en seco todas las manañas?" "¿No tomas copos de avena?"... y pienso…


Mi videojuego no está pensado para nenazas

lunes, 3 de marzo de 2014

Carnaval

Como inmigrante alemán, uno se pasa parte de su día a día convenciéndose de que el sitio donde vive, pongamos Núremberg, no tiene nada que envidiarle al sitio donde nació, pongamos Valladolid. A veces es fácil. A veces es muuuy fácil, y a veces es un poco más complicado.

Esta mañana salimos de casa dispuestos a cumplir con esa obligación que tienen todos los padres por contrato de arrastrar a su retoño a un evento con carrozas, globos, kilos de maquillaje y caramelos, en este caso, la cabalgata de carnaval. Como buenos inmigrantes y mejores padres, mi media naranja y yo llevábamos sendos elementos decorativos en la cabeza ("¿y no podemos llevarlo en el bolso y ponérnoslo luego?" "no, Martin, no podemos") y el más interesado de la familia, habiendo rechazado el traje de dálmata que él mismo eligió, llevaba puesto el gorro del pijama. Esto supone, ya lo estoy viendo, un pequeño drama el martes, cuando se celebre el carnaval en la guardería, pero ya llegaremos a eso en su momento.

Lo bueno que tiene Núremberg es que ni siquiera en eventos de este tipo la calle se llena hasta ser insoportable. Llegar media hora antes del meollo y apañar una discreta tercera fila es un lujo. (Núremberg 1, Valladolid 0). A la hora prevista comenzaron a pasar las carrozas. Yo me esperaba charangas y gente bailando una versión teutona de la samba, pero no. En su lugar había una especie de monstruos agitando un látigo, un vagón de cerveza y música de après ski austríaco. Bien, me dije. ¿Por qué no? No entiendo nada, pero supongo que estoy ante un evento cultural que no sigue el patrón globalizado. Me parece correcto. No hay necesidad de que haya un bombo en cada cabalgata.

A continuación pasó la carroza de la asociación de herreros, con lo que supongo era el sindicato al completo: cuatro señores de unos sesenta y cinco vestidos con delantal y saludando a la concurrencia. Y yo, que seguía sin entender nada pensé que es estupendo incluir a los más mayores en las fiestas populares. Luego resultó evidente que los sexagenarios estaban muy bien representados en todas las carrozas, incluida la carroza gay. Me costó un poco reconocerla. Un puñado de señores con peluca repartiendo caramelos dista mucho de lo que se entendería por "carroza gay" en las cabalgatas de donde yo vengo.

Para entonces ya estaba concentrada en atrapar caramelos al vuelo con el casco de la bici de mi hijo. Y en este caso quien dice caramelos dice bollos rellenos de mermelada, bolsitas de té, entradas para un cabaret travesti y he oído que en Frankfurt hasta alicates (!). Según avanzaba la cabalgata, se me ocurrió que los regalitos parecían más un soborno para convencer a la gente de que se quedara. Pasó la carroza del partido pirata, los que, hasta el día de hoy me parecían bastante simpaticotes, con cara de estar hasta los huevos del paseíto, pasaron unas niñas vestidas de bar coyote formal, con botas de vaquera y peluca ochentera, pasaron unas señoras metidas en una especie de barquito individual diciendo "ahoi", pasaron muchos gorritos con plumas, y pasaron dos tipos vestidos de monja, que fueron lo más salado de la cabalgata. Y cerró el evento una ambulancia y un coche de policía que mi hijo celebró como si fueran parte del festival. No me sorprende. Y entonces nos volvimos a casa a que Martin recogiera la medalla al mejor padre del mundo después de aguantar una hora con Daniel en los hombros y los caramelos y demás objetos golpeándole en la cara.


Quizá en Valladolid hubiera sido peor, con la macarena a todo trapo, culos postizos de plástico, y marujas dándote codazos, pero (y aquí habla la nostalgia) creo que cuando todo el mundo está borracho este tipo de cosas se disfrutan más.