jueves, 31 de diciembre de 2015

Full Christmas experience

Las Navidades, para las familias multi-culti como la mía, son una magnífica oportunidad para el estudio antropológico. Una impepinable peregrinación de un país a otro, en la que cada casa te ofrece lo mejor y sobre todo lo peor de las costumbres locales.

Y es que cuando uno vive fuera mucho tiempo se vuelve demasiado tolerante, casi gris de moderado y conformista, y esto pasa tanto en política como en las pequeñas cosas de la vida. ¿El tema de los refugiados? ¿No somos todos inmigrantes, acaso? ¿Los catalanes? La verdad, que hagan lo que quieran. ¿Tu hermana vota PP? Bueno, por lo menos no se dedica a matar ballenas ¿Carpa para Nochebuena? A mi me da igual tomar salmón. ¿No tenemos turrón? No, lo cierto es que por ahí no paso. Turrón hay que comprar.

Así que recordando desde el cariño el pollo que se montó en casa de mi centroeuropeo cuando a su madre se le ocurrió cambiar la receta de la ensaladilla rusa, las caras de asco de una familia checa ante un plato de gambas al ajillo, y al marido de mi tía compartiendo sus educadas impresiones sobre la Merkel, los moros, y otros temas de actualidad, decidimos por una vez montar la Navidad en casita. Invitamos a todo el que quisiera unírsenos, pero al final nadie aceptó.

Daba igual. Ya somos una familia. Nos hacía mucha ilusión cocinar lo que quisiéramos, hablar el idioma que nos diera la gana y en general pasar una noche de paz sin tener que oír cincuenta veces lo delgado que está el pequeño monstruo, desenvolver bonitos ejemplos de juguete bélico y sexista, y sin que nadie nos haga ver lo rara que es, y lo equivocada que está la gente en cualquier otro sitio del mundo.

Y sí, como probablemente estás pensando, no teníamos ni puta idea de qué es la Navidad. Aunque estábamos a punto de descubrirlo.

Hicimos una compra navideña como es debido, es decir, nos gastamos un ojo de la cara. Dos kilos de langostinos, pescado, filetes, melón, aguacates, turrón.. y útiles que de algún modo siempre están en casa de las abuelas y nunca pensamos necesitar como bandejas para dulces, manteles, copas de champán y varios platos del mismo color.

Nos pasamos un día entero cocinando con la ayuda de las abuelas vía wassap y skype. Bueno, más que nada con ayuda de la sección checa. Mi madre era más "hija, haz melón con jamón, no te compliques. Mira, te paso la receta". Y lo cierto es que el menú español no era de una complicación apabullante. Quizá por eso Martin me pidió que cocinara también unas lentejas.

-Es que en Chequia el día 24 se pone sopa para comer
-¿Lentejas?
-No, pero como no sabes hacer otra sopa...

Pelamos nueces, cortamos castañas, rallamos otras veinte cosas para la "super-especial-receta-familiar-imprescindible" ensaladilla rusa, y corrimos al súper varias veces por pan y otros ingredientes olvidados. Querida amiga que eres anfitriona por primera vez, que sepas que cinco aguacates son muchísimos aguacates. Y cuatro granadas son suficientes para un pequeño ejército.

En fin, que cocinamos para tres o cuatro familias, y todo lo que nuestra descendencia comió fueron tres langostinos marinados con chilli, genjibre, ajo y mejorana, que a continuación vomitó sobré el mantel navideño y los platos comprados especialmente para la ocasión.

La comida en sí no fue precisamente un éxito culinario. Los aguacates rellenos sólo sabían a cebolla, la ensaladilla rusa estaba seca, la receta de Jamie Oliver para los langostinos no tiene sentido (un poquito de ajo y sal y están rebuenos), y las lentejas no las probamos. Pero nadie dijo nada. Entre otras cosas porque no había nadie. No hubo drama de ningún tipo. Los dos estuvimos de acuerdo en que el vino y el postre estaban estupendos. Sí, somos gente de vino y postre, o sea, mucho mejor como invitados que como anfitriones.

Después de la cena vino Jezisek. De todos los regalos, el niño sólo sacó de la caja los trenes. Las otras veinte cosas también se las podía haber ahorrado Jezisek. Después de oír el análisis de Daniel "que él se ha debido portar muy bien y nosotros muy mal, porque a él le han traído muchas cosas y a nosotros nada", a las diez de la noche conectamos con España vía Skype. Para entonces mi media naranja ya dormía exhausto en el sofá, así que después de ver comer a mi familia me puse a recoger la cocina, de puro aburrimiento.

En fin, lo que quiero decir es que quién organice este evento el año que viene se ha ganado el derecho de comentar su punto de vista sobre los moros, criticar el turrón y regalarle a mi hija una plancha de juguete. Lo cierto es que hasta lo echamos de menos.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Cerebro en huelga

Un pequeño proyecto personal que tengo para esta baja maternal es acabar de escribir una novela que está a medias desde que encontré un trabajo que no me deja robarle tiempo a la empresa como a mí me gustaría.

Yo creo que puedo. No me hace falta echarle un esfuerzo monumental. Lo que me hace falta es ser constante y escribir todos los días, aunque sólo sea un párrafo. Ayer, por ejemplo, me senté en una cafetería mientras la nena dormía y escribí lo siguiente:

"Pero eso no era lo peor. Lo peor es que a partir de entonces las cosas sólo podían ir a peor".

Y me quedé tan ancha. Lo releí y me pareció bien. Escribí un poco más, volví a leer desde el principio y me di cuenta de que no dormir ocho horas seguidas está empezando a afectarme más de lo que yo quiero pensar.

Cuando estaba embarazada le preguntaba las mismas cosas veinte veces a mis compañeros del trabajo. En mi especialidad esto puede pasar bastante desapercibido. Mi trabajo a veces consiste en ser muy pesada, como si mi equipo estuviera formado de críos de cuatro años con déficit de atención y habilidad especial con los ordenadores. Y parte de mi éxito en el mundo de los Powerpoints ha sido precisamente el dejar de tratar así a mis compañeros, decirles que confío en su criterio, y aprovechar el tiempo para cosas más gratificantes, como por ejemplo actualizar este blog.

Así que a veces le preguntaba algo a mi sufrido Technical Lead, y él, con toda la paciencia del mundo me lo volvía a explicar. Yo le miraba y le decía "ésto ya te lo he preguntado antes, ¿verdad?" y él me respondía "sí. Tres veces". Y los dos volvíamos a nuestras tareas. Sin malos rollos.

Yo pensaba que esta huelga de neuronas se pasaba al dar a luz. La evolución tiene que saber que una madre necesita toda su capacidad intelectual para que su familia de cuatro salga a la calle vestida, lavada, con pañales de recambio, una botellita de agua, un bretzen, las llaves, el móvil, la cartera, y lo quiera que haga falta para el destino concreto al que una se dirige (papeles para el médico, mochila para la guardería, juguetes para el parque, maleta para un viaje).

Pues no. No, queridas. No hay día que no salgamos sin pañales, sin guantes, o en zapatillas de estar por casa. Si por casualidad hemos pasado el día sin olvidarnos nada, por la noche quemo la cena, o me olvido a un niño en la bañera, o escribo cosas como la de arriba.

Si logro terminar mi novela, y por un milagro alguien llega a leerla, espero que sea una madre que entienda que entre el capítulo once y el quince mi cabeza estaba en huelga de neuronas caídas.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Una casita para coches

Una de las ventajas de vivir fuera de España es que al no ver la tele local, estamos muy poco expuestos a las campañas de Navidad. Así, mientras que el pequeño diccionario trilingüe no ponga sus manos en el catálogo de Playmobil, no tiene más remedio que pensar por sí mismo qué le gustaría que le trajera Ježíšek. Jesusito, (al que por cierto llevo años llamando erróneamente Jiřisek, Jorgito, para deleite de mi familia política). Escribir la carta con el pequeño monstruo es de lo mejor de la Navidad.

El año pasado pidió un gatito rojo. Y yo disfruté mucho haciéndoselo saber a mi madre, la persona más pragmática que conozco.
-¿Cómo que un gatito? ¿De verdad?
-No, de peluche
-Pero si ya tiene muchos peluches
-Pero no tiene un gatito rojo
-¿Y dónde van a encontrar los Reyes un gatito rojo?
-No lo sé
-Me tomas el pelo, ¿no?
-Tú me has preguntado qué ha pedido
-Pues... ¿qué más ha pedido?
-Un árbol azul

Este año mi hijo ha pedido una casita para coches. Yo me imaginaba pidiendo a sus majestades una casa de muñecas, con su cocina y su baño, donde el niño pudiera poner a dormir a sus coches y me ha parecido genial. Luego, en la fase de diseño (cuando dibujamos los regalos en la carta) me ha aclarado que lo que él entiende por una casita para coches es básicamente un garage de aeropuerto, con varios pisos para poder aparcar todos sus vehículos. Y eso es algo en lo que al parecer, no han pensado todavía las compañías de juguetes, o que yo no soy capaz de encontrar fácilmente en Internet. Así que he acudido al abuelo, que en su día se dedicaba al bricolaje:

-Sí, hombre, esto se puede preparar. A los Reyes les basta unos listones o unas cajas de madera para pegar con cola. ¿Pero cómo lo mandamos a Alemania? Tenemos que pensar en algo tipo Ikea, para que luego lo podais montar en casa. ¿Y si lo construímos con Legos?

¡Eso es espíritu Navideño! ¡La familia unida en un objetivo común! Y teniendo en cuenta que con la baja maternal tengo tiempo de sobra para pintar a mano un garaje de juguete de varios pisos, estoy encantada. Quizá mi media naranja no lo esté tanto. Los regalos le estresan mucho, sobre todo los regalos que no se encuentran a un click de distancia en San Amazon todopoderoso. Creo que está intentando sabotearme. Hoy he encontrado el catálogo de Playmobil encima de la mesa.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Crianza natural... casi

No me considero especialmente fan de la crianza natural, aunque reconozco que la invoco con fervor frente a las tonterías de las abuelas, mayormente en la forma de "¡deja en paz al niño, que coma lo que quiera!".

Mi primer experimento europeo dormía estupendamente en su cama y nunca vi un motivo para que durmiera en la nuestra. El pañuelo o la mochilita son muy útiles, sí, pero en verano acabábamos el niño y yo sudando como pollos y favoreciendo naturalmente el carrito como medio de transporte. ¿Y la teta? Pues que me encierren los talibanes de la teta, pero después de un año y pico me cansé de que el nene me desnudase en cualquier parte (por ejemplo, mientras lo tenía en el pañuelo y llevaba las manos ocupadas con la compra) y me fui de vacaciones unos días.

Mi segundo experimento europeo, sin embargo, parece ser un bebé mucho más social. Ella sí que reclama horas y horas de contacto físico, con lo que la mochilita viene muy bien (y yo, tonta de mí, me había comprado una mecedora eléctrica). No me hace demasiada gracia, pero también ha acabado durmiendo en nuestra cama, porque es el único modo de que durmamos las dos. Y a mí me gusta mucho dormir. Me gusta tanto, que estoy dispuesta a ignorar las historias de mi madre sobre bebés asfixiados en la cama de sus padres. ¿Y la teta? A estas alturas ya no tengo inhibiciones. De hecho escribo esto después de haberme sacado el pecho en mitad de la comida de domingo con mi suegra. Con las pocas ocasiones de comidita casera buena que tenemos, ¡se me va a enfríar el pato con knedliky por que no se me vea un pezoncillo de nada!

Así que esta segunda experiencia maternal llevaba camino de ser algo que mis colegas jipis, esos que guardan la placenta, podrían presentar como "success story"... hasta que hemos descubierto el chupete.

El pequeño monstruo nunca llevó chupete. No le gustaba y nos alegramos mucho de no tener que pasar por el drama de buscar un chupete perdido en el parque o debajo de la cama en mitad de la noche. Pero cuando por cuarta vez consecutiva has dejado a la nena en la cuna para darte una ducha y apenas te has quitado los pantalones han empezado los gritos ya no piensas de modo racional. En esos momentos, cuando la abuela te sugiere "¿y por qué no le das un chupetico?" no le sacas a colación la crianza natural. Le dices, pues sí, le voy a dar un chupetico. Y cuando la niña se queda dormidita tan a gusto, chupa que te chupa como una pequeña yonki del plástico, piensas, ¡bendita cosa! ¡Que le den a los talibanes de la teta!

domingo, 22 de noviembre de 2015

Preocupaciones

Dar con la cantidad justa de preocupación que uno debe mantener en su día a día es un arte. En nuestra familia funciona así: yo me preocupo por todo y mi media naranja por nada. Alas, conseguimos el ansiado equilibrio. Equilibrio que se ha visto perturbado últimamente porque desde que una se convierte en madre toda la familia adquiere el derecho de preocuparse. Y se preocupan, claro que sí. Porque la vida le ofrece a uno motivos de sobra para angustiarse.

Una preocupación recurrente es la de si el pequeño diccionario trilingue se va a poner celoso por la adquisición de la traductora de bolsillo. Para compensar un poco la balanza de inquietudes, he decidido ponerme del lado de mi media naranja y ver el vaso medio lleno. Y es que todo parece indicar que el peque adora a la hermanita y está feliz. O al menos, eso es lo que ha dicho en el "Morgenkreis" de la guardería, donde todas las mañanas los niños hablan de sus sentimientos (por favor, por favor, que alguien exporte esta idea a su relación de pareja y me cuente qué tal).

De hecho, el comportamiento de mi hijo con la hermanita le hace a una exclamar Ooooohhh Aaaahhhh, ¡qué mono! ¡Qué amor! y avergonzarle a achuchones. Nunca olvida darle un beso antes de irse a dormir o a la guarderia. Me grita cuando estoy en la ducha. ¡Mamá! ¡Inés llora! ¡Dale de comer!, me pasa los pañales cuando se los cambio "mamá, este está limpio", dice tras olerlo, y enseña orgulloso el contenido del carrito a todos los niños que se encuentra.

Así que cada vez que alguien nos pregunta, ¿qué tal lo lleva el hermanito? respondo que lo lleva estupendamente y que no entiendo porqué se preocupa la gente. ¡Ingenua de mí!

La última que me preguntó que tal lo lleva el peque fue la cuidadora de la guardería, en la fiesta de las Laterne. "Muy bien, muy bien, ¿qué tal aquí?" "Bueeeeno, está un poco inquieto" y tras un sorbo de Kinderpunsch se soltó a hablar "Se porta mal y no hace caso si le regañas. Cuando me doy la vuelta incita a los otros niños a gritar... por ejemplo, el otro día me tocó el culo y cuando le dije que eso no se hace me respondió ¡Miau! y se echó a reír".

Aha... respondí, escondiendo la cara en mi taza de Kinderpunsch y mientras la cuidadora me describía cómo exactamente mi hijo le había palmeado el trasero yo me arrepentía de no haberme traído un culín de vodka para acompañar. ¡Con lo bien que estaba sin preocuparme!

viernes, 13 de noviembre de 2015

Papeleo

El papeleo. Orgullo de esta tierra teutona. Hace más de un mes de la adquisición de la nueva traductora de bolsillo, y estamos más o menos a la mitad de esta gimkana infernal que es la burocracia alemana. El papeleo no es agradable para nadie que goce de salud mental, pero para una pareja de inmigrantes que medio chapurrean el idioma es simplemente preferible ponerse una meta más asequible, como, yo que sé, el Nobel de la paz, la receta de la felicidad, matar a la hidra...

La burocracia alemana es un juego en el que no es recomendable descubrir las reglas a medida que vas jugando, cosa que nos pasa a menudo. "¡Ah! que para el Elterngeld nos salía mejor haber cambiado la clase de impuestos... hace meses" "O sea... que esto lo podíamos haber desgrabado... el año pasado" "Así que teníamos derecho a esta ayuda... pero se nos ha pasado el plazo para pedirla". A estas alturas cuando nos enteramos de una de estas ya ni me inmuto. Agarro a mi ingeniero por los hombros, le miro a los ojos y le digo: lo importante es la salud.

Tampoco es recomendable ponerse creativo al hacer papeleo. Cada opción para resolver un asunto (en persona, por carta, por Internet) consta de unos pasos, opciones, y plazos definidos de los que uno no se puede salir. Es como un laberinto. Si intentas tomar un atajo te vas a dar de bruces con una pared. Y ni siquiera es eso lo peor que te puede pasar. Puedes atascar la maquinaria y quedarte atrapado en una paradoja administrativa;
-Sin contrato no podemos hacer el empadronamiento
-Muy bien, pero quite la dirección que figura porque ya no vivo allí
-Eso no se puede, alguna dirección tiene que constar
-Pero en esa dirección tampoco tengo contrato
-Pues sin contrato no se puede cambiar

El papeleo alemán es algo que. como en todas las grandes decisiones de la vida, al final uno está solo. La empresa de mi ingeniero ha recibido constructivas opiniones de gente como nosotros sobre la experiencia de los primeros meses en Alemania. Cosas como "cuando buscábamos guardería mi mujer lloraba para dormirse". Por eso ahora ofrece un servicio para ayudar a esa gente. Hace unas semanas hicimos uso del servicio. Son unas señoritas muy majas que se aseguraron de que el formulario del Elterngeld estaba correcto y sólo hacía falta adjuntar un documento. Feliz y lleno de confianza mi marido se personó en la oficina correspondiente. ¡Un documento! Muajajajaaaa. Vuelva vuesa merced tras haber dado muerte al dragón que guarda la cueva del oráculo de los mil misterios. Si logra escapar los ingenios del mago que habita en el lago de las olas de fuego dónde pereció la ninfa Calipso, adjunte la declaración de impuestos y las nóminas del año pasado y ya veremos si tal.

Por lo menos tengo tiempo. Y digo que yo tengo tiempo. Porque mi ingeniero y las tareas mundanas no se llevan bien. "¿Has entregado el papel que te pedí?" "Sí... espera. ¿Qué papel? ¡Ah! Ese papel ¿y dónde estaba?". Al estar disfrutando de la baja maternal puedo pasarme y me paso la mañana tratando de que los señores del seguro me manden un documento. Lo hago en alemán, para decirme a mí misma que no estoy perdiendo el tiempo. Estoy haciendo un tándem, Todo es cuestión de actitud. A la excursión familiar al consulado de Múnich me llevaré unos tuppers. Espero que sea tan entretenida como la última. "Señor, ¿seguro que está de acuerdo en hacerle el pasaporte a su hijo? Eso significa que podrá salir del país con su madre" "¿Un pasaporte es eso? Pensé que me había pedido el día en la oficina, despertado a las seis de la mañana, y estamos todos aquí con un niño que se aburre y no deja de dar la coña porque dan pinchos de tortilla gratis".

Si por lo menos nos quedara la satisfacción del trabajo bien hecho... pero ni eso. Porque somos un desastre. Me acabo de dar cuenta de que mi nombre está escrito de tres o cuatro formas diferentes en las partidas de nacimiento de mis hijos, la de matrimonio, los papeles del seguro, el registro alemán... En algunos tengo dos apellidos, en otros uno. Con o sin acento y en la mayoría de los casos sin segundo nombre. Combine usted esto con el apellido de mi marido, que acentúa la R y la Y, y si recuerda sus clases de combinatoria se hará una idea de lo que puede suponer. Sé que va a llegar el día en que uno de mis hijos va a necesitar una partida de nacimiento, un libro de familia, o un vaya usted a saber qué y voy a perder toda autoridad para decirles que hay que poner atención al hacer los deberes.

Como uno comprenderá, una servidora tiene esos días en los que se ha pasado la mañana hablando con señores que no son familia y les importa un comino mis problemas y no está del mejor humor cuando llega a la guardería.

-¿Que se nos ha pasado el plazo para pedir los materiales de la Laterne? No, no he visto el papel de la entrada. Hace un mes que no vengo y mi familia no habla alemán. Pero estamos hablando de una botella de plástico y papeles de colores, ¿no? ¿Son botellas de Evian recubiertas de papel de seda importado de Japón o algo?

Y esto no es bueno. Teniendo en cuenta que se mi media naranja se ha olvidado de entregar el papel para inscribir a la nena en la guardería e igual se nos ha pasado el plazo debería ser mucho más amable.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Gente rica

No sé si esto es del interés de mis dos o tres lectoras, pero puesto que he tenido que oírlo repetidamente en los últimos días, debe ser importante. Lo voy a compartir con vosotras:
El hijo del vecino de mi madre, que estudió lo mismo que yo, gana un pastizal, tiene un piso en propiedad en un barrio pijo de Madrid y se viene a Alemania con todo pagado por la empresa.

Al parecer soy idiota, queridas. A mi primo carnal la empresa le paga el coche y le da una cesta con jamón por Navidad, el hijo de una amiga de la familia que vive en Suiza gana cienes de miles de euros suizos libres de impuestos, y se me ha asegurado que el más inepto de los miembros de mi familia política puede permitirse y se permite un Rolex.

Yo gano un sueldo con el que puedo comprar en el súper sin mirar el precio de los yogures y no sentirme culpable si se me va la mano regalando Legos al retoño. No es el tipo de sueldo que paga pisos en barrios pijos de Madrid, mucho menos joyones horteras.

Si esperáis que escriba ahora que me da igual, que yo soy feliz con lo que tengo y enhorabuena a los acaudalados conocidos de mis conocidos, estais (en parte) equivocadas.

Estoy muy feliz con lo que tengo. Para empezar, encontrar trabajo en Alemania no fue nada fácil. Ya sé que a otros inmigrantes ingenieros se les recibe con una reverencia y una alfombra de billetes, pero por la razón que sea a mí no me ha pasado. Me encanta mi pisito (alquilado) con su cocina coquetona (del Ikea) y su balconcito (con vistas a nada), pero ahora entiendo la decepción de mis conocidos y familiares, que probablemente esperaban que a estas alturas estuviera escogiendo estanterías a medida para mi salón en propiedad y no amontonando mis libros en unas Expedit cualquiera.

Eso no quita que me moleste saber (como sugieren los hechos anecdóticos) que cualquier ingeniero en Bavaria gana más que yo, que una no es escritora a tiempo completo y de momento trabaja por una remuneración económica. Es como cuando te dicen "¿Has pagado trescientos euros por un viaje a España? JAJAJAA Qué caro, ¿no? Yo he pagado cien, y mi primo el de Albacete, siempre encuentra una oferta con Truñoair y le sale por veinte. Tienes que probar Truñoair. Ah, ¿que ya has probado? ¿Y en Cacanet? ¿Has probado en Cacanet? El nuero de mi vecina viaja siempre con Cacanet y además de salirle por nada el billete siempre le ponene en primera clase. Trescientos euros... yo creo que te están timando". ¿Molesta? ¡Pues claro que sí!

Como yo debo ser medio boba, ni encuentro esos vuelos a veinte Euros, ni he hecho lo que se supone que tiene que hacer uno para que le paguen un sueldo obsceno y encima lo manden de expat a un sitio con encanto. Pero es que además, creo que dando por hecho que uno tiene talento, estudios y ganas, es la pura suerte, el estar en el sitio correcto en el momento adecuado, la que marca la diferencia entre el que gana bien y el que gana pero-que-muy-bien. Piénsalo. Si el talento fuera la única variable en cuestión, todos tus jefes serían maravillosos.

Si, pese a todo, alguien necesita hacerme saber que mi sueldo es una mierda, voy a insistir en que comparta conmigo las estadísticas pertinentes, que es algo que por lo menos se puede usar en una negociación con mi jefe. Por lo demás, a partir de ahora voy a pedir a mis conocidos que si la anécdota no tiene los componentes de una buena historia que me haga reír o llorar o querer compartirla en este blog, por favor me la ahorren. La excepción por supuesto es si se están acostando con el acaudalado vecino, protagonista de la anécdota en cuestión. En ese caso me encantará saber que puedo esperar un Rolex por Navidad.


viernes, 23 de octubre de 2015

Parir sin epidural

Servidora Tedesca, talentosa bloguera (su blog fukitol, es divertidísimo y con un diseño bien currado, no como el mío), ha aceptado el desafío de proponer una camiseta apropiada para la madre que se ve en el trance de parir sin opiáceos. Creo que refleja a la perfección el espíritu de lo que yo quería transmitir en el blog, aquí.



Me encanta la referencia a las drogas blandas. Yo añadiría por detrás "Y no me vuelven a pillar en una de estas", pero eso va en gustos, claro.

Qué, ¿hay interés? ¿Voy mirando precios? Se pueden hacer versiones en inglés, checo, u otros idiomas para esas amistades que te cuentan lo bien que ha ido su parto y a las que te gustaría decir, "toma tu camiseta y calla".

martes, 20 de octubre de 2015

El test del hinojo

En esta década larga de acoger a visitantes en centroeuropa hemos aprendido que nuestro hogar es inaceptable por variadas y numerosas razones:
-No tiene persianas
-La bañera está demasiado alta
-La cama demasiado baja
-Está al lado de una carretera
-Está en un segundo piso sin ascensor
-No contiene un instrumento para preparar Knedliky
-Y se oyen pájaros por la mañana

Los países en los que hemos vivido son así mismo inaceptables porque.
-El pan negro es de pobres
-Las cajeras del Netto son unas desagradables, ergo, la gente en este país (todos y cada uno de ellos) son unos desagradables
-No hay Colacao ni berberechos, lo que lo hace inhabitable para el Homo Hispanicus
-La tienda al lado de casa vende ropa cara y hortera, ergo, la ropa en Alemania es cara y hortera
-Los bares cierran pronto, si sales a medianoche no tienes donde ir
-La gente no habla español
-El té de genjibre sabe a colonia
-La Merkel es una hija de perra y los alemanes unos nazis (sin argumentación adicional)
-Como en España en ningún sitio (vaga argumentación adicional: sol y tapas)
-Llueve

Pero luego está esa gente que te acompaña al supermercado y pasa por alto la ausencia de Colacao, el hecho de que el aceite sea italiano, los precios, el pan negro, las etiquetas en alemán y te dice. ¡Anda, hinojo! ¡Qué bien! ¡Coge, coge, vamos a preparar una ensalada!

Nunca me había dado cuenta antes de las buenas vibraciones que despiden ese tipo de personas. Es una actitud que va más allá del hinojo. Se trata de la misma gente que en lugar de pedirse un pescado y un tinto y despotricar sobre lo malo que está y lo caro que cuesta, se pide unas salchichas con chucrut y te pregunta qué cerveza le recomiendas, Es la gente para la que las cosas nunca son viejas y horteras, son vintage y kitsch. Las que te dicen que no te quites las verrugas, que te dan personalidad y que ven estupendamente bien cualquier decisión idiota que puedas tomar. ¿Un curso de cerámica? Despejar la mente te hace más productivo ¿Hacerte peluquera? Una buena esteticién está muy cotizada ¿Bigamia? Cocinar para más gente siempre es más económico. Es como si en el supermercado de la vida, esta gente estuviera predispuesta a fijarse en el hinojo. O en el colinabo, Lo mismo da.

En fin, que si tienes una o varias personas en tu vida que pasan el test del hinojo, puedes sentirte afortunado. También puedes mandarles una foto como esta:



Es el tipo de gente que lo sabrá apreciar.

La foto la he cogido de aquí

sábado, 17 de octubre de 2015

Vuelta a la normalidad

Tenía que pasar. Las hormonas de la felicidad postpartum han desaparecido. Una lo nota en pequeñas cosas.

Las últimas dos semanas, mi adorado maridito ha estado dedicado exclusivamente a la noble tarea (o tarea de nobles), de tocarse los huevos a dos manos. Es algo que no me ha molestado lo más mínimo. De hecho, lo he considerado un necesario período de adaptación, en el que padre e hija han tenido la oportunidad de conocerse. Con una servidora naturalmente drogada, y la madre de una servidora gestionando que nadie muriera de hambre o de cólera, la casa ha sido una balsa de aceite. En mi percepción distorsionada por la química, mis hijos han sido un amor y sólo tenía ganas de besarlos a todas horas, mi marido, un dechado de virtudes asignado a mí por los ángeles del cielo, y no podría querer más en la vida que seguir exactamente como ahora. Hasta la báscula parecía estar de mi parte y me anunciaba alegremente que me he librado de más de diez kilos así sin más, porque yo lo valgo.

Bien, pues ayer por la mañana mi adorado maridito, ese dechado de virtudes, ha amanecido a las 10, y se ha ido al trabajo a las 11. Mi reacción no ha sido esa de amor y comprensión a la que le tenía acostumbrado últimamente "¿vas a trabajar hoy? Si te apetece, oye. No te vayas a estresar. ¡Ah! Que tienes que desayunar, claro. Tampoco te saltes el almuerzo, no te vaya a dar una lipotimia o algo. Que te has acostado tarde. Que digo yo que si tanto tiempo te sobra por las noches podrías dormir a tu hija, Que la señorita ha decidido que no le gusta la cuna. Y tenemos que hablar de tu hijo, que está insoportable."

Sí, el hijo adorable, y mi madre amantísima, que la semana pasada eran mi felicidad y mi orgullo, sin el soporte de la oxitocina y la endorfina me sacan de quicio. "¡Mami, mami, mami! ¡Juega un poquito solo, amor, que me vas a gastar el nombre!" "No, mamá, no sé como se dice berberecho en alemán, ni creo que los tengan en el Netto." Y es que la nueva adquisión de la familia anda con tos y estamos encerradas en casa, lo que no ayuda. Y llueve. Para colmo llueve.

Así que estoy tratando de compensar el mono de endorfinas comiendo chocolate como si fuera pan. Esto es, hasta que escucho lo siguiente saliendo del baño.
-Jeje, ¡qué curioso! La báscula se ha vuelto loca. Dice que Daniel pesa tres kilos. 



domingo, 11 de octubre de 2015

De la genética

Hace poco tuvimos la charla anual con la profe del pequeño monstruo. O como yo llamo al evento, "Conoce a Mendel y sus guisantes. Introducción a las leyes de la genética... esa perra".

El juego consiste en que por cada cosa que te cuentan sobre el vástago, a uno de los progenitores le corresponde reconocer la culpa, o atribuirse el crédito. Por ejemplo:

Profe: Cuando está jugando a algo que le gusta, se concentra absolutamente. Puedes gritar su nombre y ni se entera.
Yo, mirando a mi media naranja: Sí, eso es algo que me suena familiar

Profe: Los deportes, la coordinación... bueno... digamos que no es uno de sus fuertes.
Mi media naranja me mira a mí. Mea culpa: Vale, no va a ser futbolista.
Profe: No es probable

Profe: La pintura no le interesa demasiado
Los dos asentimos: aha

Profe: Y la música... bueno... Le gusta el tambor
Bien. Guitarra y piano ya tenemos. A ver si a la niña le gusta el bajo.

Profe: Y en lo que es buenísimo, es en matemáticas
Los dos a la vez, hinchando el pecho como un pavo real: ¡Claro!

En resumen, que tenemos un pequeño ingeniero. Lo cierto es que otra cosa me hubiera sorprendido. Ahora, como no está bien encasillar a la criatura (todavía hay esperanza de que nos salga director de cine) estamos intentando fomentar en casa los deportes y las artes gráficas. Esto es, dentro de las limitaciones de la genética.

-Es imposible, Le quiero explicar cómo coger bien el lápiz pero no se deja. Se empeña en hacerlo a su modo y no acepta ayuda, aunque se de cuenta de que cómo el quiere hacerlo no funciona ¿Cómo puede ser tan tozudo?
-Increíble, ¿verdad? -Digo mirando al hombre al que nunca pude enseñar español porque me discutía las reglas de gramática. - Increíble, insisto. ¿Cómo es posible?

martes, 6 de octubre de 2015

De la razón y las hormonas

Normalmente soy una persona bastante racional. Si una amiga me preguntara qué opino sobre métodos para inducir el parto naturalmente (subir escaleras, limpiar cristales, homeopatía y demás), le respondería que en general me parece que no tienen demasiada base científica, que la mayoría de los niños estadísticamente vienen después de la fecha prevista, y que yo sopesaría bien las ventajas y riesgos antes de decidir inducir el parto artificialmente.

Esto es lo que yo diría.

Ahora bien, lo que he hecho cuando la nena ha decidido acomodarse pasado el día D... ha sido abrazar la más absoluta irracionalidad. Me he comprado té de hojas de frambuesa y bebido más de tres tazas al día. He paseado hasta quedarme exhausta. He obligado a mi media naranja a sesiones de sexo diarias, cosa que no sucedía practicamente desde la Erasmus. No he utilizado homeopatía, porque quería mantener la ilusión de seguir siendo fiel a mí misma, y he perdido esa ilusión en el momento en que pronuncié la frase "luna llena, superluna y eclipse. Esta noche nace seguro".

Y no. No ha servido de nada.

El lunes nos encontramos en el hospital, manteniendo esa temida charla sobre las ventajas e inconvenientes de inducir el parto artificialmente. Mi media naranja y yo nos habíamos preparado para esto. Llevábamos una lista de preguntas que queríamos hacer y la idea de esperar dos días más antes de forzar la cosa. Al fin y al cabo, el límite no es algo exacto, es más como la fecha de caducidad de los yogures. Lamentablemente la conversación no fue precisamente la educada disquisición basada en datos estadísticos que habíamos esperado:

-A partir de la semana 41, las posibilidades de que el bebé se muera aumentan exponencialmente
-Vale. Inducimos. 

Me gustaría decir que a partir de ahí me comporté de un modo lógico y coherente con mis ideas. No. No ha sido el caso.

Lo que yo te diría sobre las drogas, en concreto la epidural, es que Dios nos dió opiáceos por una buena razón. Te diría, ¿a qué no se te pasa por la cabeza hacerte un empaste sin anestesia? Para mí, el parto sin anestesia es como una maratón, algo que lleva al cuerpo al límite sin más meta que un subidón temporal de endorfinas, el poder decir "lo hice" y en ocasiones una camiseta.

Pues de algún modo me hice convencer para meterme en una bañera caliente hasta que fue demasiado tarde para las benditas drogas. Incluso después de inisistir en que yo salía de la bañera en cuando estuviera disponible el anestesista, por algún motivo acabé dejándome poner en lugar de la gloriosa epidural, ese placebo de mierda que en teoría te relaja. No sólo eso, sino que insistí en que me dieran otra dosis, a lo que la comadrona debió pensar, "pobriña...".

Así que nuestro pequeño experimento europeo 2.0 ha nacido, como diría mi madre, a lo hippy. Lo bueno es que estoy disfrutando de un subidón de endorfinas que ríete de las drogas de diseño. Mi amor por todo el mundo es ilimitado. No puedo parar de repartir abrazos. Además puedo mirar de tú a tú a todas esas checas que me miraban a mí con horror por sugerir que un parto es lo suficientemente desagradable como para no despreciar las opciones que nos brinda la farmacología y decirles que sigo pensando lo mismo, y aunque de momento nadie me ha regalado una camiseta no descarto hacerme yo una. Esto es, antes de que se me pase el efecto de las hormonas, vuelva a convertirme en una persona razonable, y sea plenamente consciente del absurdo que me rodea ahora mismo. 

martes, 22 de septiembre de 2015

Visitas

¿Qué es más importante, el bienestar físico o el espiritual? En mi caso, esto es un poco como preguntar ¿a quién quieres más, a papá o a mamá? Papá viene a mi casa con la maleta llena de libros. Mamá viene con lentejas. Papá se preocupa de que mi sistema de audio sea "state of the art". Mamá se preocupa si el baño no está impoluto. Con papá hablamos de política, pero mamá pregunta si tengo algo para planchar. Los dos tienen sin duda la mejor de las intenciones y están deseando ayudar, pero la idea de tenerlos a la vez en casa mientras esperamos el gran evento es tan atractiva como dejar que te exfolien los pies una manada de ratas, así que no queda más remedio que decidir. No me queda más remedio, mejor dicho. Mi media naranja es lo suficientemente espabilado como para saber que cuando se trata de la familia en estos momentos lo que se espera de él es un "sí, amor" "lo que tú quieras, amor", y nada más.

Teniendo en cuenta que de momento me puedo mover, he tomado la salomónica decisión de que mi padre venga antes del día D, y mi madre después, y por ahora la cosa ha ido bien. En estas semanas de baja que tan graciosamente nos ofrece el estado alemán me he leído de cabo a rabo Anna Karenina, un premio planeta y un premio de la crítica de 1975, y estoy a punto de conocer al señor Terenci Moix. Es como una comida con entrante, postre, pan y vino para mi yo inteletual. Me lo imagino acariciándose la barriga de puro gusto. No me daba un atracón así desde... posiblemente desde que veía por la tele el libro gordo de Petete.

El baño, por otra parte, está como está, porque no se limpia solo mientras papá y yo visitamos el palacio de justicia. El volúmen de tareas mundanas que tenemos es básicamente el mismo que antes de la visita, hasta el punto en que mi media naranja hizo un amago de queja por tener que recoger él cada noche la cocina. Un amago, digo, porque él sabe que es mejor no discutir estas cosas en estos momentos, y además mi padre le cae bien. Hace poco se compraron los dos auriculares nuevos de la misma marca.

Lo malo es que la premisa de este arreglo, que yo de momento me puedo mover, empieza a hacer aguas, y por mucho que me atraiga la idea de romper las mismas en el museo de Durero o algún sitio culto, poco a poco llega el momento en el que valoraría aún más poner las piernas en alto mientras alguien se encarga de la cena. En resúmen. Le he comprado el billete de avión a mamá. Mi media naranja ha hecho un amago de protesta.

-Cariño, ¿y no podríamos retrasar el viaje de tu madre un poco? ¿Un par de semanas para estar tú y yo solos?
-No, porque alguien tiene que cuidar al pequeño monstruo si resulta que me pongo de parto justo ahora, mi madre no sabe hacer escalas, mi hermana se va de vacaciones y no la puede traer más tarde, y después de horas de negociaciones a tres bandas, no me toques las narices, que me pongo de parto ya...
-Sí mi amor. Lo que tu quieras, amor. 

lunes, 14 de septiembre de 2015

Mi príncipe azul

Me considero una persona afortunada. No por nacer en la parte correcta del mundo, eso no es garantía de nada. Se puede vivir aquí y ser terriblemente desgraciado. Me siento afortunada porque por muchos errores que haya podido cometer en los más variados aspectos de mi vida (baste indicar que mi trabajo implica mayormente hacer powerpoints), hay una cosa de la que llevo estando segura más de una década, y esa es que cuando elegí con quien compartir esta vida imperfecta, escogí al candidato ideal.

No es que sea el príncipe azul que yo soñé. Es que el príncipe azul que yo tenía en mente es un pedante y un cursi y hubiéramos durado juntos dos primaveras. Sí, mi príncipe soñado te compra flores de vez en cuanto, te susurra cosas bonitas al oído, y te hace una declaración de amor cuando estás viendo la puesta de sol en el Taj Mahal. Sin llegar a tanto, sí me gustaría, claro está, que mi media naranja tuviera un detalle conmigo de vez en cuando, que nuestra lista de sms intercambiados, por ejemplo, fuera algo más romántico que "a qué hora llegas" "voy de camino" "compra leche" en bucle. Pero me conformo con ese "Miluju te" que llega de ciento en viento y sabe a gloria.

No es el principe que quería, pero es el príncipe que necesitaba. El que, confrontado con mi locura mantiene la calma, el que escucha mayormente mientras yo hablo sin parar, el que está siempre de acuerdo en todo lo que yo quiera hacer (pero trata de que él haga lo que tú quieres y entenderás lo que es darte de bruces con una pared de hormigón), el que no te abre la puerta, pero te lleva la mochila durante ese trekking infernal y no te juzga si dentro van las planchas para el pelo. (Cierto, de todos modos no creo que sepa para qué sirven). Es también el que me arrastra para empezar a ese trekking infernal, me empuja desde lo alto de una cuesta con patines, o, despreciando mi terror por las alturas, me pone un arnés y me deja sin más opción que escalar una pared vertical. Por mucho que le grite y amenace, si no fuera por él, nunca habría descubierto el paisaje increíble de los Alpes en invierno y el placer de deslizarse sobre la nieve. Nunca se me ocurrió que el príncipe azul pudiera tener ese tipo de utilidad.

Se dice que es imposible mantener una relación de pareja con quién no se admira. Yo le admiro. Le interesa el cine y la literatura, pero no siente la imperiosa necesidad de sacar a pasear a Proust. Es deportista, pero por el placer del deporte en sí. Quiero decir, que para él es mil veces más atractiva una montaña que una sala de máquinas, y para mí es mil veces más atractivo el hombre que va de vez en cuando a los Alpes que el que va todos los días al gimnasio. Ha decidido aprender a tocar la guitarra, y lo está haciendo cuando nadie (yo la primera) hubiera apostado por el éxito de tal empresa. No admitiré que es más inteligente que yo, pero el hecho es que me suele ganar en juegos de lógica. Y sí, se acuesta a las dos de la mañana para jugar al Celtic Heroes, pero ¿qué clase de persona odiosa sería si no tuviera una debilidad?

Mi media naranja no sólo es una reserva de material genético de calidad y diverso al mío propio, sino que además una vez dicho material ha sido recombinado en forma de niño trilingüe, es un padre, no vamos a decir ejemplar, pero digamos que no me preocupa que nuestro pequeño monstruo crezca teniéndole a él como modelo. Le empuja desde lo alto de una cuesta con la bicicleta, le lleva a escalar, le enseña a ponerse los esquíes y juegan a salpicarse en las fuentes. Y Dani está encantado. Pero además puedo decir que es una buena persona. Su sentido de la moralidad es ligeramente autista, por supuesto, algo así como "no me ofendo, no ofendo". Pero eso ha resultado ser una máxima bastante razonable para la mayor parte de las problemáticas de carácter ético del día a día.

Sí, le doy las gracias al universo porque una persona como él se cruzó conmigo en el momento justo. Sólo, querido universo, sí que hay un detallito. Una tontería. Una minucia. ¿Sería posible que dejara de encontrarme los calcetines sucios de mi príncipe azul cada mañana en el sofá del salón?

martes, 1 de septiembre de 2015

Se acerca el día D

Este embarazo está a punto de acabarse, y lo cierto es que me da penita, porque no creo que vuelva a meterme en una de estas. No habrá más ocasiones de plantarse con las manos en la barriga enfrente de un adolescente ensimismado en el metro, no más comportarse como una loca y echarle la culpa a las hormonas y no más servirse las tres últimas porciones de helado y mirar desafiante a mi media naranja (atrevete, atrevete a decir algo). Voy a agradecer, claro está, poder volver a cortarme yo misma las uñas de los pies, tumbarme boca abajo y dar vueltas en la cama sin bufar, resoplar y sentir como si estuviera cambiando de posición a un bebé ballena, pero lo cierto es que no me puedo quejar. Quitando cuatro Kleinlichkeiten me encuentro fenomenal.

Aquí puede que hablen las hormonas y no yo, pero incluso me hace mucha ilusión la nueva incorporación al equipo trilingüe. La memoria hace cosas muy extrañas en la cabeza de una embarazada y resulta que apenas me acuerdo de las noches sin dormir, el drama de olvidarse la ropa de recambio, y ese estrés contínuo de los padres primerizos porque el bebé hace cosas imprevistas cada día como echar una caquita verde o tener la cabeza irregular, o de pronto subirle la fiebre a 37. Al guardar la ropita en el armario me viene algún flashback. Mmmm, ¿no le llevamos envuelto en esta manta al hospital esa noche que no paraba de llorar y la abuela decía que le diéramos té y al final desesperados e histéricos (el estado natural de un padre primerizo) nos fuimos a urgencias dónde la criatura le cagó toda la consulta al médico y se durmió como un bendito? Pues sí, no sé por qué nos hemos quedado con ganas de más.

Con todo, hemos tenido mucha suerte. He visto a gente desesperada, biberón en mano, porque el niño no coge la teta, o no duerme más de una hora seguida. Mi pequeño experimento europeo le cogió el gusto a la teta y a dormir con apenas dos días de vida. Y así sigue. Y sí, estoy convencida que esto, como lo de pasar un embarazo estupendo es mayormente una cuestión de suerte.

Pero querida amiga que te has pasado el embarazo vomitando y la crianza alternando la mastitis con el sacaleches, antes de que decidas odiarme por siempre, tienes que saber que el universo sólo me compensa por la que me hizo pasar el (los) días del parto. Mi parto fue una pesadilla tal que voy a recomendar a esa amiga que me está leyendo y pensando en tener hijos que salte directamente al siguiente párrafo. Así por dar un par de apuntes, nos pasamos casi veinticuatro horas en la sala de partos. De las últimas horas tengo recuerdos sueltos: yo gritando porque no venía el anestesista con la epidural, probando posturas a ver si la criatura giraba y salía de una puñetera vez, los 120 minutos gloriosos en que estuve bajo el efecto de la anestesia en medio de horas y horas de dolor, y el recuerdo de firmar finalmente la autorización en checo para la cesárea con la mano izquierda y sin gafas.

¿Podía haber influído yo las cosas de algún modo? No lo creo. El hospital en el que di a luz tiene un porcentaje bastante bajo de cesáreas. No creo que me la recomendaran por terminar el turno temprano. Por mucho que algún retrasado me pregunte si "voy a escoger cesárea otra vez", sé que es aún más idiota sentirse frustrada, o peor, culpable.

Pero eso no evita, claro, esa sensación que yo describo como "no quiero morir" y que me impulsa a dejar arreglados y visibles los papeles del banco. Mi media naranja, el ingeniero, gestiona la situación como él mejor sabe. Diciéndome que las estadísticas están de mi parte, y que si quiero busca los números exactos. Lo curioso es que sí que me alivia, porque aunque demuestre tener la empatía de un arbusto, me gusta que un argumento esté respaldado por números. Ese "va a salir todo bien" sin justificar me trae a la memoria películas dónde uno siente la tentación de gritar al protagonista "¡Qué no! ¿No ves que no va a salir bien? ¡No lo hagas!". Y en este caso ya no cabe la posibilidad de no hacerlo.

Así que ahí estoy yo, pensando en positivo, abrazando a mi hijo de un modo que si fuera un poco mayor me diría "¡quita, mamá, estás fatal!", absoluta y completamente cagada de miedo, y el seguro, con la misma sensibilidad que mi media naranja, me envía un folleto para la donación de órganos.

Igual sí tenía que haberme apuntado al yoga.


lunes, 24 de agosto de 2015

Ausländer, Gastarbeiter, expats y demás

La semana pasada, en el cumpleaños de un amiguito de la guarde de Daniel, mi media naranja me llamó la atención sobre una pegatina que los padres tenían en el salón. Al parecer decía algo así como “Ausländer-rein, wir sagen nein”. Teniendo en cuenta que es una pareja encantadora, y que en la fiesta había entre 3 y cinco extranjeros dependiendo de cómo de nazis nos pongamos en la definición, estoy segura de que hay un contexto que no entendimos:

-O bien mi marido leyó mal la frase, o no la leyó entera
-O bien se trataba de un texto irónico cuyo verdadero significado se nos escapó
-O tiene el mismo sentido que las revistas de los testigos de Jehová que yo acumulo por casa para echarme unas risas de vez en cuando

Si realmente esos padres están en contra de los extranjeros, lo primero que tendrían que hacer es sacar a su hijo de la guardería, porque allí somos una plaga. En un grupo de ocho niños son cuatro los  hijos de alguien que no ha nacido en Alemania. Y hay un quinto con el que voy a hacer una atrevida generalización y asumir que sus padres tampoco han nacido aquí basándome en que son los dos bastante morenos y la madre lleva un pañuelo en la cabeza (no lo hagáis en casa, niños, esto se llama racismo).

Claro que los padres de esta guardería somos lo que he oído llamar “inmigrantes buenos”. El inmigrante "malo" sería aquel que no se quiere integrar en la cultura de Baviera, por ejemplo, no es católico, no habla alemán, se relaciona mayormente con gente de su país… Y un inmigrante bueno es lo mismo, pero con pelas.

Parece ser que últimamente la gente está bastante asustada con el tema de la inmigración. Y no hablo de los cuatro tarados que se pasean por Núremberg de vez en cuando para sofoco del alcalde (Porque si eres alcalde de Núremberg hay una cosa, y una sóla que no quieres volver a oír: “Vaya, otra vez retraso en el metro por culpa del desfile nazi”). Hablo de gente que jamás se llamaría a sí mismo racista, pero que en un momento dado te obsequia con alguna perla como que "los negros son menos inteligentes" o conversaciones de este tipo:
-Me parece injusto que las escuelas manden tanto trabajo para casa. ¿Qué pasa con las que no hablamos alemán? Es una desventaja terrible.
-Bueno, si uno viene a Alemania tiene que aprender el idioma, ¿no?
-Pero los críos no tienen la culpa, ellos están aprendiendo alemán. ¿No debería la escuela ofrecer las mismas oportunidades a todos los niños independientemente de quién sean sus padres?
-Nadie les obliga a venir

Yo entiendo que el tema inmigración se ha vuelto extremadamente confuso. Que se lo pregunten a mi madre, a quien Dios le ha dado en gracia dos yernos guiris y desde que tiene novio sirio ha pasado de “los moros son terroristas” a “el islam es una religión de paz”. Cualquiera que trabaje en una empresa internacional en algún momento va a tener un jefe indio, un colega rumano, o una secretaria neozelandesa. Ser abiertamente racista en esta época en que vivimos está feo. Y en el peor de los casos te puede costar el puesto de trabajo. Por eso ahora (más bien tarde) las empresas insisten en crear trainings para que la gente se acostumbre a trabajar con otras culturas. Increíbles, los trainings, por cierto: “Caso de estudio: John performs a tea ceremony to his Japanese clients. Clients are not pleased”.

Así que si uno quiere decir nein a los Ausländer tiene que acotar bien el grupo al que se refiere, como una profa mía de alemán.
-Gastarbeiter es una palabra en desuso, yo no os veo a ninguno de vosotros como Gastarbeiter
Y con razón, señorita, puesto que en este curso da la casualidad de que sólo tenemos ciudadanos de la Unión Europea. O sea, que estamos hablando de gente que ejerce su derecho de libertad de movimiento en los países miembros de la UE. (Sí, griegos incluidos). De “Gaste” nada. Vaya, que cuando uno está en su casa no necesita invitación.

Quizá lo de Asländer entonces va por los ciudadanos de fuera de la Unión, pero eso sigue siendo un poco confuso. ¿Es la turka de la peluquería dónde voy a hacerme las cejas más Ausländer que yo? Para empezar lo más probable es que haya nacido aquí. Desde luego, no sé si tiene acento, pero habla alemán mejor de lo que yo nunca lo haré. Parece razonable pensar que tener la nacionalidad alemana te excluye del grupo de “Ausländer” pero sospecho que para uno de esos que echan de menos desfiles militares en Núremberg no es el caso.

¿Y los extra comunitarios que trabajan en Siemens o Adidas? Lo que pasa con esos es que se les considera parte de los “buenos”. A los inmigrantes “buenos” a menudo se nos llama expats, pero yo normalmente reservo ese término para el afortunado hijo de… al que su empresa ha obligado a mudarse y recibe por tanto prebendas como un piso gratis y dietas de desplazamiento. Nosotros, desgraciadamente, no somos expats.

He oído el término “migrant” para referirse a la gente que se desplaza por gusto más que por necesidad, pero esta definición se queda un poco pobre. ¿Dónde exactamente ponemos la línea? Los únicos que se desplazan por absoluta necesidad son los refugiados, y por puro gusto los turistas. Y ¿puede el argumento “escuche, señor neonazi, que yo estoy aquí por gusto” salvarte de una paliza?

Con esto yo agradecería a quien tenga algo en contra de los extranjeros, se posicione en una situación algo más clara que la que deja entrever “Ausländer nein” y me explique a quién o qué exactamente se refiere. Por ejemplo “Wir sagen nein a la gente de cultura/religión diferente a la nuestra con pocos recursos económicos, independientemente de su nacionalidad y dominio de la lengua local, a no ser que esta persona esté relacionada conmigo en algún sentido, como puede ser trabajar de cocinero en mi Kebab favorito”. O bien “Wir sagen nein a una política de inmigración laxa que facilita la llegada de refugiados, aunque soy plenamente consciente de que mi hostilidad expresada en un medio gráfico difícilmente va a motivar a una familia a volver a un país en guerra”. O "Wir sagen nein al concepto de la UE en general, que permite el libre movimiento de ciudadanos en Europa aunque una eventual ruptura de la Unión sería para mi país el equivalente económico a dispararse en el pie y luego tratarse la herida con homeopatía".

No sé si es mucho texto para una pegatina, pero lo veo imprescindible. Si no, te arriesgas a que alguien te tome por un racista. Y eso, como digo, hoy en día está muy feo.

domingo, 16 de agosto de 2015

Abuelas

Una abuela es esa persona que si se lo pides está dispuesta a dejarlo todo, santiguarse tres veces y coger un avión para venir a ayudarte a limpiar a fondo la cocina. Una abuela es la única persona en el mundo que dice cosas como "¡déjame a mí cambiarle el pañal, que me hace ilusión!". Una abuela te trae pepinos del pueblo, aceite de oliva y lentejas. Porque en Alemania no hay. Una abuela te quiere a ti y a tus vástagos más que a nadie en el mundo, y sin desmerecer nada de esto, una abuela es capaz de sacarte de tus casillas en menos de treinta segundos.  Veinte con este calor.

Cuando nació Daniel las abuelas lograron que fantaseara con mandarlas de vuelta a casa en menos de veinticuatro horas. Esta vez han batido su propio record. Me están volviendo loca, las dos, y esta pobre hija mía ni siquiera ha nacido todavía. Primero ambas abuelas, cada una en su punta de Europa se han puesto de acuerdo en que la niña debería llamarse Lucía, o Lucka, en checo. Parece ser que es el nombre de moda, lo cual sería razón más que suficiente para elegir otro, pero las abuelas, ya se sabe, son sordas cuando les conviene, e insisten, “Lucía es un nombre muy bonito” “A co si myslíte o Lucka?”.

Con la abuela checa huelo una bronca inminente sobre algún tema de género. Me temo que me quiere convertir mi proyecto de niña supercool en una vulgar Barbie. Ya nos ha regalado una colección otoño-invierno en paleta rosa palo / rosa chicle / rosa fucsia / rosa rosa que me hace desear secretamente que la niña salga daltónica. Por descontado yo le he dado las gracias efusivamente (¡qué menos!), pero ya he avisado a la otra familia que el rosa lo tenemos cubierto, y que recuerden que Dios viste con colores hermosos (y variados) a las flores del campo.

No es sólo la ropa. El otro día la abuela nos salió con la pregunta de si íbamos a hacerle los agujeros de las orejas a la criatura. Lo cierto es que no lo había pensado, pero mi primera reacción fue responder que no, con lo que me gané esa mirada de “con la de chicas guapas y normales que hay en Mohelnice, ¡la que me ha tocado en gracia!” Y varios comentarios en checo por parte de los comensales del tipo “ya se sabe, es una cultura diferente”, “¡pero si a los bebés no les duele!”, “pues si cambiáis de idea yo quiero comprarle pendientes”. Pero incluso pensándolo un poco más detenidamente, me tengo que quedar con el no. Y la razón es que no me parece correcto hacerle agujeros en el cuerpo a mi hija sin preguntar. Si luego quiere hacérselos y pasa un mal rato me tendrá que perdonar, pero un recordatorio de que los piercings y tatuajes duelen nos puede venir bien en el futuro.

La abuela española ha vuelto a acordarse de la época en que ella estaba embarazada, y como cualquier tiempo pasado fue mejor, ahora resulta que ella estaba estupenda, delgadísima, se encontraba mejor que nunca, y caminaba dos horas diarias. Esta información contrasta con lo que yo oía mientras estaba creciendo, esto es, que cuando estaba embarazada de mi hermana, mi madre estaba tan enorme que se libró de una multa por exceso de velocidad porque el policía pensaba que iba de camino al hospital a dar a luz. Pero esto no le impide recomendarme ensaladas, y andar mucho, y comentar lo grande que estoy con el resto de la familia, hasta el punto de que lo primero que me dice mi padre por Skype es “pues no estás taaaan gorda”.

Pero con la abuela española lo más difícil suele ser distinguir lo que dice de lo que quiere decir. Últimamente nos repite que “ella está disponible cuando queramos para venir a echarnos una mano”, mientras hace campaña encubierta para venirse antes del parto, que es lo que ella quiere realmente. Y me temo que en este punto no va a salirse con la suya. Mi querido esposo ha reaccionado pronto, primero apelando a que el parto debería ser una cosa íntima y luego, sin pausa, añadiendo que si es necesario él se lleva al niño a España para que lo cuide mi madre.

Sí, sí, parece que no soy la única a las que las abuelas le inspiran todo el cariño del mundo y a la vez una especie de terror proporcional a los kilómetros que dicha abuela haya recorrido ya en dirección a nuestra casa. Y ya sé que es feo decirlo de una persona que sólo trae en la maleta polvorones y buenas intenciones, pero lo cierto es que no estoy precisamente deseando que aterricen, "¿Cómo le tienes con las orejas sin tapar? ¿Le das leche cada hora? Yo creo que te toma el pelo. Te he traído děti čaj (té para bebés). ¿Porqué no le pones la chaquetita de punto? Hazle una foto con mi móvil para tu tía. Otra. Otra. Otra... ¡qué bonita!... ¡otra! Te he traído una fotocopia del pediatra con lo que tiene que comer a los seis meses. Un cuatro de manzana golden, medio plátano... Los tomates están más baratos en el Netto. A mí no me gustan los turcos esos. ¿Cuánto te ha costado la mantita? ¿Porqué no le pones la que te traje de Moravicany? ¿No le das papilla de fruta por la tarde? ¿No te llevas un abrigo y el paragüas por si acaso? Yo creo que tiene frío. Mírale, pobre, va asfixiado. Tápale las orejas... y medio melocotón. Yo creo que necesita un cambio de pañal. ¿No? Sí, yo creo que sí. Está incómodo. Yo diría que hay que cambiarle. ¿No le cambias? ¿Cuanto te ha costado el cambiador? ¿No le dais té? ¿No tenéis dumplings? ¿No tenéis una olla express? ¿No quieres más lentejas? ¡Qué estás criando! ¿Pero ya le vas a dar el pecho otra vez?

Vaya, que no lo estamos deseando.



lunes, 27 de julio de 2015

Madres trabajadoras

Es un hecho que a ciertas empresas les cuesta mucho adaptarse a los tiempos modernos. No sé porqué para algunos es tan difícil admitir que fichar ya no tiene sentido y que los jefes con altos niveles de testosterona son como dinosaurios a los que se es ha olvidado extinguirse. Y aunque son cada vez más los artículos al respecto, al parecer todavía hay quien no se ha dado cuenta de que una madre es lo más cercano al empleado ideal.

Tiene todo el sentido del mundo. Coge un empleado que sintiera un mínimo de satisfacción en su puesto y de un día para otro en lugar de hablar de lo importante que es este o el otro objetivo insiste en que "ahora tienes un proyecto más importante entre manos". En lugar de interesarte por sus planes en la empresa pregunta una y mil veces si va a volver a tiempo completo y en el almuerzo, en lugar de comentar algo sobre un nuevo cliente, pregunta si ya tiene pensado un nombre para la criatura y comenta los detalles del parto.

Luego, convierte a este empleado en lo que sería básicamente una máquina de soporte vital durante varios meses. Insiste en que es el trabajo más importante del mundo y si por azar, este empleado dispusiera de unos minutos de libertad, aprovechalos para tratar los detalles de su nuevo puesto. Para el momento en que debe volver a trabajar el empleado está tan harto de hablar de cacas que posiblemente acepte trabajar gratis por el placer de conversar con gente adulta durante el almuerzo.

Una madre no trabaja por dinero. Bueno, sí. Pero trabaja sobre todo por seguir sintiéndose algo más que madre. Una madre que vuelve a trabajar es como un tigre que ha estado encerrado en una jaula durante meses. Y por alguna razón absurda hay empresas que deciden atarlo en un poste cuando deberían dejarlo en libertad y tirarle una presa viva para ver como la despedaza por pura diversión.

Una madre es un ser sin miedo y sin escrúpulos. "Me he pasado la noche limpiando vómitos. ¿De qué dices que se queja el cliente? ¿Una reunión complicada? ¿Y? ¿Vas a vomitar también?". Una madre es un monstruo multitarea que es capaz de participar en teleconferencias mientras da la teta y pone una lavadora. ¿Tienes un segundo? Una madre siempre tiene un segundo. La última vez que disfrutó de concentración ininterrumpida fue el día del parto.

Para una madre el tiempo vale más que el oro. Da igual que su casa se haya incendiado durante la noche, estará en la oficina a las ocho de la mañana, porque la alternativa de pasar el día sola con los retoños suena agotadora. Si son las 16:50 y se encuentra en una reunión en la que hay todavía cinco puntos por tratar, se tratan. Sin tonterías. Que la guardería no espera abierta a que el pesado de turno tenga la oportunidad de lucirse. ¿Pausas para café? ¿Discusiones interminables que se repiten como en un bucle? ¿Mañanas de resaca? ¿Cinco minutos con el móvil en el baño? Todo prescindible. Esa mujer lleva meses aligerando su rutina diaria hasta acabar con la lista de necesidades de un monje tibetano.

Las madres son excelentes jefes. Hace meses que se las considera únicas responsables del bienestar de otro ser humano y desde entonces participan en el mejor training de gestión de crisis, gestión de recursos, gestión de riesgos y tolerancia a la frustración. Y lo hacen muchas veces con los peores compañeros y profesores. Suegras que no entienden porqué no planchas la ropa interior de su hijo, amigas que para todo te recomiendan homeopatía y señoras que te miran mal si se te ocurre sacar del bolso un potito de compra.

Que sí, que sí. Que está la lactancia, las visitas al pediatra... ¿y qué? Dejale a ella que se organize el tiempo. Desde que es madre ha aprendido a hacerlo mucho mejor que tú. O entérate de cuanto gana su marido y págale eso mismo y un euro más. Luego sientate y observa como la paternidad compartida se hace realidad. Eso, amiga mía, se llama "transferencia de riesgos" y una madre lo conoce bien. Es como cuando una le dice a su pareja que sale cinco minutitos al supermercado sabiendo que dentro de nada va a tocar cambiar el pañal.

Y si sabiendo todo esto, todavía hay alguien que por paternalismo o pura estupidez prefiere sentar a las madres en el banquillo de reserva, ese alguien no se está ganando el suelo que le pagan. Quizá debería pedir a alguna madre que le explique todo lo que hay que saber sobre la gestión del talento.

Dedicado a Maria

jueves, 23 de julio de 2015

Yoga para embarazadas

Antes de quedarme embarazada había unos dos millones de cosas que tenía claro que esta vez, , iba a hacer bien. Empezando por tomar vitaminas antes de concebir, anunciarle la noticia a mi media naranja de un modo algo más romántico que agitar un Predictor en el momento que entra por la puerta, pasar del primer capítulo del libro gordo de la embarazada, seguir saliendo a correr, ponerme música en la barriga para estimular al feto, comer mayormente verduritas y engordar sólo ocho kilos, hacer natación para embarazadas, yoga para embarazadas, cursos de preparación al parto, asegurarme de que mi media naranja honra su papel de parte implicada en el asunto arrastrándole a las visitas del ginecólogo, documentar el proceso con numerosas ecografías en Facebook y un vídeo en 4D, hacerme fotos de la barriga creciendo, organizar una baby shower y congelar el cordón umbilical entre otras.

En algún momento de este embarazo he decidido que no necesito una lista de tareas adicional a las que tengo en el trabajo y en casa y que llevo a cabo como siempre, pero con una carga extra de hormonas y grasa abdominal. Sobre todo no necesito romperme los cuernos tratando de hacer de esto una experiencia inolvidable cuando la otra parte interesada en el asunto se ha pasado más de cuatro meses en estado de negación, y sólo ahora que mi barriga ha superado con creces la barrera "ropa normal anchita", empieza, aunque sea tímidamente, a entender que hay un nuevo miembro de la familia creciendo dentro de mí. Aún hoy, toda su preparación para el gran momento se limita a llamarme cariñosamente "fatty".

Claro está, la decisión de tomarme las cosas con calma no ha sido fruto de meditar civilizadamente mis opciones, sino la consecuencia de darme cuenta de que me estaba comportando como una tarada. Me explico.
Una cosa que todo el mundo te pregunta en Alemania cuando les dices que estás embarazada es ¿ya tienes una Hebamme (comadrona)? Mi reacción fue entrar en pánico, llorar y gritar a mi media naranja ¿una Hebamme? ¡No! ¡Dios santo! ¡No tengo Hebamme! No tengo escayola para hacerme un molde de la barriga, no tengo abierta una cuenta de ahorros para el bebé, no tengo una almohada en forma de churro y no tengo bragas premamá ¡Necesito una Hebamme! Así, escribí nada menos que a dieciocho comadronas y llamé a otras tantas hasta encontrar a una disponible en Septiembre (temporada alta de vacaciones para las Hebammes, al parecer).

Nótese que con mi primer vástago no tuve más comadrona que la del hospital el día D, así que toda esta angustia era gratuita e irracional, aunque yo esto no lo sabía, claro, sólo me di cuenta cuando por fin conocí a la esperada Hebamme.

-Bueeeno, y entonces ¿qué servicios ofrece?
-Pues... me llamas si tienes alguna duda
-…

Y yo pensando ¿ya está? Yo había oído hablar de masajes de pies y remedios caseros como parte del "portfolio". Después de un silencio algo incómodo charlamos animadamente de todo un poco. Muy agradable e informativo, pero definitivamente prescindible. Fue exactamente entonces, cuando le dije adiós y cerré la puerta de casa que me di cuenta de que quizá había exagerado un poquitín con el tema. Si tengo un problema, probablemente llamaré a la ginecóloga/pediatra, y si no lo tengo, no creo que llame a la Hebamme para que venga a hacerme compañía. Conociéndome, lo más probable es que no la llame en absluto.

¿Clases de yoga? Nah.





viernes, 26 de junio de 2015

Vacaciones

Un embarazo no es una enfermedad, es algo completamente natural. Puedes seguir con tu vida, business as usual. Excepto, por supuesto, que no puedes beber, fumar, esquiar, tomar una sauna, bucear, hacer surf o subir a un volcán y que cualquier cosa que estés pensando llevarte a la boca esta probablemente prohibida según alguna página de Internet. Si escribes en Google la secuencia "alimento X" + "durante", el buscador ya sabe que la siguiente palabra va a ser "embarazo".

Incluso si tú te encuentras estupendamente, siempre va a haber gente que crea que deberías estar en casa quietecita. Por ejemplo Air Asia. Antes de volar te hacen firmar un papel que dice, no sólo que no tienes derecho a denunciarles si te pasa algo, sino que además ellos se reservan el derecho denunciarte a ti si tu bombo les causa problemas. Atendiendo a lo que está escrito en el formulario en teoría podrían pedirte dinero por esos cinco o quince quilos que te traes de contrabando. Ya ves. Todo normal.

Una vez en el país extraño, me he dado cuenta de que una embarazada se convierte en esa señora loca que pregunta que pez ex-ac-ta-men-te es el que se está comiendo. ¿Mahi-mahi? ¿Cómo es de grande? ¿Cuánto mercurio puede acumular? "Señora, el pez es grande, pero no se preocupe, le puedo garantizar que sólo le servimos un filete". Es esa misma señora chiflada que pide una papaya y un cuchillo en el hotel porque pone en duda las condiciones sanitarias del inmaculado stall de zumos en un centro comercial de Singapur. "Quiere usted papaya" "¡No! Quiero una papaya" "un plato de papaya, quiere decir..." "Una papaya. Con piel y... Déjelo ¿sabe dónde hay un supermercado con fruta y artículos de cocina?"

"Estoy embarazada" le digo a mi marido mientras, sentados en un restaurante de esos que te llaman "señora", te ponen el bolso en una mesita, y te sirven cosas con nombres que ocupan tres líneas en la carta, me dedico a restregar los cubiertos en una toallita desinfectante. Cosa que no, no hago en Alemania. No tengo explicación a porqué de repente me volví una tarada integrista. Las hormonas.

El caso es que excepto el tema de la locura transitoria en torno a la comida, de vacaciones me encontraba tan bien que si no hubiera sido por el sentido común (esa perra) me hubiera alquilado una tabla de surf. Tuvimos un par de interesantes conversaciones "Y... dices que el volcán está a tres mil metros de altitud... ¿pero la escalada es difícil? Y hay sulfuro en el aire... ya, pero ¿de cuánto sulfuro estamos hablando?". Hay que decir que al final me conformé con un día de snorkling. Soy una sosa.

Ya de vuelta a casa me temo que Alemania esconde riesgos mucho mayores que las playas del sudeste asiático. El medio kilito que me he cogido en vacaciones gracias a ese consumo equilibrado de 50% arroz y 50% fideo frito va a quedar sepultado bajo la montaña de chocolate, galletas y dulce, que es la base de mi dieta actual. "Cariño, ¿no te acabas de comer un helado?" Mirada por respuesta que quiere decir "¿En serio vas a discutirle a tu mujer embarazada cuantos helados puede o no puede comer?" Y por supuesto, seguimos sin poder fumar, beber, correr, escalar, o bailar salsa, pero desgraciadamente está permitido fregar, hacer la compra, la colada, cocinar, coger en brazos al pequeño monstruo y agacharse unas ciento veinticinco veces al día para recoger calcetines, legos y mercedes, fiat y bmw de juguete. No es justo, señoras, no es justo. Yo me planto. O me dejan bucear con peces globo o la cena está noche la prepara Rita.

jueves, 21 de mayo de 2015

Tenía que pasar. Me he vuelto loca.

Siempre he pensado que el instinto maternal no existe. A mi esas declaraciones tipo "vi a mi hijo por primera vez y me enamoré" me hacen levantar una ceja, dar un sorbo a mi Aperol, apoyar la barbilla en la mano y responder "Aha".

Con mi primer embarazo un buen número de personas creyó que de repente tenía que estar encantada de pasarme el día aguantando a los mocosos de mis conocidos. No. Lo cierto es que seguía (y sigo) sin encontrarle demasiada gracia a los niños ajenos, o no la gracia suficiente como para preferirlos a una buena sala de cine o a un brunch con adultos.

Por aquel entonces la gente a mi alrededor decidió, todos a la vez, y sin tener ninguna pista al respecto, que yo había cambiado y que de alguna manera el crecerme la barriga, volverme una bomba de anticuerpos, y tener el systema digestivo a la altura de la garganta, había hecho que me replanteara mis convicciones, mi escala de valores, y mis metas vitales y de pronto todo lo que quería en la vida era mantenerme a menos de un metro del vástago al que ni siquiera había tenido el placer de conocer.

Por descontado que el mismo estándar no era relevante para el progenitor B. Él no tiene instinto maternal. No tiene ningún impedimento genético para querer ser el mejor en su trabajo y seguir tomándose unas copas por las noches ¿No os dais cuenta? ¡Él no puede amamantar! ¡No tiene tetas! ¡Es un hecho! (si tener hijos consistiera únicamente en dar teta, amigas, cuantos disgustos nos ahorraríamos).

En fin, que parece que por algún motivo a mí con el embarazo no se me activó el gen ese que te hace decir cosas como que tu recién nacido es lo mejor que te ha pasado en la vida o que no puedes imaginarte estar lejos de él una noche. Cierto es que estaba dispuesta a arrancar los ojos al que se acercara a esa cosita diminuta con malas intenciones, pero creo que no hubiera tenido que hacerlo. Papá se me hubiera adelantado.

Y no es mala cosa, porque si ahora me toca decir sandeces cursis y edulcoradas las digo de verdad. Porque sí, con el tiempo lo cierto es que adoramos al pequeño monstruo tanto o más que la más alucinada de esas madres que a todo te responden en Wassap con fotos de la progenie.

No amigas, para mí el instinto maternal es una excusa para encerrarnos en la cocina, "si te va a gustar, tontina, ¿no ves que lo llevas en los genes? Si no prefieres el placer de cocinar croquetas toda la puta tarde para tus vástagos a sentarte en una terraza del centro con tus amigas y dejar que se las apañen con una lasaña de compra es que eres una madre desnaturalizada".

Así que uno se puede imaginar mi sorpresa cuando al echar un vistazo al periódico de la mañana tengo que salir corriendo a baño sin poder dejar de llorar porque se me ha ocurrido empezar a leer (y no he podido acabar) las noticias horribles sobre mocosos ajenos. ¡Mierda de hormonas! Genial. Me estoy volviendo una tarada y mi media naranja no puede parar de reír.

Creo que necesito terapia de choque. Mañana sin falta me voy al centro a hacer el vago, beber descafeinado y leerme el libro más cinico que pueda encontrar. Creo que hay un paquete de salchichas en el frigo. O igual no. ¡Salud!

viernes, 15 de mayo de 2015

Boys will be boys

El deporte es algo muy importante para los checos. Haz una prueba. Pregunta a un padre español que tal les va a sus hijos. Posiblemente te responderá algo así como "A la niña se le dan muy bien las matemáticas, y mi niño es el primero de la clase el inglés". Si le preguntas a un padre checo, sin embargo, es muy posible que la respuesta sea algo en esta dirección "A la niña se le da muy bien la natación, y mi hijo está en el equipo de hockey y en el de volleyball".

Las ocasiones festivas en España, Navidades, puentes en verano, perder la virginidad... normalmente implican beber, comer, y volver a beber, en sus diferentes formas, como puede ser la hora del vermut, la comida, la sobremesa, o simplemente ponerse ciego a copas sin darle un nombre concreto. El día 25 de Diciembre, en el pueblo de mi marido se juega al squash y al badminton (y se bebe entre partido y partido), en verano se hacen viajes en canoa (parando en todos los bares), y la gente suele perder la virginidad en una cabaña durante una excursión de esquí (en las que, como es evidente, se bebe como animales).

En fin, que mi media naranja decidió recientemente que es hora de que el pequeño centroeuropeo empiece a familiarizarse con los deportes de equipo. A tal efecto compró un balón, y padre e hijo se fueron al parque a probarlo. Lo que pasó después... ¿cómo puedo explicarlo? Supongo que los genes maternos han decidido de pronto que ellos tienen algo que decir.

Dani nada más llegar al parque, se ha puesto a jugar con los coches
-¡Venga, dale una patada, pásale el balón a papá!
-Mira papá, esto es un taller, y este auto está kaputt.
Papá dándole unas pataditas al balón - Luego jugamos con los coches ¡Vamos! ¡Mira! Mira cómo le paso el balón a mamá
Un enano de un año se acerca y hábilmente me roba la pelota
-Mira, Dani, pasa el balón a tu amigo.
-Dani golpea el balón sin mucha convicción, pero al segundo pierde el hilo -Papá, ¿qué es eso?
Una vez explicada la función de una casita para pájaros, el partido prosigue. Papá, en un intento de impresionar al vástago, le da un patadón al balón que le hace volar varios metros y aterrizar en un charco. Daniel corre detrás de él y lo recoge con ambas manos.
-Oooohhh papá, se ha ensuciado.
-No te preocupes, cariño - interviene mamá - con la hierba mojada se limpia
El padre comienza a perder la paciencia. Hace otro intento por interesar a su hijo, pasándole de nuevo el balón, y el niño hace un amago de ir hacia la pelota, pero en el último momento Daniel se da la vuelta y se pone a recoger flores "para mamá y para papá".
Papá me mira con esos ojos que quieren decir "de algún modo esto es tu culpa" y aprovecha que cae una finísima lluvia para dar por finalizado el encuentro. Yo le doy una palmadita en la espalda, "bueno, a lo mejor con la niña tienes más suerte"


miércoles, 22 de abril de 2015

De compras

Yo no soy mucho de comprar ropa online, más que nada porque carezco de la vista que tiene alguna gente para saber que ese vestidito retro que a la maniquí le queda estupendo, a ti te va a sacar lorzas dónde no las tienes, a quitarte diez centímetros de altura por un efecto óptico extraño, y que lo retro fácilmente se convierte en un look mercadillo chungo al salir de Internet.

Pero el caso es que tengo una boda a finales de Mayo y la única oferta de maternidad que conozco es la del H&M, que consiste en dos tipos de pantalones y cuatro de camisetas, así que me he puesto a buscar un vestido premamá de bodorrio por Internet. Y si ya era difícil hacerte a la idea de cómo te va a sentar a ti este modelito que lleva puesto una muchacha bastante más alta, delgada, maquillada y peinada que tú, cuando el atuendo premamá lo lleva la misma muchacha con un balón en la barriga, entonces te ofrece la misma información que si se estuviera probando el vestido un señor de Badajoz.

La oferta está en línea con lo que una se imagina cuando se queda embarazada, supongo. Que por delante le va a crecer la barriga y por detrás todo se te va a quedar igual que estaba. Que no te van a salir estrías, porque te das bien de crema del Mercadona (importada) todos los días, y que vas a coger diez kilos justitos. ¡Ja! Insisto, ¡JA, JA!

Me he pasado una hora mirando fotos, y preguntándome qué embarazada se atreve con semejantes tacones y cómo solucionan la imposibilidad física de alcanzar las uñas de los pies para pintárselas. He hecho un ejercicio de visión espacial tratando de imaginarme la geometría del cuerpo si se le quitaran quince centímetros de largura y se le pusieran en las caderas, pero cuando he visto a una señorita con un six-pack y una noventa de pecho modelando un sujetador de maternidad lo he dejado por imposible. Esas, señoras y señores, no son las tetas de una embarazada. Cuando quiero comprar un sujetador de maternidad esta foto:


me ofrece la misma información que esta:


¡Vaya! Que al final he tenido que coger el toro (o el Microsoft Paint) por los cuernos. ¿Qué vestido me pido?






martes, 7 de abril de 2015

Sobre los enfados

Hace un tiempo me llegó una carta de un amigo de la adolescencia con el que había perdido contacto hacía más de diez años.

En ella me decía que sentía haber dejado de hablarme, que lo hizo porque a una novia suya no le gustaba que se relacionara conmigo, y que ahora que se había divorciado le gustaría volver a encontrarse. Nunca le respondí, y todavía no sé qué me parece enterarme de que puedo estar en la "chorbagenda" de alguien desde los dieciocho. Después de tantos años no tenía ningún interés en volver a retomar contacto. Y el supuesto dilema de alguien que quiere hablarme pero no puede me pareció una pérdida de tiempo increíble y una demostración de debilidad moral.

Es parecido a cuanto me enteré de que alguien del instituto me odia (en presente, no en pasado). Quizá lo correcto sería enterarse de porqué para asegurarse de que la persona que soy hoy no comete los mismos errores que cometió la persona que era entonces, pero mi reacción fue reírme. Que alguien se tome el trabajo de odiarme durante tanto tiempo dándose de bruces contra mi total desconocimiento del asunto me parece como poco absurdo. Hay que aclarar que yo en el instituto no fui precisamente el tipo de chica que va rompiendo corazones o pegándose en el patio, así que no hay nada realmente obvio por lo que me merezca el odio de alguien.

Yo no odio a nadie durante años. Yo odio muchísimo durante días, a veces un poco durante meses, y con eso me basta. Tampoco nadie me ha hecho un daño irreparable, pero si fuera el caso, posiblemente iría a terapia. Si no pudiera pasar la página de ese chico que me puso los cuernos, de esa chica que se dedicaba a putearme a escondidas, pediría ayuda. De hecho, esa chica que me puteaba ahora vive por Núremberg. Nos hemos saludado cortésmente y acordado tácitamente que no hay necesidad de compartir un café. Ya está.

Porque tampoco soy una santa que perdona y olvida y por defecto pone la otra mejilla. Lo cierto es que he sacado a gente de mi vida. Y otros me han sacado a mi de la suya, con ofensa o sin ella, a veces sin que ambas partes sean plenamente conscientes de dicha ofensa. En general no me arrepiento. Una va notando cada vez más que el tiempo es limitado y sólo se puede perder con quien importa. Hay casos en los que he querido recuperar el contacto. A veces no me han respondido y no he insistido. Sus razones tendrán, como yo tengo las mías para no responder al colega del primer párrafo.

Si ahora me dedico a hacer autoterapia sobre el rencor y el pasado es porque he estado a punto de perder una amistad que me importa porque hace dos años se enfadó y nunca le pregunté el porqué.

Me cuesta mucho entenderlo porque yo no someto a mi familia y amigos, ni a mi misma, a ese tipo de estándar. Mantener un enfado con mi media naranja es la definición de perder el tiempo. Con su autismo borderline, esperar que se de cuenta de que llevo tres horas enfurruñada en mi habitación es como esperar que la segunda venida de Cristo tenga lugar en la cocina de mi casa. Mañana. Sobre las tres de la tarde. Si tuviera que guardarle rencor cuando no se entera de que estoy a un calcetín sucio de vaciarle el armario y tirar la ropa por la ventana no tendría tiempo de hacer otra cosa, ocupada en apuntar en un voluminoso registro cada vez que se me pasa por la cabeza la palabra divorcio.

Mi amiga ha estado dos años esperando que le preguntara porqué se enfado. Quizá debiera haberlo hecho el primer día y así no la hubiera decepcionado tantísimo, pero tengo mis dudas de que hubiera bastado. Con el tiempo he aprendido que no decir nada y esperar que la gente actúe como a ti te gustaría es una receta segura para sentirse decepcionada. Y aún peor es intentar forzar una situación para que alguien se de cuenta de lo que esperas y haga lo que quieres, especie de chantaje sentimental que se lleva a cabo sin ser muy consciente.  Mi amiga me ha dado sutiles pistas del enfado durante este tiempo, pero lo cierto es que cuando finalmente me he enterado, me han hecho sentir chantajeada, un poco como el cónyuge al que le niega sexo el otro. ¿Por qué? ¡Tú sabrás! Y lo cierto es que es un sentimiento muy puñetero para llevárselo a una posible mesa de negociación, si es que se puede hablar de tal cosa entre amigos. Creo que es por esto por lo que cuando he sabido del enfado no me ha apetecido demasiado sentarme a discutirlo civilizadamente. Cuando intentamos forzar a otro a portarse de una manera, lo más posible es que el tiro nos salga por la culata y la persona haga algo del todo inesperado.

Al final el resultado de un enfado del todo absurdo, que se niega a ser olvidado y su desastrosa gestión es que no hemos podido pasar la Semana Santa todas las amigas juntas. Sí, nos hemos sentado por lo menos un rato, hemos hablado y en teoría ha quedado todo arreglado. Espero que sí. Al menos una de las partes no tiene que desenfadarse. Yo no estoy enfadada, sólo triste. Me parece idiota actuar de un modo que hace lo posible por preservar en la memoria un día en que nos enfadamos, en lugar del recuerdo de las cosas que podríamos haber hecho juntas.