miércoles, 28 de octubre de 2015

Gente rica

No sé si esto es del interés de mis dos o tres lectoras, pero puesto que he tenido que oírlo repetidamente en los últimos días, debe ser importante. Lo voy a compartir con vosotras:
El hijo del vecino de mi madre, que estudió lo mismo que yo, gana un pastizal, tiene un piso en propiedad en un barrio pijo de Madrid y se viene a Alemania con todo pagado por la empresa.

Al parecer soy idiota, queridas. A mi primo carnal la empresa le paga el coche y le da una cesta con jamón por Navidad, el hijo de una amiga de la familia que vive en Suiza gana cienes de miles de euros suizos libres de impuestos, y se me ha asegurado que el más inepto de los miembros de mi familia política puede permitirse y se permite un Rolex.

Yo gano un sueldo con el que puedo comprar en el súper sin mirar el precio de los yogures y no sentirme culpable si se me va la mano regalando Legos al retoño. No es el tipo de sueldo que paga pisos en barrios pijos de Madrid, mucho menos joyones horteras.

Si esperáis que escriba ahora que me da igual, que yo soy feliz con lo que tengo y enhorabuena a los acaudalados conocidos de mis conocidos, estais (en parte) equivocadas.

Estoy muy feliz con lo que tengo. Para empezar, encontrar trabajo en Alemania no fue nada fácil. Ya sé que a otros inmigrantes ingenieros se les recibe con una reverencia y una alfombra de billetes, pero por la razón que sea a mí no me ha pasado. Me encanta mi pisito (alquilado) con su cocina coquetona (del Ikea) y su balconcito (con vistas a nada), pero ahora entiendo la decepción de mis conocidos y familiares, que probablemente esperaban que a estas alturas estuviera escogiendo estanterías a medida para mi salón en propiedad y no amontonando mis libros en unas Expedit cualquiera.

Eso no quita que me moleste saber (como sugieren los hechos anecdóticos) que cualquier ingeniero en Bavaria gana más que yo, que una no es escritora a tiempo completo y de momento trabaja por una remuneración económica. Es como cuando te dicen "¿Has pagado trescientos euros por un viaje a España? JAJAJAA Qué caro, ¿no? Yo he pagado cien, y mi primo el de Albacete, siempre encuentra una oferta con Truñoair y le sale por veinte. Tienes que probar Truñoair. Ah, ¿que ya has probado? ¿Y en Cacanet? ¿Has probado en Cacanet? El nuero de mi vecina viaja siempre con Cacanet y además de salirle por nada el billete siempre le ponene en primera clase. Trescientos euros... yo creo que te están timando". ¿Molesta? ¡Pues claro que sí!

Como yo debo ser medio boba, ni encuentro esos vuelos a veinte Euros, ni he hecho lo que se supone que tiene que hacer uno para que le paguen un sueldo obsceno y encima lo manden de expat a un sitio con encanto. Pero es que además, creo que dando por hecho que uno tiene talento, estudios y ganas, es la pura suerte, el estar en el sitio correcto en el momento adecuado, la que marca la diferencia entre el que gana bien y el que gana pero-que-muy-bien. Piénsalo. Si el talento fuera la única variable en cuestión, todos tus jefes serían maravillosos.

Si, pese a todo, alguien necesita hacerme saber que mi sueldo es una mierda, voy a insistir en que comparta conmigo las estadísticas pertinentes, que es algo que por lo menos se puede usar en una negociación con mi jefe. Por lo demás, a partir de ahora voy a pedir a mis conocidos que si la anécdota no tiene los componentes de una buena historia que me haga reír o llorar o querer compartirla en este blog, por favor me la ahorren. La excepción por supuesto es si se están acostando con el acaudalado vecino, protagonista de la anécdota en cuestión. En ese caso me encantará saber que puedo esperar un Rolex por Navidad.


viernes, 23 de octubre de 2015

Parir sin epidural

Servidora Tedesca, talentosa bloguera (su blog fukitol, es divertidísimo y con un diseño bien currado, no como el mío), ha aceptado el desafío de proponer una camiseta apropiada para la madre que se ve en el trance de parir sin opiáceos. Creo que refleja a la perfección el espíritu de lo que yo quería transmitir en el blog, aquí.



Me encanta la referencia a las drogas blandas. Yo añadiría por detrás "Y no me vuelven a pillar en una de estas", pero eso va en gustos, claro.

Qué, ¿hay interés? ¿Voy mirando precios? Se pueden hacer versiones en inglés, checo, u otros idiomas para esas amistades que te cuentan lo bien que ha ido su parto y a las que te gustaría decir, "toma tu camiseta y calla".

martes, 20 de octubre de 2015

El test del hinojo

En esta década larga de acoger a visitantes en centroeuropa hemos aprendido que nuestro hogar es inaceptable por variadas y numerosas razones:
-No tiene persianas
-La bañera está demasiado alta
-La cama demasiado baja
-Está al lado de una carretera
-Está en un segundo piso sin ascensor
-No contiene un instrumento para preparar Knedliky
-Y se oyen pájaros por la mañana

Los países en los que hemos vivido son así mismo inaceptables porque.
-El pan negro es de pobres
-Las cajeras del Netto son unas desagradables, ergo, la gente en este país (todos y cada uno de ellos) son unos desagradables
-No hay Colacao ni berberechos, lo que lo hace inhabitable para el Homo Hispanicus
-La tienda al lado de casa vende ropa cara y hortera, ergo, la ropa en Alemania es cara y hortera
-Los bares cierran pronto, si sales a medianoche no tienes donde ir
-La gente no habla español
-El té de genjibre sabe a colonia
-La Merkel es una hija de perra y los alemanes unos nazis (sin argumentación adicional)
-Como en España en ningún sitio (vaga argumentación adicional: sol y tapas)
-Llueve

Pero luego está esa gente que te acompaña al supermercado y pasa por alto la ausencia de Colacao, el hecho de que el aceite sea italiano, los precios, el pan negro, las etiquetas en alemán y te dice. ¡Anda, hinojo! ¡Qué bien! ¡Coge, coge, vamos a preparar una ensalada!

Nunca me había dado cuenta antes de las buenas vibraciones que despiden ese tipo de personas. Es una actitud que va más allá del hinojo. Se trata de la misma gente que en lugar de pedirse un pescado y un tinto y despotricar sobre lo malo que está y lo caro que cuesta, se pide unas salchichas con chucrut y te pregunta qué cerveza le recomiendas, Es la gente para la que las cosas nunca son viejas y horteras, son vintage y kitsch. Las que te dicen que no te quites las verrugas, que te dan personalidad y que ven estupendamente bien cualquier decisión idiota que puedas tomar. ¿Un curso de cerámica? Despejar la mente te hace más productivo ¿Hacerte peluquera? Una buena esteticién está muy cotizada ¿Bigamia? Cocinar para más gente siempre es más económico. Es como si en el supermercado de la vida, esta gente estuviera predispuesta a fijarse en el hinojo. O en el colinabo, Lo mismo da.

En fin, que si tienes una o varias personas en tu vida que pasan el test del hinojo, puedes sentirte afortunado. También puedes mandarles una foto como esta:



Es el tipo de gente que lo sabrá apreciar.

La foto la he cogido de aquí

sábado, 17 de octubre de 2015

Vuelta a la normalidad

Tenía que pasar. Las hormonas de la felicidad postpartum han desaparecido. Una lo nota en pequeñas cosas.

Las últimas dos semanas, mi adorado maridito ha estado dedicado exclusivamente a la noble tarea (o tarea de nobles), de tocarse los huevos a dos manos. Es algo que no me ha molestado lo más mínimo. De hecho, lo he considerado un necesario período de adaptación, en el que padre e hija han tenido la oportunidad de conocerse. Con una servidora naturalmente drogada, y la madre de una servidora gestionando que nadie muriera de hambre o de cólera, la casa ha sido una balsa de aceite. En mi percepción distorsionada por la química, mis hijos han sido un amor y sólo tenía ganas de besarlos a todas horas, mi marido, un dechado de virtudes asignado a mí por los ángeles del cielo, y no podría querer más en la vida que seguir exactamente como ahora. Hasta la báscula parecía estar de mi parte y me anunciaba alegremente que me he librado de más de diez kilos así sin más, porque yo lo valgo.

Bien, pues ayer por la mañana mi adorado maridito, ese dechado de virtudes, ha amanecido a las 10, y se ha ido al trabajo a las 11. Mi reacción no ha sido esa de amor y comprensión a la que le tenía acostumbrado últimamente "¿vas a trabajar hoy? Si te apetece, oye. No te vayas a estresar. ¡Ah! Que tienes que desayunar, claro. Tampoco te saltes el almuerzo, no te vaya a dar una lipotimia o algo. Que te has acostado tarde. Que digo yo que si tanto tiempo te sobra por las noches podrías dormir a tu hija, Que la señorita ha decidido que no le gusta la cuna. Y tenemos que hablar de tu hijo, que está insoportable."

Sí, el hijo adorable, y mi madre amantísima, que la semana pasada eran mi felicidad y mi orgullo, sin el soporte de la oxitocina y la endorfina me sacan de quicio. "¡Mami, mami, mami! ¡Juega un poquito solo, amor, que me vas a gastar el nombre!" "No, mamá, no sé como se dice berberecho en alemán, ni creo que los tengan en el Netto." Y es que la nueva adquisión de la familia anda con tos y estamos encerradas en casa, lo que no ayuda. Y llueve. Para colmo llueve.

Así que estoy tratando de compensar el mono de endorfinas comiendo chocolate como si fuera pan. Esto es, hasta que escucho lo siguiente saliendo del baño.
-Jeje, ¡qué curioso! La báscula se ha vuelto loca. Dice que Daniel pesa tres kilos. 



domingo, 11 de octubre de 2015

De la genética

Hace poco tuvimos la charla anual con la profe del pequeño monstruo. O como yo llamo al evento, "Conoce a Mendel y sus guisantes. Introducción a las leyes de la genética... esa perra".

El juego consiste en que por cada cosa que te cuentan sobre el vástago, a uno de los progenitores le corresponde reconocer la culpa, o atribuirse el crédito. Por ejemplo:

Profe: Cuando está jugando a algo que le gusta, se concentra absolutamente. Puedes gritar su nombre y ni se entera.
Yo, mirando a mi media naranja: Sí, eso es algo que me suena familiar

Profe: Los deportes, la coordinación... bueno... digamos que no es uno de sus fuertes.
Mi media naranja me mira a mí. Mea culpa: Vale, no va a ser futbolista.
Profe: No es probable

Profe: La pintura no le interesa demasiado
Los dos asentimos: aha

Profe: Y la música... bueno... Le gusta el tambor
Bien. Guitarra y piano ya tenemos. A ver si a la niña le gusta el bajo.

Profe: Y en lo que es buenísimo, es en matemáticas
Los dos a la vez, hinchando el pecho como un pavo real: ¡Claro!

En resumen, que tenemos un pequeño ingeniero. Lo cierto es que otra cosa me hubiera sorprendido. Ahora, como no está bien encasillar a la criatura (todavía hay esperanza de que nos salga director de cine) estamos intentando fomentar en casa los deportes y las artes gráficas. Esto es, dentro de las limitaciones de la genética.

-Es imposible, Le quiero explicar cómo coger bien el lápiz pero no se deja. Se empeña en hacerlo a su modo y no acepta ayuda, aunque se de cuenta de que cómo el quiere hacerlo no funciona ¿Cómo puede ser tan tozudo?
-Increíble, ¿verdad? -Digo mirando al hombre al que nunca pude enseñar español porque me discutía las reglas de gramática. - Increíble, insisto. ¿Cómo es posible?

martes, 6 de octubre de 2015

De la razón y las hormonas

Normalmente soy una persona bastante racional. Si una amiga me preguntara qué opino sobre métodos para inducir el parto naturalmente (subir escaleras, limpiar cristales, homeopatía y demás), le respondería que en general me parece que no tienen demasiada base científica, que la mayoría de los niños estadísticamente vienen después de la fecha prevista, y que yo sopesaría bien las ventajas y riesgos antes de decidir inducir el parto artificialmente.

Esto es lo que yo diría.

Ahora bien, lo que he hecho cuando la nena ha decidido acomodarse pasado el día D... ha sido abrazar la más absoluta irracionalidad. Me he comprado té de hojas de frambuesa y bebido más de tres tazas al día. He paseado hasta quedarme exhausta. He obligado a mi media naranja a sesiones de sexo diarias, cosa que no sucedía practicamente desde la Erasmus. No he utilizado homeopatía, porque quería mantener la ilusión de seguir siendo fiel a mí misma, y he perdido esa ilusión en el momento en que pronuncié la frase "luna llena, superluna y eclipse. Esta noche nace seguro".

Y no. No ha servido de nada.

El lunes nos encontramos en el hospital, manteniendo esa temida charla sobre las ventajas e inconvenientes de inducir el parto artificialmente. Mi media naranja y yo nos habíamos preparado para esto. Llevábamos una lista de preguntas que queríamos hacer y la idea de esperar dos días más antes de forzar la cosa. Al fin y al cabo, el límite no es algo exacto, es más como la fecha de caducidad de los yogures. Lamentablemente la conversación no fue precisamente la educada disquisición basada en datos estadísticos que habíamos esperado:

-A partir de la semana 41, las posibilidades de que el bebé se muera aumentan exponencialmente
-Vale. Inducimos. 

Me gustaría decir que a partir de ahí me comporté de un modo lógico y coherente con mis ideas. No. No ha sido el caso.

Lo que yo te diría sobre las drogas, en concreto la epidural, es que Dios nos dió opiáceos por una buena razón. Te diría, ¿a qué no se te pasa por la cabeza hacerte un empaste sin anestesia? Para mí, el parto sin anestesia es como una maratón, algo que lleva al cuerpo al límite sin más meta que un subidón temporal de endorfinas, el poder decir "lo hice" y en ocasiones una camiseta.

Pues de algún modo me hice convencer para meterme en una bañera caliente hasta que fue demasiado tarde para las benditas drogas. Incluso después de inisistir en que yo salía de la bañera en cuando estuviera disponible el anestesista, por algún motivo acabé dejándome poner en lugar de la gloriosa epidural, ese placebo de mierda que en teoría te relaja. No sólo eso, sino que insistí en que me dieran otra dosis, a lo que la comadrona debió pensar, "pobriña...".

Así que nuestro pequeño experimento europeo 2.0 ha nacido, como diría mi madre, a lo hippy. Lo bueno es que estoy disfrutando de un subidón de endorfinas que ríete de las drogas de diseño. Mi amor por todo el mundo es ilimitado. No puedo parar de repartir abrazos. Además puedo mirar de tú a tú a todas esas checas que me miraban a mí con horror por sugerir que un parto es lo suficientemente desagradable como para no despreciar las opciones que nos brinda la farmacología y decirles que sigo pensando lo mismo, y aunque de momento nadie me ha regalado una camiseta no descarto hacerme yo una. Esto es, antes de que se me pase el efecto de las hormonas, vuelva a convertirme en una persona razonable, y sea plenamente consciente del absurdo que me rodea ahora mismo.