jueves, 21 de mayo de 2015

Tenía que pasar. Me he vuelto loca.

Siempre he pensado que el instinto maternal no existe. A mi esas declaraciones tipo "vi a mi hijo por primera vez y me enamoré" me hacen levantar una ceja, dar un sorbo a mi Aperol, apoyar la barbilla en la mano y responder "Aha".

Con mi primer embarazo un buen número de personas creyó que de repente tenía que estar encantada de pasarme el día aguantando a los mocosos de mis conocidos. No. Lo cierto es que seguía (y sigo) sin encontrarle demasiada gracia a los niños ajenos, o no la gracia suficiente como para preferirlos a una buena sala de cine o a un brunch con adultos.

Por aquel entonces la gente a mi alrededor decidió, todos a la vez, y sin tener ninguna pista al respecto, que yo había cambiado y que de alguna manera el crecerme la barriga, volverme una bomba de anticuerpos, y tener el systema digestivo a la altura de la garganta, había hecho que me replanteara mis convicciones, mi escala de valores, y mis metas vitales y de pronto todo lo que quería en la vida era mantenerme a menos de un metro del vástago al que ni siquiera había tenido el placer de conocer.

Por descontado que el mismo estándar no era relevante para el progenitor B. Él no tiene instinto maternal. No tiene ningún impedimento genético para querer ser el mejor en su trabajo y seguir tomándose unas copas por las noches ¿No os dais cuenta? ¡Él no puede amamantar! ¡No tiene tetas! ¡Es un hecho! (si tener hijos consistiera únicamente en dar teta, amigas, cuantos disgustos nos ahorraríamos).

En fin, que parece que por algún motivo a mí con el embarazo no se me activó el gen ese que te hace decir cosas como que tu recién nacido es lo mejor que te ha pasado en la vida o que no puedes imaginarte estar lejos de él una noche. Cierto es que estaba dispuesta a arrancar los ojos al que se acercara a esa cosita diminuta con malas intenciones, pero creo que no hubiera tenido que hacerlo. Papá se me hubiera adelantado.

Y no es mala cosa, porque si ahora me toca decir sandeces cursis y edulcoradas las digo de verdad. Porque sí, con el tiempo lo cierto es que adoramos al pequeño monstruo tanto o más que la más alucinada de esas madres que a todo te responden en Wassap con fotos de la progenie.

No amigas, para mí el instinto maternal es una excusa para encerrarnos en la cocina, "si te va a gustar, tontina, ¿no ves que lo llevas en los genes? Si no prefieres el placer de cocinar croquetas toda la puta tarde para tus vástagos a sentarte en una terraza del centro con tus amigas y dejar que se las apañen con una lasaña de compra es que eres una madre desnaturalizada".

Así que uno se puede imaginar mi sorpresa cuando al echar un vistazo al periódico de la mañana tengo que salir corriendo a baño sin poder dejar de llorar porque se me ha ocurrido empezar a leer (y no he podido acabar) las noticias horribles sobre mocosos ajenos. ¡Mierda de hormonas! Genial. Me estoy volviendo una tarada y mi media naranja no puede parar de reír.

Creo que necesito terapia de choque. Mañana sin falta me voy al centro a hacer el vago, beber descafeinado y leerme el libro más cinico que pueda encontrar. Creo que hay un paquete de salchichas en el frigo. O igual no. ¡Salud!

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