sábado, 17 de octubre de 2015

Vuelta a la normalidad

Tenía que pasar. Las hormonas de la felicidad postpartum han desaparecido. Una lo nota en pequeñas cosas.

Las últimas dos semanas, mi adorado maridito ha estado dedicado exclusivamente a la noble tarea (o tarea de nobles), de tocarse los huevos a dos manos. Es algo que no me ha molestado lo más mínimo. De hecho, lo he considerado un necesario período de adaptación, en el que padre e hija han tenido la oportunidad de conocerse. Con una servidora naturalmente drogada, y la madre de una servidora gestionando que nadie muriera de hambre o de cólera, la casa ha sido una balsa de aceite. En mi percepción distorsionada por la química, mis hijos han sido un amor y sólo tenía ganas de besarlos a todas horas, mi marido, un dechado de virtudes asignado a mí por los ángeles del cielo, y no podría querer más en la vida que seguir exactamente como ahora. Hasta la báscula parecía estar de mi parte y me anunciaba alegremente que me he librado de más de diez kilos así sin más, porque yo lo valgo.

Bien, pues ayer por la mañana mi adorado maridito, ese dechado de virtudes, ha amanecido a las 10, y se ha ido al trabajo a las 11. Mi reacción no ha sido esa de amor y comprensión a la que le tenía acostumbrado últimamente "¿vas a trabajar hoy? Si te apetece, oye. No te vayas a estresar. ¡Ah! Que tienes que desayunar, claro. Tampoco te saltes el almuerzo, no te vaya a dar una lipotimia o algo. Que te has acostado tarde. Que digo yo que si tanto tiempo te sobra por las noches podrías dormir a tu hija, Que la señorita ha decidido que no le gusta la cuna. Y tenemos que hablar de tu hijo, que está insoportable."

Sí, el hijo adorable, y mi madre amantísima, que la semana pasada eran mi felicidad y mi orgullo, sin el soporte de la oxitocina y la endorfina me sacan de quicio. "¡Mami, mami, mami! ¡Juega un poquito solo, amor, que me vas a gastar el nombre!" "No, mamá, no sé como se dice berberecho en alemán, ni creo que los tengan en el Netto." Y es que la nueva adquisión de la familia anda con tos y estamos encerradas en casa, lo que no ayuda. Y llueve. Para colmo llueve.

Así que estoy tratando de compensar el mono de endorfinas comiendo chocolate como si fuera pan. Esto es, hasta que escucho lo siguiente saliendo del baño.
-Jeje, ¡qué curioso! La báscula se ha vuelto loca. Dice que Daniel pesa tres kilos. 



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