domingo, 11 de octubre de 2015

De la genética

Hace poco tuvimos la charla anual con la profe del pequeño monstruo. O como yo llamo al evento, "Conoce a Mendel y sus guisantes. Introducción a las leyes de la genética... esa perra".

El juego consiste en que por cada cosa que te cuentan sobre el vástago, a uno de los progenitores le corresponde reconocer la culpa, o atribuirse el crédito. Por ejemplo:

Profe: Cuando está jugando a algo que le gusta, se concentra absolutamente. Puedes gritar su nombre y ni se entera.
Yo, mirando a mi media naranja: Sí, eso es algo que me suena familiar

Profe: Los deportes, la coordinación... bueno... digamos que no es uno de sus fuertes.
Mi media naranja me mira a mí. Mea culpa: Vale, no va a ser futbolista.
Profe: No es probable

Profe: La pintura no le interesa demasiado
Los dos asentimos: aha

Profe: Y la música... bueno... Le gusta el tambor
Bien. Guitarra y piano ya tenemos. A ver si a la niña le gusta el bajo.

Profe: Y en lo que es buenísimo, es en matemáticas
Los dos a la vez, hinchando el pecho como un pavo real: ¡Claro!

En resumen, que tenemos un pequeño ingeniero. Lo cierto es que otra cosa me hubiera sorprendido. Ahora, como no está bien encasillar a la criatura (todavía hay esperanza de que nos salga director de cine) estamos intentando fomentar en casa los deportes y las artes gráficas. Esto es, dentro de las limitaciones de la genética.

-Es imposible, Le quiero explicar cómo coger bien el lápiz pero no se deja. Se empeña en hacerlo a su modo y no acepta ayuda, aunque se de cuenta de que cómo el quiere hacerlo no funciona ¿Cómo puede ser tan tozudo?
-Increíble, ¿verdad? -Digo mirando al hombre al que nunca pude enseñar español porque me discutía las reglas de gramática. - Increíble, insisto. ¿Cómo es posible?

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