martes, 14 de abril de 2020

El dilema del prisionero

Como madre, a veces me he preguntado si, para motivar a nuestros niños a que cooperen, se puede utilizar el dilema del prisionero. Es sencillo. ¿Quién ha tirado espuma de afeitar por todo el baño? Los niños tienen estas opciones:




(Sí, chocolate y pantallas. Ya ha quedado establecido que soy una mala madre).

El caso es que la mejor opción para los dos es quedarse callados, pero la tentación de delatar al otro es muy fuerte. El castigo si vas de bueno y te delatan es el peor.

Bueno, pues estaba yo pensando en esto al leer las noticias de los últimos días. Agárrate, que viene un giro brutal. Como decía, estaba yo pensando, imagina que eres un país que tienes que prepararte para una pandemia. El dilema al que te enfrentas no es muy distinto del dilema del prisionero.

Tu sanidad no está preparada para afrontar esto, porque, chica, había que ahorrar, y ahora nos hacen falta personal, respiradores y millones de mascarillas. Es lo que hay.

Si quieres conseguir todo el material que sea posible lo antes posible, lo mejor es actuar por libre, negociar con los proveedores, y que le den tila al resto, en un sálvese quien pueda demencial. Si todos ofrecen uno, yo ofrezco dos y me llevo el lote de mascarillas.

Esto es lo que nos ha pasado. Los países han intentado ir por libre, pero también las comunidades autónomas, y hasta los hospitales, pisándose los pies unos a otros para regocigo de los fabricantes de material sanitario.

Es lógico. Lo mejor para el bien común hubiera sido ponerse de acuerdo para repartir racionalmente las existencias, pero para eso, hay que tener la mínima seguridad que los otros también van a cooperar. A ver, si un iluminao hubiera dicho ¡Chicos, antes de comprar como locos, vamos a nombrar un representante para hablar con los distribuidores en nombre de la Unión Europea! ¿Qué hubiéramos pensado? Uno. Que ese ya se ha agenciado todo lo que necesita. O dos. Que es un tarado comunista.

Pero esto es un problema serio, porque la pandemia no es un ejemplo único. Todos estaríamos mejor si los gobiernos se tomaran en serio el cambio climático, pero si soy el único que contamina lo que le sale del parlamento, entonces me va mejor que a nadie.

¿Qué se puede hacer? ¿Hay un sistema para aumentar la confianza de los jugadores? ¿Se puede cambiar el juego? Si lo que está pasando estos días sirve de ejemplo, la cosa pinta mal, y parece que este es otro de esos problemas que vamos a dejar en manos de nuestra progenie. Yo por si acaso, voy a intentar equiparles de la mejor manera posible para enfrentarse con este dilema. Espero que tres días sin tablets ni consolas les hagan reflexionar sobre la necesidad de buscar soluciones globales a problemas globales.

jueves, 2 de abril de 2020

Opciones para la cuarentena

Esta cuarentena no está siendo igual para todo el mundo. 

No, amiga. En lo alto de la pirámide, por así decirlo, están las parejas alemanas que viven en una casa con jardín, o las que llegaron a sus cabañas en la montaña. Estas todavía tienen sexo. Pueden salir a hacer trekking. Y si, con un poco de suerte, son tiempos de calma en su empresa, pueden fingir que teletrabajan mientras leen Guerra y Paz. 

Las familias con niños cuyos dos miembros teletrabajan no lo están pasando tan bien, pero todavía pueden considerarse afortunadas. Teletrabajan. Puede que tengan un balcón. Quizá sus niños se pasan horas montando legos. Y con un poco de suerte están sanos. 

Hay autónomos que no están tan bien. Gente que tiene razones para tener miedo. 

Y luego hay gente a la que está historia le pilla renovando la cocina. O de mudanza. Con la lavadora estropeada, tres niños y sólo una Tablet. 

No. No estamos tan mal aquí en casa. Además, toda esta historia ha tenido un efecto positivo inesperado. Y es que ha hecho que la culpa desaparezca. 

Tengo que reconocer que en el mundo pasado también estábamos agobiados. Incluso el fin de semana. Hay que salir, hacer planes. Ver gente. Es un pecado quedarse en casa. Pasan meses hasta que vemos a algunos de nuestros amigos. No se puede uno revolcar en el sofá toda la mañana, con lo bueno que hace fuera.

Pues llegó el primer finde de confinamiento. ¿Tienen natación los niños? No. ¿Con quién quedamos? Con nadie. ¿Cogemos el coche? ¿Para qué? El sábado a las cuatro de la tarde mi familia seguía espatarrada en el sofá. Esto, en el mundo pasado hubiera sido una bronca. ¿Ahora? ¡Hacedme sitio! 

Yo sé que si esto siguiera mucho tiempo nos tiraríamos de los pelos. Pero de momento la experiencia ha sido tan buena, que me estoy volviendo una experta en rechazar posibles fuentes de agobio, culpa, y estrés. Y esto significa, amigas, decir no. 

Decir no a las invitaciones de espectáculos virtuales de marionetas. A ver, pero si no vas en la vida real, ¿a santo de qué vas a estar pendiente del reloj para conectarte a las siete?

Decir no a los links que te envían a la premier de una oscura producción de Murcia. ¿De verdad no tienes opciones para ver películas, a la hora que quieras, desde tu casa? 

Decir no a los millones de links y compilaciones de links con manualidades, contenidos, y revistas. Ya los necesitarás en otro momento. ¿O antes no pasabas noches de sábado en casa? 

Esta genial tener opciones, es maravilloso que haya conciertos en vivo, clases de piano virtuales, cuentacuentos, y campeonatos de ajedrez por Internet. Esas cosas son maravillosas en cualquier momento. ¡Gracias!

Pero con calma, chicas, con calma. ¿Cuando vas a poder pasarte otro fin de semana en pijama comiendo palomitas y viendo Netflix? Aprovecha, amiga. Modera tu ambición. Si de esta conseguimos leer algún libro, yo me doy por satisfecha.