jueves, 17 de agosto de 2017

Empieza el cole

El tiempo pasa que da miedo y así a lo tonto ayer fue la despedida del monstruito trilingüe en la guardería.

Cómo las educadoras son gente astuta, la fiesta fue sólo para los niños, con lo que todos nos ahorramos una tonelada de kleenex, un buen número de frases hechas, y vacías promesas selladas con intercambios de número de teléfono.

Los niños no hacen nada de eso. Los niños comieron tarta y constataron que su mochila era la más bonita de todas. Sí. Cuatro semanas antes de que empiecen las clases se da por hecho que todos los niños tienen ya su mochila. Porque al parecer las mochilas de escuela se acaban en Junio y ¡pobre del que no la tenga ya comprada! Por una vez, ésto lo hemos hecho bien. Fuimos a un outlet de mochilas en Mayo y hace ya meses que tenemos el resto del material. Es importante hacer estas cosas pronto, para tener toda la atención de las señoritas de la papelería que se encargan de explicarte que estás equivocada cuando pretendes comprar un paquete de lápices a un euro la docena. Los lápices blandos que un escolar de hoy en día requiere deben ser triangulares, gordotes, y costar cuatro veces más que uno normal. La situación me recuerda mucho a cuando nos vendieron un cepillo de dientes como parte del equipamiento para el nuevo bebé. Y como entonces, mi única reacción es asentir y presentar cuando requerida mi tarjeta de crédito.

Después de la fiesta los niños se llevaron un archivador con una colección de fotos y trabajos de sus años de guardería. Así los padres pueden emocionarse tranquilamente en casa con el progreso del pequeño vástago y lo joven que una misma parecía en la fiesta de Navidad de hace tres años.

En mi caso, abrí el archivador ya con las lágrimas en el rabillo del ojo. Esperaba encontrarme dos grandes épocas artísticas. La época de los transportes, que fue de los tres a los cuatro y medio, en la que el pequeño artista representaba remolques, limusinas, trenes de vapor y locomotoras eléctricas a base de círculos y óvalos cada vez más complejos. Luego, sin pasos intermedios, vino la época submarina, con folios pintados en azul y una fauna en aumento de animales y vegetales marinos. En un acto de genialidad absoluta, las obras de arte venían acompañadas de un folio adicional, con una isla de las de palmera gigante en el medio, y un ocasional submarino. Este folio se colocaría encima del anterior para darle perspectiva, resultando en un díptico que ríete  tú de los retablos románicos.

En lugar de eso me encuentro la evolución, mes a mes, de tres elementos: una casa, un árbol, y una persona. Y sí, uno ve cómo el monstruito dibuja cada vez mejor la casa, el árbol y la persona. Pero es que a mi hijo no le gusta dibujar casas, ni árboles (salvo la palmera mencionada), ni personas. Mi hijo dibuja tiburones, algas, tortugas y limusinas con todas sus ruedas. Sus dibujos de personas son una mierda, con perdón. Aquí hay que hacer un inciso para explicar que la madurez de un niño para empezar la escuela se valora, entre otras cosas, en la medida en que es capaz de dibujar el arbolito, la casa y el monigote, así que, al parecer eso es lo que practican en la guarde. A dibujar casas, árboles y señores.

Tengo que decir que ésto me ha dejado en estado de shock. Con unos pocos dibujos, mi hijo ha dinamitado una de las pocas cosas en las que todavía tenía una fe inquebrantable: La educación, sobre todo la pública, y el sistema de calificaciones. ¿Cómo es posible que se coarten los instintos creativos de mi retoño de tal manera? Si se busca una medida de la evolución del niño, que se cuente el número de especies submarinas que incluye en sus dibujos, en lugar de buscarla en los cuatro palos con los que mi hijo da por terminada con desgana absoluta la tediosa tarea de producir un ser humano en el papel. 

Así que ahora, además de emocionada, estoy acojonada. ¿Eso es lo que va a hacer el cole? ¿Contribuir a la extinción de su rica fauna imaginaria? ¿Necesitaremos clases de apoyo para que no olvide la creatividad con la que viene de serie? Por de pronto voy a buscar uno de sus bodegones marinos y colgarlo bien visible en su habitación. 

Océano con tiburón, peces y plancton. Pintura de lápiz sobre papel.

lunes, 7 de agosto de 2017

Aprender a gritar ¡fuego!

Este mundo nuestro es un sitio muy peligroso. Las paredes tienen asbestos, los desodorantes aluminio, y por si fuera poco existen los tiburones. Uno no tiene más remedio que andarse con ojo.

Esto lo saben todos los buenos padres, y por eso la clase del monstruito organiza un curso para evitar que los niños puedan caer en las garras de algún depredador sexual.
Por supuesto que el curso no se ha ofrecido con esas palabras exactas. Lo que se enseña a los niños es a confiar en sí mismos. Y más concretamente, a gritar "¡fuego!" si un extraño les molesta.

Nada en contra. De verdad. Son cosas que está muy bien saber. De hecho hemos pagado felizmente una cantidad de tres cifras por el curso. (La camiseta no la hemos comprado. Espero que no se nos considere malos padres por eso).

El curso en sí, muy profesional. La profesora empezó por explicarnos en detalle el contenido de cada uno de los módulos, todos alrededor del concepto de evitar convertirse en una víctima. Me imagino que el curso de cómo no convertirse en agresor no es tan popular y por eso no lo ofrecen. ¿Quién estaría dispuesto a pagar un número de tres cifras para que le enseñen a su angelito a no ser un delincuente sexual? Mis hijos son un amor, los pequeños psicópatas son los de los otros. Yo me pregunto si no es más fácil enseñar a los niños a no joder al prójimo que introducirles en el concepto de "reloj de sentimientos", pero claro, yo no soy la experta.

Sé que el tema, hasta cierto punto, se explica en la guardería. Que cuando un crío le mete el dedo en el ojo a otro no se espera del afectado que la próxima vez tenga mejores reflejos y lo esquive, pero si aprender que nadie tiene derecho a tocarte sin tu consentimiento merece una hora de curso, no puedo dejar de pensar que quizá merezca el mismo tiempo explicar que tú tampoco tienes derecho a tocar a nadie.

Que a lo mejor también se lo explican, oiga, pero me da la impresión de que no es para eso para lo que los padres pagan, que estamos todos muy concentrados en proteger a nuestros hijos en la misma medida de parabenes y de secuestradores. Los cachorros de violadores, ladrones, y abusones en general vienen ya crecidos de Moldavia, debe ser.

De todos modos estoy aquí discutiendo el temario del curso, preocupándome, como buena madre que intento ser, y me pregunto cuánto de lo que le han explicado se le ha quedado en la cabeza. Mi hijo es capaz de recordarme que la mariquita que vimos aquella vez en las vacaciones tenía siete puntos, es capaz de retener en la cabeza que los leones duermen veinte horas al día (papá es como un león, ¿verdad?), y que le prometimos que la próxima vez que pasáramos por esta tienda le compraríamos una orejas de Mickey Mouse, pero después de seis horas de curso, las "islas de seguridad", el no hablar a extraños, y todo el protocolo para gestionar situaciones peligrosas, cuando se pierde en la plaza del mercado lo único que se le ocurre es echar a correr en dirección opuesta a donde me encuentro. "¿Pero no te han dicho en el curso lo que hay que hacer si te pierdes?" "no lo sé" "Pues ¿qué te han enseñado?" "no lo sé", "¿no te acuerdas del curso?" "¿Qué curso?"

Al final, es mejor no preocuparse.