miércoles, 2 de diciembre de 2020

¿Como hablan los niños trilingües?

¿Cómo hablan los niños trilingües?

Como pueden, chica. Como pueden. Y a menudo muy mal.

Cuando sólo tenía al monstruito trilingüe muchas veces me sentí culpable, (todavía me siento), por poner a mis hijos en esta situación. Cada vez que una de mis criaturas me dice "un niño me ha geschlagen", cada vez que me encuentro con la palabra "chamon" escrita para referirse a esas lonchas de embutido que se toman en pan con tomate y aceite, me digo a mi misma ¿qué he hecho, amigas? ¿No podía casarme con un vallisoletano y comprarme una casa en Pedrajas?

Para la comunicación, el lema de mi hijo es "lo mínimo imprescindible". Palabras sueltas, incluso, en un idioma cualquiera, con suspiro y puesta de ojos en blanco incluida, si es que no descifro el puzzle lingüístico que me propone. El monstruito es de los de "el cole bien", de los de "hola abuela" y preguntarme "¿qué digo ahora?",  y de los de arrugar la nariz, igual que su padre, si le pregunto como se siente.

Pero ahora viene la traductora de bolsillo. Y es distinta. Habla mucho, muchísimo, aunque la mayor parte de las veces sea en alemán. A sus cinco años me dice cosas como, "mamá, esto es lo que quiere mi corazón", o "mamá, ¿no ves que me ha roto el corazón?" Y otras menos poéticas, como cuando le llamo para cenar, y sin levantar los ojos de una hoja de papel, me responde "¡Ahora no tengo tiempo para eso, mamá!". Cuando la miro, me acuerdo de Conchita Velasco (mira que soy mayor) diciendo eso de "mamá, quiero ser artista".

¿Cómo hablan los niños trilingües? Mezclan idiomas, asesinan la erre, y no podrían hacerse pasar por un niño madrileño. Pero hablan, y son ellos mismos cuando lo hacen. Y eso es lo más importante. ¡Qué suerte tenemos de ir conociendo a estas personitas!

lunes, 7 de septiembre de 2020

Mi hooligan personal

 A los veinte, no toleraba la injusticia. Era fácil. Sabía lo que está bien y lo que está mal. A los veinte las cosas son blancas o negras, están arriba o abajo y son buenas o malas.

A los veinte, si un compañero de clase me decía que "las mujeres a la cocina" le caía un chorreo. Y ya. Y sí, ese era el nivel que teníamos entonces, no discutíamos si bajar la temperatura del termostato en la oficina es un micromachismo (sí, lo es).

Pero este año he aprendido que a veces la injusticia no está tan clara. Si no me dan la palabra en una reunión ¿es porque soy mujer o porque el moderador no me ha visto? Si en la misma reunión, alguien me responde mal, ¿he malentendido el sentido de las palabras en alemán, o es puro machismo? A lo mejor es que soy una incompetente, pero cuando estas cosas me pasan en la primera reunión, ¿cómo es que ha adivinado la gente mi incompetencia?

Antes de saltar de la silla indignada, antes de levantar el dedo acusador, y arriesgarse a caer de un lado u otro de la balanza "asertiva-tarada", una se pregunta si ha oído bien, si no estará sacando las cosas de quicio, si no se va a jugar el puesto por una cuestión de "posibles" principios.

Habiendo aprendido esta lección, una puede empatizar muchísimo con quien sufre la injusticia. Y empatizando he estado estos últimos tiempos, cuando el universo me ha regalado una solución. También es mujer, también es extranjera y también es madre. Y es mi hooligan personal. Nos encontramos en un proyecto, y nos gustamos muchísimo. Y resulta que eso era lo que hacía falta.

Nos gustamos tanto que el otro día dijo en frente de cien personas "chica, que bien suenas en alemán". Así, sin training de motivación, ni nada. Ahora cuando estoy en una reunión, ya no tengo que decidir ¿me están ignorando o no me ven? ¿Están explicándome mi propia idea? ¿Me están cortando la palabra? ahora recibo un mensaje de mi nueva amiga "¡será imbécil!" y me queda todo absolutamente claro.



viernes, 19 de junio de 2020

Gente rara

Hoy en día, los raros lo tienen un poco mejor. No hay serie que no tenga su aspérger, su sicópata, o su amigo extravagante. El patio del colegio es un poco menos hostil que antaño, aunque el fútbol siga siendo la actividad favorita de los niños populares, y los raros sigan haciendo... cosas raras.

No quiero dar a entender que las niñas un poquito especiales, como yo, lo pasaban necesariamente mal en el colegio, pero la escuela pública no es el ambiente natural de los excéntricos. Con el tiempo, como el patito feo que busca su familia, como la cabra, que tira al monte, el raro se apunta a teleco. O se va a Suecia. Sí, a Suecia. De Erasmus, normalmente. Porque mira que son raros los suecos. Y los finlandeses no te digo. En realidad, a poco que lo pienses, casi todos los extranjeros son raros. ¿O no tienen sus cosas los franceses?

Una fiesta Erasmus es el lugar perfecto para que un raro pase desapercibido. Porque, ¿está trastornado este chico, o es que es sueco? Imposible de diferenciar.

Pienso estas cosas con el monstruito trilingüe en mente. A lo mejor me equivoco, pero creo que en un futuro va a ser el tipo de persona que se encuentra en su salsa en un bar lleno de telecos. O en una fiesta Erasmus. Después de años de convertirme en una persona medio normal, y juntarme con gente medio normal, el reencuentro con mis compañeros de la universidad sigue siendo como volver a casa. ¿Tú qué haces ahora? ¿Todavía intentas hackear Tinder? ¿Has visto alguna oscura producción moldava últimamente? Vamos a reírnos juntos de los intentos de computación cuántica de Google. (Aquí se ríen uno o dos, pero igualmente, a todos nos gusta escuchar estas cosas). Una fiesta Erasmus es similar en muchos aspectos. Por ejemplo, también se habla de oscuras producciones moldavas, sobre todo si hay moldavos en la fiesta.

Sé que teleco no es el único sitio donde se encuentran raros. Sospecho que la facultad de filosofía es un nido de extravagancia, por no hablar de los que se apuntan a ciencias políticas. Pero yo sólo puedo hablar de los raros que conozco y quiero. Y sus rarezas tienen a veces un punto de genialidad.

Así que si eres madre de un niño raro, no te preocupes. Puede que no acabe siendo un genio de la electrónica, pero siempre podrá juntarse con suecos.






viernes, 29 de mayo de 2020

Una mochila llena de palabras

En mi familia tenemos un pasatiempo interesante. Coleccionamos palabras.

Las palabras están por todas partes y son gratuitas. Una vez en tu colección, puedes lanzarlas al aire, y allí hacen cosas increíbles: aterrizan en el oído de alguien y le hacen sonreír, o entran en un bar para pedirte unas patatas. Luego, ligeras, invisibles, vuelven a tu cabeza hasta que las vuelves a necesitar.

Ligeras e invisibles. Así tienen que ser. ¿Te imaginas que cada palabra pesara un gramo? ¿Que tuviéramos que guardar nuestras palabras en una mochila y llevarlas a cuestas?

Yo me imagino algo así.



A todos los bebés les gusta coleccionar palabras. Las recogen de cualquier parte, las chupan, se atragantan con ellas, las escupen, y por fin las guardan en su bolsa de viaje.



Pero a algunos bebés, cuando nacen, les dan dos o tres bolsas para sus palabras y tienen que aprender a organizar donde corresponde lo que les da cada persona. Tan pronto viene una abuela con su galleta como viene la otra con su sušenky, y aunque a primera vista es la misma cosa, hay que colocarla en un sitio distinto.



Así son mis hijos. Con los años, en lugar de acabar con todo su lenguaje bien dispuesto en una maleta, ellos van por ahí arrastrando mochilas y bolsas.



Y a menudo tienen que pararse un momento a sacar y meter cosas hasta que encuentran la que quieren.


A veces encuentran las palabras correctas, pero no las han sacado de la bolsa adecuada...



…Y el resultado no es el esperado.




Y a veces, aunque todo sea correcto...



Sí, es complicado, pero vivir con varios idiomas es también divertido. En Navidades Jezisek, los Reyes Magos y el Christkind nos alegran las fiestas.



Tres idiomas transmiten más información que uno.



Disfrutamos de pequeñas competiciones entre el equipo español y el checo.



Y de vez en cuando nos permitimos ser un poco arrogantes.


Y les permitimos ser un poco arrogantes.



Pero después de años jugando con las palabras como si fueran bloques de Lego, hay que ponerse serio porque empieza el colegio. El primer día la mayoría de los niños llevan todo su lenguaje bien organizado en una maleta. Pero los nuestros, tienen que dejar sus mochilas de español y checo en casa, y apañarse con su bolsa de alemán.



Para ayudar a niños como los míos a llenar sus mochilas, algunas escuelas proponen juntarlos en un grupo pequeño en el que se refuerce el alemán. El problema es que, si estos niños ponen sobre la mesa todas sus palabras, aparecerán muchas Blumen, pero ningún Sträucher, y muchos Insekten, pero ningún Heuschrecke. ¿Quién les va a regalar los sustantivos que les hacen falta?



Algunas familias intentan hablar un sólo idioma en casa. Podría ser una buena idea, pero por más que busco en mi modesto bolso de mano, no encuentro qué puedo ofrecer a mis hijos que no tengan ya. Ni Eichhörnchen ni Einhörner aparecen en mi equipaje.

—Leer también vale, mujer

—¡Ah bueno! ¡Eso lo hago encantada!



Auf Deutsch, klar.





No podemos evitar preocuparnos. Pensábamos que sería un regalo vivir con tantos idiomas, pero a veces es más bien un problema que hay que solucionar. Logopedia, actividades de refuerzo, juegos educativos, libros especiales… intentamos ayudarles tanto que no les dejamos tiempo para aprender palabras del modo que siempre lo han hecho: jugando.



Así que nos hemos parado un momento a pensar…

 

 

 

 

 

…y hemos descubierto algo que ya sabíamos.


El equipaje de nuestros niños es algo especial y necesitan que les demos tiempo para prepararlo. Tienen que meter los mandiles que les regaló la abuela, los punčochače para el frío, y los Brezen que a veces compran en el colegio. El Patio de mi Casa, y Včelka Mája. Son tres maletas que no pueden abandonar, porque han guardado en ellas tres esquinas del mundo. Es un equipaje único, del que nos sentimos orgullosos.



Es un equipaje que nunca deja de crecer, y cuanto más crece, menos pesa.

Porque las palabras no pesan nada.

Ni un gramo.




miércoles, 27 de mayo de 2020

Cosas lógicas

¿Conoces la paradoja del cumpleaños? Dice que si tienes cincuenta y siete personas en una habitación es casi seguro que al menos dos de ellas cumplen años el mismo día.

Es una curiosidad, más que una paradoja. Es uno de estos enunciados que los matemáticos y los ingenieros recién salidos de la carrera pueden deducir con un papel y un boli. Y es que hay cosas que son de los más normal, y, sin embargo, no dejan de sorprendernos.

Por ejemplo, acabo de ver un anuncio de mascarillas de diseño por cincuenta euros. Es normal, por supuesto. Es primero de microeconomía, la ley de la oferta y la demanda. Habrá quién las compre. ¿No hay gente que se gasta dos mil euros en un bolso? ¿Cuánto va a tardar Adidas en fabricar una mascarilla especial para correr? ¿Y otra para jugar al fútbol? Lo raro sería lo contrario.

Y aun así sorprende. El estómago nos dice que hay algo poco ético en todo esto. Y no sólo me lo parece a mí. La mayoría de las empresas dicen vender las mascarillas a precio de coste, o donar los beneficios. Ellas también deben percibir la sensación desagradable de que alguien se lucre con este producto.

Hay algo democratizador en las mascarillas caseras, aunque hagan lucrarse igualmente al afortunado poseedor de una máquina de coser y unas horas de tiempo libre. Parece que, con los restos de una camiseta en la cara, todos somos iguales frente al virus. Y lo cierto es que con una máscara de Louis Vuitton también eres igual ante el virus, pero quizá taparte la boca con un trapo cuqui te hace sentirte un poquito más igual.

Hay otra cosa a tener en cuenta. ¿Cuántas mascarillas de tela crees que necesitas? ¿Una? ¿Dos? ¿Y si resulta que necesitamos una docena?

Al fin y al cabo, hemos nacido en un mundo en el que es necesario tener una docena de pares de zapatos. No sólo de invierno y de verano, sino también de tacón, de varios colores para combinar con varios conjuntos, zapatillas para el gimnasio y para correr fuera, y lo que te pida tu corazón y la moda de este año.

Pero en este mismo mundo, de momento no hacen falta más que dos pares de mascarillas de tela... hasta que nos convenzan de lo contrario.

Y nos van a intentar convencer. Justo en estos momentos, cuando llevamos meses alternando zapatillas de estar en casa con playeras, y cuando muchos empezamos a darnos cuenta de la comodidad de no tener que comprar, no tener que elegir, de pasar la mayor parte del día en pantalón de chándal. Justo cuando hasta la madre Tierra se alegra de que hayamos puesto el consumismo demencial en pausa.

Es mal momento, por ponerlo de alguna manera, para intentar argumentar que necesitamos una mascarilla que combine con el bolso. Y esto lo saben las empresas. Por eso se cortan un poco. Pero pronto cambiará la cosa. ¡Hay que reactivar la economía! ¡Las mascarillas pueden ser divertidas! ¿Quién no querría ser el orgulloso poseedor de una prenda de auténtica seda salvaje?

Es lógico, pero el estómago me dice que estamos perdiendo una oportunidad, que quizá tendríamos que aferrarnos a este pensamiento fugaz "sólo necesitamos dos mascarillas" durante el tiempo que sea posible. Hasta que ese mismo enunciado que tan lógico nos parece hoy se convierta en una idea anticuada, radical.

Si tienes cincuenta y siete personas en una habitación... ¡Enhorabuena! Eso significa que son tiempos mejores, que no hacen falta mascarillas ni distancia social y que podemos volver a sorprendernos por coincidencias en las fechas de cumpleaños.





martes, 12 de mayo de 2020

Lo que quiere mi corazón

Pero mamá, es lo que quiere mi corazón.

Eso me dice la pequeña traductora de bolsillo, en alemán, en pijama frente al congelador, cuando me pide el mismo helado de fresa que, hace tan solo una hora, era "asqueroso".

Claro. Si su corazón ha cambiado de opinión, ¿qué le vamos a hacer?

Me pregunto si hay alguna expresión así en español. Decir que algo te apetece se queda corto. El sujeto de la frase sigues siendo tú, pero cuando el sujeto pasa a ser algo tan caprichoso como tu corazón, ¿quién se atreve a culparte por pensar hoy lo contrario de ayer?

Quizá la frase "lo que me pide el cuerpo" sería similar, pero esta versión apunta a un apetito físico, mientras que el corazón habla de las necesidades del alma. Contra las primeras, puede uno luchar con algo de disciplina, pero al alma hay que darle lo que te pide. O eso, o volcarte en escribir poesía romántica.

La traductora me dice esto, tan segura de sí misma, con tanta naturalidad, que la discusión queda fuera de lugar. Pues nada, cariño, si es lo que quiere tu corazón, toma el helado.

En realidad estos días, los niños pasan las horas haciendo lo que quiere su corazón. Se visten cuando se lo pide su corazón, cogen del frigorífico lo que le apetece a su corazón, y es la última de sus preocupaciones salir de esta cuarentena más sabios, más ejercitados, o hablando italiano. No es eso lo que les pide su corazón ahora mismo.

¿Y quién se atreve a decir que su corazón no tiene razón?



miércoles, 6 de mayo de 2020

Y de repente, nos damos cuenta

Mis hijos vienen del mismo sitio. Y las palabras salen de su boca en el mismo idioma (una mezcla de alemán y español con el ocasional “tati” o “prosim”), pero por lo demás, es como si uno se hubiera criado en Islandia y el otro en el Congo. Y yo en Villafranca de los caballeros. Me explico.

Si echas una bronca a mi hija, probablemente comience a llorar casi de inmediato. Se ofenderá, puede que se encierre en su cuarto, gritará “¡ya no eres mi Freund! ¡Nunca más! ¡Papáááá! ¡Papáááá!”
¡Oh, el drama!

Mi hijo, sin embargo, te mirará como si la historia no fuera con él, si es que te mira siquiera. Puede que haga muecas. Desde luego, no tendrás ni idea de si las palabras se han posado en algún hueco en su cerebrito. ¿Qué está pensando? ¿Qué se le pasa por la cabeza? Ni idea.

Intento razonar, explicar, argumentar… da igual. Así que, siendo una persona sensata como soy, empiezo de nuevo con argumentos, explicaciones, y gritos. Sí. También gritos.

Pero el otro día sucedió algo excepcional. Trataba de hacer entender a mi hijo, con nulo resultado, que, en una familia, en cualquier sociedad, necesitamos ayudarnos los unos a los otros. Que lo que él hace, repercute en los demás, y que, si los demás no hicieran lo que hacen por él, no podría sobrevivir, y, esta vez, alabado sea el gran unicornio, mi hijo lo entendió.

Por cierto, que el detonante de esta improvisada clase de ética fue la negativa de mi hijo a ponerse una mascarilla para entrar en las tiendas. “Es ridículo”. “¿Las vacunas son ridículas? ¿Los impuestos son ridículos? ¿Tus padres son ridículos? Ahora vas a pensar y escribir diez situaciones en las que hacemos cosas, no por nosotros, sino por los demás. Mira, hasta este castigo te lo pongo por ti, y no por mi. Y ahora tengo que irme a hacer la cena. Si no la hago, ¿qué vas a comer?

Ahí el monstruito levantó la cabeza, que tenía en la mesa, encima del papel en blanco. Me miró como si se le hubiera iluminado el mundo. Ese cerebro opaco y misterioso, de repente era tan fácil de leer como un letrero luminoso. ¡La cena, claro! Si mamá no prepara la cena, me voy a la cama con hambre.

Da igual el idioma, a veces es imposible entender a los hijos. Y a veces es imposible que las palabras lleguen donde tienen que llegar. ¡Qué demonios! A veces es imposible entendernos a nosotros mismos.

Un día después de este intercambio tuve mi propio momento ¡aha!

Me puse a pensar en todas las decisiones que me habían traído hasta aquí. En particular en una de ellas, ese momento en que decidí mudarme a Praga. Intenté recordar porqué me fui. No fue por necesidad, podía haber encontrado fácilmente un trabajo en Madrid. La verdad es que no tengo ni idea de qué se me pasó por la cabeza. ¿En qué estaba pensando mientras hacía las maletas? No podría hacer algo así ahora mismo. Y puedo imaginarme a mi madre hace veinte años tratando por todos los medios de meterse en mi cabeza. Pobre.

Mi madre no gritaba, pero estoy segura de que argumentó, preguntó, y trató de llegar a mi de algún modo. Probablemente ella tenía una intuición más clara que yo de lo que podría pasar, esto es, que llegado el día, durante una pandemia, estaríamos separadas por miles de kilómetros. Porque las madres lo saben todo.

Pero no le hice caso, agarré las maletas y me fui de aventuras. Y no me arrepiento. Pero la entiendo. Como si las madres, todas, vinieran del mismo sitio. Algún pueblo en España. Un sitio con sol, preocupaciones, y un suministro interminable de pañuelos de papel y tupperwares llenos de lentejas.






martes, 14 de abril de 2020

El dilema del prisionero

Como madre, a veces me he preguntado si, para motivar a nuestros niños a que cooperen, se puede utilizar el dilema del prisionero. Es sencillo. ¿Quién ha tirado espuma de afeitar por todo el baño? Los niños tienen estas opciones:




(Sí, chocolate y pantallas. Ya ha quedado establecido que soy una mala madre).

El caso es que la mejor opción para los dos es quedarse callados, pero la tentación de delatar al otro es muy fuerte. El castigo si vas de bueno y te delatan es el peor.

Bueno, pues estaba yo pensando en esto al leer las noticias de los últimos días. Agárrate, que viene un giro brutal. Como decía, estaba yo pensando, imagina que eres un país que tienes que prepararte para una pandemia. El dilema al que te enfrentas no es muy distinto del dilema del prisionero.

Tu sanidad no está preparada para afrontar esto, porque, chica, había que ahorrar, y ahora nos hacen falta personal, respiradores y millones de mascarillas. Es lo que hay.

Si quieres conseguir todo el material que sea posible lo antes posible, lo mejor es actuar por libre, negociar con los proveedores, y que le den tila al resto, en un sálvese quien pueda demencial. Si todos ofrecen uno, yo ofrezco dos y me llevo el lote de mascarillas.

Esto es lo que nos ha pasado. Los países han intentado ir por libre, pero también las comunidades autónomas, y hasta los hospitales, pisándose los pies unos a otros para regocigo de los fabricantes de material sanitario.

Es lógico. Lo mejor para el bien común hubiera sido ponerse de acuerdo para repartir racionalmente las existencias, pero para eso, hay que tener la mínima seguridad que los otros también van a cooperar. A ver, si un iluminao hubiera dicho ¡Chicos, antes de comprar como locos, vamos a nombrar un representante para hablar con los distribuidores en nombre de la Unión Europea! ¿Qué hubiéramos pensado? Uno. Que ese ya se ha agenciado todo lo que necesita. O dos. Que es un tarado comunista.

Pero esto es un problema serio, porque la pandemia no es un ejemplo único. Todos estaríamos mejor si los gobiernos se tomaran en serio el cambio climático, pero si soy el único que contamina lo que le sale del parlamento, entonces me va mejor que a nadie.

¿Qué se puede hacer? ¿Hay un sistema para aumentar la confianza de los jugadores? ¿Se puede cambiar el juego? Si lo que está pasando estos días sirve de ejemplo, la cosa pinta mal, y parece que este es otro de esos problemas que vamos a dejar en manos de nuestra progenie. Yo por si acaso, voy a intentar equiparles de la mejor manera posible para enfrentarse con este dilema. Espero que tres días sin tablets ni consolas les hagan reflexionar sobre la necesidad de buscar soluciones globales a problemas globales.

jueves, 2 de abril de 2020

Opciones para la cuarentena

Esta cuarentena no está siendo igual para todo el mundo. 

No, amiga. En lo alto de la pirámide, por así decirlo, están las parejas alemanas que viven en una casa con jardín, o las que llegaron a sus cabañas en la montaña. Estas todavía tienen sexo. Pueden salir a hacer trekking. Y si, con un poco de suerte, son tiempos de calma en su empresa, pueden fingir que teletrabajan mientras leen Guerra y Paz. 

Las familias con niños cuyos dos miembros teletrabajan no lo están pasando tan bien, pero todavía pueden considerarse afortunadas. Teletrabajan. Puede que tengan un balcón. Quizá sus niños se pasan horas montando legos. Y con un poco de suerte están sanos. 

Hay autónomos que no están tan bien. Gente que tiene razones para tener miedo. 

Y luego hay gente a la que está historia le pilla renovando la cocina. O de mudanza. Con la lavadora estropeada, tres niños y sólo una Tablet. 

No. No estamos tan mal aquí en casa. Además, toda esta historia ha tenido un efecto positivo inesperado. Y es que ha hecho que la culpa desaparezca. 

Tengo que reconocer que en el mundo pasado también estábamos agobiados. Incluso el fin de semana. Hay que salir, hacer planes. Ver gente. Es un pecado quedarse en casa. Pasan meses hasta que vemos a algunos de nuestros amigos. No se puede uno revolcar en el sofá toda la mañana, con lo bueno que hace fuera.

Pues llegó el primer finde de confinamiento. ¿Tienen natación los niños? No. ¿Con quién quedamos? Con nadie. ¿Cogemos el coche? ¿Para qué? El sábado a las cuatro de la tarde mi familia seguía espatarrada en el sofá. Esto, en el mundo pasado hubiera sido una bronca. ¿Ahora? ¡Hacedme sitio! 

Yo sé que si esto siguiera mucho tiempo nos tiraríamos de los pelos. Pero de momento la experiencia ha sido tan buena, que me estoy volviendo una experta en rechazar posibles fuentes de agobio, culpa, y estrés. Y esto significa, amigas, decir no. 

Decir no a las invitaciones de espectáculos virtuales de marionetas. A ver, pero si no vas en la vida real, ¿a santo de qué vas a estar pendiente del reloj para conectarte a las siete?

Decir no a los links que te envían a la premier de una oscura producción de Murcia. ¿De verdad no tienes opciones para ver películas, a la hora que quieras, desde tu casa? 

Decir no a los millones de links y compilaciones de links con manualidades, contenidos, y revistas. Ya los necesitarás en otro momento. ¿O antes no pasabas noches de sábado en casa? 

Esta genial tener opciones, es maravilloso que haya conciertos en vivo, clases de piano virtuales, cuentacuentos, y campeonatos de ajedrez por Internet. Esas cosas son maravillosas en cualquier momento. ¡Gracias!

Pero con calma, chicas, con calma. ¿Cuando vas a poder pasarte otro fin de semana en pijama comiendo palomitas y viendo Netflix? Aprovecha, amiga. Modera tu ambición. Si de esta conseguimos leer algún libro, yo me doy por satisfecha.



domingo, 29 de marzo de 2020

Tías, os lo paso por si acaso

Cuando yo era pequeña, a las nueve de la noche mi abuela decía, “¡que dan el parte!”, y nos sentábamos todos en el salón a ver el telediario de la primera. Aunque siento una nostalgia natural por cualquier tiempo pasado que parece mejor, reconozco que antes no estábamos bien informados. Una televisión estatal no deja de ser tendenciosa, y los periódicos, incluso en democracia, llegan hasta donde llegan. Ahora tenemos acceso a las noticias, no sólo a cualquier hora, sino también a cualquier medio, no sólo a cientos o miles de televisiones y periódicos del mundo, sino también a millones de fuentes de opinión, incluso a la opinión de personas anónimas que viven a miles de kilómetros de ti. Bla bla bla.

Por ejemplo, hoy. Son las nueve, la hora del parte, y estoy en el sofá de mi casa escuchando la opinión de un señor que, retrato de Franco en la mesilla, dice que todos en el gobierno son, además de genocidas, tontos del culo. Luego escucho a un ginecólogo argentino que dice que para librarse de esta peste lo mejor es hacer vahos. No. Por la boca. Me parece mejor consejo que el del presidente de los Estados Unidos, que sugiere tomar a pelo una medicina contra la malaria. Pero oye, allá cada uno y su médico online. Me sugieren un artículo de Noam Chomski. Son tres líneas. En español. Este señor se ha vuelto un poco vago. Chicas, os mando esto, por si acaso. El ejercito nos va a echar desinfectante en la cara. Si algo deduzco de este parte es que la cosa está mal, desde luego. Da igual a quién preguntes. Pero cómo de mal está la cosa, depende. No atienden a pacientes terminales, no atienden a mayores de 75 años, nos roban los respiradores, falsean las cifras. Esperan a que muera más gente para vender la vacuna. Es todo un plan de los judíos masones. ¡Vamos a morir!

Si es que no nos cuentan todo. ¿En serio? Dime, ¿qué quieres que te cuenten? Hay para elegir. Teorías conspiratorias, remedios caseros que el gobierno de Cuba no quiere compartir, e insultos al político de tu elección. ¿Sabes que el de la coleta tiene una ambulancia esperando a la puerta de su casa? No importa cuan descabellada sea tu intuición. ¿Quieres oír que este es un virus hecho en un laboratorio para castigar a Italia por su acercamiento a Putin? Siempre hay alguien, por lo menos un alma gemela por así decirlo, que piensa exactamente como tú. El problema, creo yo, es que te cuentan demasiado. La verdad tiene que estar ahí fuera, pero cuando abro la puerta de mi casa para ir a buscarla, me cae un cubo de basura en la cara.

¿No te parece un problema? ¿Crees saber distinguir la verdad de la falsedad? No mientas, amiga. Todos nos creemos cualquier cosa que nos manden con una foto chula y el nombre de alguien respetable al fondo.



Es estos tiempos de estado de sitio, yo creo que se hace imprescindible, si aún no la tenéis, designar una inquisidora en vuestro grupo. Podéis rotar según el día. Esta sería la que así de entrada no se cree nada. La que dice que, si ese médico te fuera a operar, le pedirías referencias, la que pregunta en qué estudio está comprobada la eficacia de hacer gárgaras con vinagre. La que pide datos, y no me refiero a números aleatorios en una cadena de wassap tipo “España tiene un millón de políticos por habitante”. La que se molesta en buscar las fuentes, como si nos hubiéramos bebido el último botellín de agua potable en el desierto, y la que dice ¡por favor! Y pone los ojos en blanco hasta que se hace daño en los párpados.

Cuando te pueda la impotencia, y pienses que sólo Amancio Ortega y sus chubasqueros reciclados pueden salvarnos, céntrate en esta labor tan digna que te ofrezco, acéptala con honor, con el sacrificio que conlleva que tu amiga bienintencionada te diga “¡pues será mejor que nada!” y que te repitan “pues hay muchas cosas que no están comprobadas y funcionan” y que te lancen el vídeo viral del cuñado de tu vecino como arma arrojadiza. Al final, nos olvidaremos de esta vistosa colección de bulos y hasta puede que sepamos la verdad.

Para acabar, una frase que puede que sí sea de Churchill
“In wartime, truth is so precious that she should always be attended by a bodyguard of lies.”

Pues eso, amigas. Manteneos sanas, pero también despiertas.

lunes, 23 de marzo de 2020

Teletrabajo durante el apocalipsis


Es marzo de 2020 y son tiempos extraños. Nos preocupa el hecho de sólo nos quedan tres rollos de papel higiénico. Gritamos a los niños para que se laven las manos al llegar a casa y hablamos con la familia sólo por Internet. El sábado nos quedamos dormidos viendo basura en el móvil. En realidad, las cosas no son muy diferentes para nosotros en medio de la pandemia. Supongo que nuestra vida familiar era ya una distopía y no nos habíamos dado cuenta.

Incluso esto del teletrabajo con niños ya lo habíamos probado. Y jurado nunca jamás volver a hacerlo. “Mejor cogerse un día de vacaciones”, decíamos. "Por salud mental", añadíamos.

Cuanto el monstruito era pequeño, contraté una babysitter para poder atender a una reunión. Habrían pasado diez minutos cuando la chica me interrumpió para pedirme una fregona. El monstruito había dejado muy claro, en marrón sobre la alfombra, lo que opinaba del teletrabajo de mamá.

Creo que su opinión no ha mejorado con los años. O la misma proteína que les hace inmune al virus (madre mía, parece que escribo ciencia ficción), les hace también inmunes a las videoconferencias.
Mis reuniones de trabajo van más o menos así:

-Hallo team

Viene la mini traductora y se sienta en mis rodillas

-Hallo teeeeam

-Vamos a revisar las tareas relativas al incremento de producto

Viene el monstruito, cuaderno de mates en mano

-Mamá

-¿Quién quiere empezar con el primer punto de...?

-Mamá

Mamá, apartando el micrófono

-Espera cariño

Mini traductora en el micrófono

-blah blah blah, jajaaa

Mamá, separando a la traductora

-Disculpadme momento, por favor

-¡Mamá!

-¡¡¡¡Qué!!!!

-Ya he acabado el primer ejercicio de mates

-¡¡¡Pues haz el siguiente!!!

Whatsapp arde. Me mandan sugerencias de actividades para hacer con niños. Peleas de almohadas, marionetas, el escondite… lo importante es crear una rutina. Recetas de bizcochos. No sé si reir o llorar.

La traductora sigue interactuando con mi equipo

-Hallo team. Ja ja jaaaa

Mamá, al monstruito

-¿Dónde está tu padre?

-Se ha encerrado con la Tablet en el baño

Por favor, ahórrenme los consejos. Ya lo hemos probado. Sí, eso también. Sí, de verdad. Ya nos lo han mandado. Desde los planes de trabajo con rotuladores de colores hasta dejar la patrulla canina en bucle. Nuestras reuniones coinciden, tu jefe te llama cuando no lo esperas, y la realidad de estos días es que mientras atiendes a una conferencia, pones una lavadora y das vuelta a un filete en la sartén, los niños son libres de hacer lo que les da la gana. Y, querida amiga soltera, te aseguro que cuando los niños son libres para aburrirse, lo último que se les ocurre es ponerse a hacer ejercicio o sacar un puzle de quinientas piezas. O sí, se les ocurre, pero para tirarlas como nieve por el hueco de la escalera, y luego montarse un trineo con la esterilla de yoga.

Que qué tal la semana, me preguntan. Pues no me ha dado tiempo a hacer la visita virtual que ofrece el Museo del Prado, por ponerlo de alguna manera. A ver si mañana.



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jueves, 13 de febrero de 2020

Según se mire, una comedia

En la universidad tenía una amiga con una habilidad curiosa. Era capaz de contarte una historia, la misma historia, dos veces. La primera vez como comedia y la segunda como drama. Y eran buenas historias en todo caso, ¿eh? Porque esta amiga venía del salvaje Este, donde no hace tanto había guerras y las capitales de los países no se encontraban en los mapas mudos.

Puede que experiencias así te conviertan en alguien mayor más pronto de lo que te toca, o más probablemente, es que mi amiga siempre ha sido un pelín bipolar. Pero por la razón que sea, ahora que yo me hago mayor, y me pasa cada vez más que un día soy la reina de todo, y al otro una mota de polvo estelar, mis historias también empiezan a cambiar de género, a convertirse en thrillers, películas de terror o comedias románticas según cuando las cuente.

La sinopsis es la misma, por ejemplo, mis niños hablan cuatro idiomas. O ninguno del todo, según cómo se mire. Los diálogos incluyen líneas divertidísimas, o terroríficas, depende:

Niña: Mamá, el abuelo no me verstanden
Niño: Los deberes ya los he gehecho
Niña: Yo puedo solallein

Solallein - Sola + Allein. Porque mis hijos se ven en la necesidad de decirme dos veces la misma cosa. O porque desbordan creatividad.

Incluso los adultos nos unimos a este extraño dialecto familiar, y preguntamos a las criaturas si quieren hacer "basteln". Es una locura. Pero no sé si una locura jajaja, o una locura ayayay.

Y entre tanto, los protagonistas crecen contando sus propias historias, y son historias que no admiten género, como las de todos los niños.

"Estábamos en el patio y Leon vio una Marienkäfer, y entonces cogimos un Eimer, und der Leon sagt Ich will es zu Hause nehmen und, und... und mami, ¿a ti te gustan las Marienkäfer?"

Son historias que no me canso de oír.