martes, 21 de octubre de 2014

Profe nueva

Este año en la guarde, tenemos una profe que habla español. Qué bien, ¿no? Qué gusto da el poder hablar de las cosas que afectan a la persona más importante del mundo en tu lengua materna, ¿no? ¡No!

Como familia multilingüe, a pesar del caos cotidiano, la barbaridad que nos gastamos en billetes de avión, la dificultad para encontrar una película que todos podamos entender y el hecho de que nuestras familias no podrán nunca sentarse a la misma mesa, tenemos la ventaja de que si queremos nadie nos entiende. Nadie entiende a mi madre cuando dice "a los checos no les gusta el chocolate porque no están acostumbrados. Con el comunismo no había". Nadie tiene la opción de valorar mi capacidad pedagógica "¿ves a ese perro? Si vuelves a sacarte el pito va a venir y te lo va a arrancar de un mordisco", y nadie escucha a Martin si le da por hacerme una proposición indecente al lado de los columpios.

Y ahora todo esto está en peligro. Cuando la profe, sonriente, hipermotivada se me presentó, yo pregunté -¿Entonces estás en nuestro grupo? ¿Siempre? No rotáis ni nada -Nono, aquí me tienes siempre, todos los días -Súper.

Quizá porque estoy en un estado de negación, yo sigo empeñada en hablar alemán y ahora el informe de cómo mi hijo ha pasado el día es la lucha cabezona de dos retrasadas chapurreando idiomas que no son el suyo cuando podrían entenderse mucho mejor si intercambiaran las lenguas.

La que de momento está encantada es mi madre, que lleva dos semanas de visita. Creo que pasa horas discutiendo con la nueva profe cuantas veces hay que sacar al niño a hacer pis, y cómo su pobre hija trabaja a tiempo completo. Ahora se entera de cuando hay reuniones de padres y me pregunta -¿no vas? –No mamá, yo trabajo ¿te acuerdas? –Demasiado, hija, demasiado. ¿Qué vas a hacer cuando yo me vaya? (Lo que voy a hacer es poner punto final a la fiesta de la lejía que tenemos montada, pero esto no se lo digo).

Espero que no se cumplan mis temores, y que pronto esté escribiendo sobre la fantástica comunicación  con las educadoras de mi hijo, pero esta noche al llegar a casa mi hijo me ha soltado “abuela deja tocar tetííííta”, y ya me veo explicando a la Jungenamt, en todos los idiomas que me sé, que mi hijo sigue teniendo obsesión con la teta y que le mete la mano en la blusa a toda la familia, y lo que no es familia. Y en esto mi madre no iba a ser de gran ayuda. “Hija, mejor que te toque la teta a que se toque el pito. Las tetas están más limpias” 

viernes, 10 de octubre de 2014

Not good enough!

Algunos datos sobre mi media naranja:

-Cree que se pueden cocinar huevos en el microondas.
-Ni usando sus cinco sentidos es capaz de distinguir la ropa sucia de la limpia y considera que el pijama es un atuendo perfectamente aceptable para ir a la guardería... o a cualquier parte, ¡qué coño!
-¿Qué necesitan dos personas en una excursión de varios días por la montaña? Un cazo y una cuchara.
-Para él, el mobiliario sin enchufe, incluyendo sillas, mesas y cama, es puramente opcional.
-A veces pienso que si yo no existiera tendría una rata-mascota, se alimentaría únicamente de queso y mandaría la colada por DHL a su madre.

Y sin embargo, esta mañana me lo encuentro supervisando el desayuno que le había dejado preparado al peque para la guarde. Saca el sándwich de la tartera, lo coloca en la mesa, abre el cajón, coge un cuchillo, y en ese momento me acerco y le pregunto, "¿se puede saber qué haces?" esperándome cualquier cosa. Cualquiera. Cualquiera menos lo que me responde. "It is not good enough!" me dice. Que hay que quitar los bordes. Y cortarlo en trocitos. Y que un sándwich no es suficiente. Que hay que ponerle varias cosas en porciones pequeñitas. Que siempre llevamos jamón y queso. Que si no tenemos otra tartera. Y todo esto a las siete de la mañana. Lógicamente yo le contesto que si es que la tartera no está homologada y que si el niño ha pedido un menú degustación, y que se vaya como quien dice al cuerno.

Es que esta vez ha sido mi media naranja el que ha disfrutado del Eingewöhnung, ese período al principio del curso en el Kindergarten dónde uno pasa tiempo con su hijo en la clase para darse cuenta de que las otras madres llevan la ropa de repuesto planchada y que el hijo propio es el más bestia de todos. Mi pobre marido todavía no sabe que no puede competir. Que está tratando con atletas de élite de la maternidad. Con madres que antes de serlo tenían dos carreras y hablaban tres idiomas y cuya satisfacción personal en estos momentos depende de proporcionarles un buen desayuno a sus vástagos. Y para colmo son alemanas. Los tuppers que preparan esas mujeres no podríamos mejorarlos ni aunque nos pasáramos la noche al teléfono con Arzak. 


Le he dado unas palmaditas en la espalda, me he puesto el abrigo y me he ido pensando cómo es posible que no recuerde el día que llegué a casa absolutamente histérica cargada de serpentinas y smarties, repitiendo "it's not good enough!" porque en las bolsitas de caramelos de despedida de la guardería no teníamos un CD con las canciones favoritas del niño, una foto-montaje dedicada, chuches de los sanos, bolsitas con dibujos de autos, pegatinas, y algún pelo del sobaco izquierdo de Santo Tomás de Aquino.

En fin... se le pasará.