jueves, 25 de enero de 2018

Dos humanos muy diferentes

Me han tocado en suerte dos humanos que no pueden ser más diferentes. Desde el punto de vista del primero, el mundo es un lugar lleno de cosas que observar, despiezar, entender, modificar, y en algunos casos, si apetece, volver a montar. Para el segundo humano, el mundo es un espacio donde se hacen cosas, y todo lo que hay en él son accesorios que utilizar en su actuación. Al primero le fascinan los mecanismos de los objetos, sea un volcán, un reloj, o un trozo de plástico tirado en la calle. Para el segundo la vida es un parque de atracciones en el que la razón de ser de todo es su disfrute. Los objetos están ahí para ser olidos, chupados, tocados y mirados. El primero prefiere hacer torres, y el segundo sobre todo tirarlas. Al primero le gustan las cosas con muchos botones y al segundo las cosas que hacen cosquillas o que tienen música. El primero pregunta que comían los mamuts y el segundo baila al ritmo de la secadora.

Es muy tentador decir que tengo en casa un ingeniero y una actriz. Un niño inteligente y una niña sensible. Pero eso sería tratar a mis niños como jerseys que tienen su sitio asignado en la cómoda. Y a diferencia de los jerseys, los niños son cosas complejas que te sorprenden saliéndose constantemente del cajón donde los habías metido. El ingeniero sin imaginación se levanta un día y te pregunta si las tormentas de nieve las crean los volcanes del cielo. Y a la niña sensible le da por organizar sus juguetes en fila y contarlos varias veces.

Sería terrible hacerles eso a mis hijos. Meterles en una caja, cerrar la tapa, escribir una etiqueta y pegarla. Ponerles encima unos adjetivos y empezar a tratarles de acuerdo con esas palabras más o menos arbitrarias. Aunque mi hijo pueda pasarse una tarde preguntando cómo y dónde se crean las amatistas. Y aunque mi hija parezca estar preparándose para el papel de Brunhilda en el anillo de los Nibelungos.

Así que hacemos un esfuerzo consciente para ofrecer a mis hijos un espectro de experiencias lo más amplio posible. El único deporte que quiere hacer el monstruito es jugar al ajedrez, pero igualmente intentamos interesarle por la natación, la música, y la creatividad, con resultados a veces sorprendentes, y a veces, no tanto.

-¡Venga! ¡Vamos a inventarnos un cuento! "Había una vez una cebra sin rayas. ¿Cómo sigue la historia?"
-"¡Y yo que sé, mamá! ¿Cómo quieres que lo sepa, si nunca me has contado ese cuento? Anda que... tas loca, mamá"

Y me dan ganas de decirle, aprovecha hijo, aprovecha ahora para ser inventor de cuentos, podólogo de elefantes y crítico de chocolatinas. Aprovecha, porque cuando seas dentista sólo vas a hacer esculturas de muelas picadas. Cuando seas mayor te pondrán un montón de adjetivos encima, descubrirás lo difícil que es hacerse pintor cuando ya se es mecánico, y querrás tener en tu armario un montón de jerseys perfectamente doblados, los oscuros a la derecha, los claros a la izquierda, ocupando cada prenda un cuadrado perfecto

Hasta que un día seas padre y metas la mano en el cajón del armario de sus hijos sin saber que jersey vas a agarrar. Y sientas, como yo, un poco de envidia.
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