viernes, 21 de octubre de 2016

Organizar fiestas

"Enhorabuena por la nueva casa" "Muchas felicidades en este día tan especial" "Disfrutamos mucho en vuestra boda" "Tenéis un bebé adorable" "¡Feliz cumpleaños! Allí estaremos" "Nos alegramos mucho por vosotros" "¿Otra vez embarazados? ¡Qué valientes!". Durante más de una década comprar y escribir tarjetas de felicitación, acordarse de cumpleaños y aniversarios, mandar paquetes con regalos a nuestros amigos y tarjetas de Navidad a nuestra familia ha sido exclusivamente responsabilidad mía.

¿Cómo vas a pedirle a un padre que se olvida de porqué su hijo no tiene pantalones que se acuerde de elegir un regalo, comprarlo, empaquetarlo y enviarlo al hijo de otras personas? ¿Cómo puede esperarse de un hombre que se olvida el mes en que cumple años su madre una lista de invitados a la fiesta, unas invitaciones, un menú y una tarta? Resulta temerario poner en sus manos incluso algo tan simple como ir a comprar unos globos.

-Mira, cariño, puesto que estás de baja este mes, ¿puedes llamar a este sitio dónde organizan fiestas infantiles y reservarlo?
-Ya está. Hecho. Sólo tenemos que gastarnos cien euros la hora en comida y bebida
-¿Cien euros la hora? Pero eso es una barbaridad
-No, mujer, si invitamos a diez niños y cada adulto se paga un café y una tarta...
-A ver, mi amor, (no puedo creerme que te tenga que explicar esto), si invitas a gente, ¡el café se lo pagas tú!

En fin, que hace unos días fue el cumpleaños de mi hija y pronto fue más que evidente que si iba a haber fiesta no iba a ser gracias a mi medio knedliky.

Para complicar las cosas, en medio de las preparaciones, mi querido maridito vino con malas noticias del trabajo. Un compañero de la oficina de Londres había fallecido de forma inesperada. Él había decidido encargarse de mandar una tarjeta con condolencias firmada por toda la oficina de Núremberg.

-Eso está muy bien cariño (a la viuda le hará ilusión recibir la tarjeta en el décimo aniversario del deceso)

Desde ese momento y por espacio de varias semanas, cada vez que le preguntaba qué tal la vuelta al trabajo me contaba "estresado. Estoy gestionando una foto de todos los compañeros con camisas hawaianas, porque mi colega de Londres siempre usaba camisas de colores" "La tarjeta ya está firmada, pero estoy preparando una colecta" "Tengo que meter con photoshop a un compañero en la foto" "Es un fiasco. Todos han venido con camisas azules".

"¿Vas a comprar huevos para la tarta del cumpleaños de tu hija?" "Voy a parar un segundo en correos. Necesito mandar la tarjeta y una lámina con dedicatorias. ¿Tendrán tijeras? Tengo que pegar la foto ¿Te gusta más el sepia o el blanco y negro?".

"¿Estás buscando algún regalo para la fiesta?" "En un segundo. Tengo que hacer la transferencia a un refugio de gatos. A mi colega le gustaban mucho los gatos".

Total, que la fiesta de cumpleaños la he tenido que organizar yo. La tarta, las invitaciones, el picoteo, la decoración, y hasta las flores de caramelo para decorar el postre. Sólo otra madre se puede figurar la dosis de mala leche que he incorporado en la harina, la rabia con que he cortado los bordes del pan bimbo, las palabrotas con las que he decorado las paredes del salón y los malos humos con los que he hinchado los globos. Porque hasta ahora yo pensaba que mi media naranja era fisiológicamente incapaz de organizar algo más complejo que el cajón de su ropa interior y eso me daba cierta paz, pero cuando en lugar de mandarme un mail con la lista de invitados, me manda el link de la obra póstuma de su colega "canciones de Navidad para gatos" me dieron ganas de meter a mi esposo querido en un saco, ahogarlo en el rio más cercano, y mandarle una tarjeta de condolencias.