viernes, 27 de febrero de 2015

Más drama

El anuncio de que estaba embarazada de Daniel fue recibido con una considerable cantidad de drama.
Drama del bueno, entiendase. De este que es imprescindible para mantener una familia unida.

Drama primero, porque nos enteramos en el peor momento. En Moscú y con un pie en Ulan Batar, así que la primera gestión que tuvimos que hacer no fue con el centro de salud, sino con Mongolian Airlines. (Amiga viajera que estás pensando en hacer una escapada con tu embrión, el desierto de Mongolia puede no ser el mejor sitio para tener una complicación del embarazo).

Intentar descifrar un predictor en ruso, identificar comida para embarazadas en una carta en cirílico, o conseguir ácido fólico en una farmacia enseñando el traductor del móvil son cosas que unen mucho a una pareja. Recuerdo que en aquellos días, mi querido novio se empeñaba en cargar mi mochila de doce kilos junto con la suya. En ese verano en el que se alcanzaron los 42 grados en Moscú, es todo un gesto.

Lidiar con la familia, por supuesto, otro drama. "¿Qué quieres, que te felicite?" Fue la reacción de mi padre." Mis amigas preguntaron que si iba a tenerlo. Mi madre en su línea de locura habitual diciendo que ya lo sabía y que las mujeres en mi familia somos muy fértiles. Tuvimos lágrimas, incluso. Claro, una chica de apenas treinta años, con pareja de hace ¡sólo! siete años y trabajo fijo y estable. ¡Qué escándalo! ¿Cómo se queda embarazada esa inconsciente? ¿Por qué no tomaron precauciones? ¿Cómo podría imaginarse nadie algo así?

En el fondo todo este drama es estupendo porque le distrae a una del hecho de que está alojando un cuerpo extraño por el que de momento no siente el más mínimo atisbo del instinto maternal que debería y lleva un cóctel químico encima que no se consigue ni en un viaje de fin de curso a Salou.

Y es que, aunque esta vez ha llegado tan de sorpresa como la anterior, no ha habido apenas drama. Mi querido marido se lo ha tomado como quien oye llover, mi madre ha dicho que ya lo sabía, y mi padre que porqué me complico la vida. Y yo mientras, esperando como la última vez que me baje el instinto maternal del cielo.



miércoles, 11 de febrero de 2015

Schweineuhr

Cuando un tienes en casa un pequeño monstruo trilingüe sabes que algún día llegará ese momento en el que el crío te corrija, se ría de ti, o tenga que hacerte de traductor (a ver, listos, ¿cómo se dice congrio en alemán?). Bien. Ese momento ha llegado.

Ya hace tiempo que la criatura se mofa cuando alguien le lee cuentos en un idioma que no es el suyo, pero así como para dentro, sin resultar terriblemente insultante. Es una mejora sobre esa época en la que le daba por gritar “¡No, mamá! ¡No!” como si amenazara con perforarle el tímpano si se me ocurría tocar la cubierta de un libro en checo.

Que un mocoso que no te llega a la altura de las rodillas te corrija el acento es insultante, pero en lugar de ofenderse, uno puede de momento tomarle el pelo. Como estas Navidades, cantando villancicos:
-O Tannenbaum, o Tannenbaum, wie grun sind deine Blätter!
-Grün, mamá, grüüüün
-Pues eso digo, wie gruuuun sind…
-No, mamá, grüüün!
-gruuuuuuuun
Me lo merezco, por hacerle exactamente lo mismo en repetidas ocasiones a mi media naranja.

Es que no hay que tomarse estas cosas a la tremenda, porque lo cierto es que hay motivo de cachondeo. Hoy por ejemplo me acabo de enterar de que llevo meses pidiendo en la panadería un reloj de cerdo (Schweineuhr) en lugar de una oreja de cerdo (Schweineohr, palmera de chocolate). ¡Qué ganas de que me oiga el pequeño bávaro y se muera de risa!

Al final sólo significa que ha llegado el momento de abrazar al inmigrante que todos llevamos dentro, soltarse la melena española, y avergonzar a tu hijo como sólo una madre puede hacer.
-Er möchte… er will das… der… das… a ver, niño, dile a la seño lo que querías
-Die Mütze
-Eso, ¡die Mutze!
-No, mamá, die Müüüü... aaaargggg, vámonos