domingo, 24 de julio de 2016

Inciso, porque estamos todos cabreados con lo que pasa

Cuanto más cerca te pilla la insensatez de un atentado, más grande la rabia y las ganas de gritar que se haga algo por el amor de dios, que se haga algo porque no es normal que se te acelere el pulso en el tren si alguien con pinta de árabe, aunque sea remotamente, se mete en el baño. Porque tenemos niños y queremos que puedan bucear en Egipto, y visitar Estambul y no mantenerlos encerrados en casa y cagados de miedo.

Porque en estos días que vivimos creo que es normal cagarse de miedo y es normal caer en la tentación de pedir mano dura. ¡Ya está bien, que locura es esta, que se vuelva a su país esa gente! ¡Que los echen! Si eso significa estar más seguros, ¡que los echen ya! El problema que se plantea es, claro, identificar quién es esa gente a la que hay que echar. Yo cuando pienso en los musulmanes, árabes, refugiados y demás (o los "moros", como se simplifica a veces), no me viene a la cabeza un señor con barba, chilaba y cara de mala hostia. Yo pienso en las mamás de mi guardería, en los iraníes y sirias de mi curso de alemán, y en gran parte de la gente que conocí en Malasia. Es decir, gente que tiene que ver con el terrorismo tanto como tú y como yo. Algunos pisan la mezquita menos que yo una iglesia (bodas, comuniones, y visitas turísticas), unas llevan pañuelo siempre, otras nunca, y otras según les de el día. Las hay más bien taradas y las hay más normales. Si todas tienen algo en común es sólo el gusto por Starbucks, no me preguntes por qué. Entre esa gente hay quien, estoy segura, me echaría una mano si lo necesitara y a la que se la echaría yo en cualquier momento. Es gente de mi círculo. Exótica, si quieres, como en cualquier grupito de guiris, ni mejor ni peor.

Es gente que se caga de miedo igual que tú, porque cuando un pirado sale del baño con un hacha no se detiene a asegurarse bien de a quién está asesinando. "Disculpe, parece usted indonesio, ¿es el caso?" "sí, así es" "entonces ¿es usted musulmán?" "No, resulta que soy de Bali, ¿sabe?" "Y usted, o mucho me equivoco o es de Camerún" "Sí, pero de la zona musulmana. Aunque tengo un cuñado cristiano, esas cosas pasan en las mejores familias" "¿Turco?" "Sí, pero sólo por parte de madre" "Ese turbante... ¿pakistaní?" "Nono. Sikh, del Punjab" "¿Iraní? ¿Me puede dar su opinión sobre el Sha para asegurarme?".

Pero es que además llevar un pañuelo en la cabeza se está convirtiendo en un deporte de riesgo que como poco va a conseguirte unas malas miradas y un chequeo médico en el aeropuerto. Aunque seas una turista malaya sin más intención en Alemania que visitar castillos. Aunque seas un caballero hindú. Y un pañuelo se puede quitar, pero ¿qué haces si eres azerbaiyaní y se te nota? ¿Por qué tiene esta gente que aguantar insultos en el metro o algo peor? La primera frase que yo comprendí de un iraní en mi clase de alemán fue "si vuelvo a Irán me matan". A ese tipo le caen los islamistas radicales mucho peor de lo que te puedan caer a tí o mí. ¿Lo mandamos de vuelta y les damos un gusto a esos salvajes? Si hay alguien que tiene motivos de sobra para indignarse cuando un animal asesina en nombre de su amigo imaginario son precisamente ellos, los que comparten amigo imaginario. Los refugiados, los morenos de piel, y los que sin tener absolutamente nada que ver se convierten en el blanco del cabreo de la gente.

Supongo que soy un poco ingenua, pero no es menos ingenuo pensar que impedir la entrada de refugiados, o echar del país a quien no demuestre un árbol genealógico teutón va a solucionar este problema. Es como decir que ya que este cáncer se propaga por Internet tendríamos que limitar el acceso a la red. ¡Ah! Eso sí es escandaloso, ¿verdad? Eso sí nos enfadaría. En el fondo somos todos un poquito egoístas.

Es normal mirar primero por tí, es normal tener miedo, pero el odio mal enfocado nos hace perder el tiempo, nos distrae de la búsqueda de una verdadera solución y nos enfrenta con quien está de nuestra parte.

Pero también es razonable pedir mano dura. ¡Claro que sí! Mano dura, durísima para quién facilita armas, para quién crea y distribuye propaganda, para quien ayuda económicamente, para quien justifica de cualquier modo un asesinato, para quién se beneficia con el tráfico de petróleo y algodón de los terroristas. Y mano dura para quién contribuye a hacer de este mundo un lugar peor, dónde nos vemos obligados a desconfiar los unos de los otros.

Aunque probablemente la mano dura no sea suficiente. Esto es el DIY del terrorismo, en el que con la ayuda de Internet uno se hace yihadista como la que se hace anorexica. Es un problema complejo, y el que ofrece soluciones simples posiblemente se equivoque. Es más satisfactorio, desde luego, cuando las cosas son blancas o negras. Por ejemplo, a mí personalmente tan ridículo me parece creer que un hombre puede caminar sobre las aguas como que un caballo puede volar. Y eso me resulta muy satisfactorio.

lunes, 11 de julio de 2016

¡Qué bonito es ese niño!

Ser un poco feminista con niños pequeños es algo de lo más fácil. No hay necesidad de arengas, discursos, o grandes demostraciones. A poco que no te apetezca vestir a tu hija exclusivamente de rosa, violeta y purpurina, y regalar a tu hijo tanques destructores y figuritas de señores musculados, vas a sentirte feminista con nada de resistencia por parte de la progenie,

Por ejemplo, hace un tiempo nos dieron en la farmacia un catálogo de parches para el ojo, que el pequeño monstruito trilingüe va a tener que llevar unos meses. Aquí, como por desgracia en todas partes, vienen innecesariamente diferenciados los parches de niños, con dibujos de piratas, coches, excavadoras y superhéroes, y los parches de niñas, con flores, princesas, gatitos, y una paleta de colores tipo picadillo de oso amoroso. Por supuesto, una feministilla como yo aprovecha que el crío no sabe leer y extiende el catálogo sobre la mesa con un "escoge los que quieras, cariño".

-Princesas no -dice la criatura. Porque él ha aprendido en la guardería que la diferencia primordial entre niños y niñas es que a las niñas les gustan las princesas
-Me parece bien, amor, a mí tampoco me gustan las princesas

Una vez clarificado este extremo, mi hijo selecciona (previsiblemente) todos los parches de vehículos y de gatitos, sin importarle un comino que los pobres animales parecieran rebozados en frosting de cupcakes y tuvieran las pupilas de un adicto al speed.
-Y los búhos, mamá, también quiero los búhos.

Ser un poco feminista es fácil porque además los productos genéricos, asexuados, son normalmente más baratos que el mismo producto con merchandising de Frozen. Casi siempre. Mi hijo conduce una bici violeta con mariposas porque, en palabras de mi maridito, es la que tenía las mejores prestaciones. A mí me preocupaba un poco que los niños se fueran a reír de él, pero a sus benditos cinco años, sus amiguitos todavía no saben que los lepidópteros son cosas de niñas.

-Mi bici es mejor que la tuya.
-La mía es mejor. Mira. Tiene mariposas
-Ohhhh Schmetterlinge

¿Y la niña? ¿La traductora de bolsillo? Pues ahora que estamos en Valladolid, la gente se para todos los días a hacerle monerías y decirme que tengo un niño muy guapo. ¿Creéis que se me va la mano reutilizando la ropa del mayor? ¿Que trato de convertir a mi bebé en un alegato feminista gateante? ¡Qué va! Ella tiene sus faldas, sus volantes y sus lazos, pero no son rosa, y eso los hace indistinguibles de los faldones, volantes y lazos que llevan los chicos en Valladolid.

Sospecho que si la gente piensa que es un niño se debe a dos cosas más bien accidentales, y no a un arrebato de feminismo por mi parte. La primera, que no tiene pendientes, lo cual, al ser lo normal en Alemania, no requiere de rebeldía alguna. Y lo segundo, que la mantita del carro es azul. Y ¿por qué es azul? Pues mira, porque era el color más bonito que tenían, porque le queda muy bien a los ojos, y porque tenía un cincuenta por ciento de descuento.

Así las cosas, le he comprado una flor para la cabeza más grande que un repollo. Azul, que le haga juego con la mantita. Aunque tampoco veo imprescindible distinguir los bebés-niño de los bebé-niña a primera vista. A esta edad, si les das un coche, una muñeca, o un currusco de pan, lo van a chupar igual.

Y es que no hace falta ser terriblemente feminista para darse cuenta de es idiota que hasta la tienda de Lego esté separada por sexos. Tantos años para conseguir que las escuelas y playas sean mixtas ¿y ahora nos vienen con esto? Ya nos estoy viendo a mi medio rohliky y a mí echando a cara o cruz quién se arriesga a una sobredosis de pastel en el castillo de princesas del parque de Playmobil cuando niños y niñas se lo pasan igual de bien en el barco pirata. ¿Qué necesidad hay de que los bolsos para pañales vengan en rosa y azul? ¡Cómprate uno blanco, mujer, que combina con todo! ¿Por qué tengo que atragantarme de purpurina si quiero comprar a mi hijo un gato de peluche? Mi hijo quiere un gato, no un estereotipo sexista empaquetado en color de vagina.

Yo les recomiendo a las madres que me leen ponerse un poquito feminista. Sale más barato, es cómodo para la familia, y con un poco de suerte evitaremos que nuestras hijas paguen más por un paquete de cuchillas de afeitar rosas, cosa que les será muy útil si obtienen el típico contrato de trabajo para chicas, con purpurina, y un 20% menos de sueldo.