martes, 7 de febrero de 2017

¡Hort!

Que no se diga que no hemos aprendido nada en estos años de inmigrantes.

Como poco, algunos de nosotros en la pareja, hemos aprendido alemán. Y no sólo eso.

El próximo curso nuestro pequeño monstruito trilingüe irá al colegio. La emoción del evento y la imponente presencia del tiempo que pasa siempre demasiado rápido quedan en un segundo plano ante la más agobiante, imperiosa, y pragmática necesidad de buscar algún sitio donde la criatura pueda quedarse por la tarde (para los no nativos, un Hort).

Escribiría aquí uno o dos párrafos criticando una sociedad que presupone, o por lo menos premia, a las familias en las que uno de los miembros (adivine el lector cual) se dedica en exclusiva a la crianza, pero después de un mes de no hacer otra cosa que trabajar sin descanso, quedarme en casa a cuenta de las ventajas fiscales ya no me parece una idea tan descabellada.

Pero al grano. ¡Lo que hemos aprendido! Hace cinco años, un día como hoy, servidora hacía una búsqueda en Google maps, entraba en un edificio de oficinas repitiendo "Kindergarten!, Kindergarten! y daba comienzo a una gymkana absurda en la que visitamos guarderías veganas, juramos ser católicos de los católicos de toda la vida, y sonreímos con la sonrisa más falsa que existe ante la perspectiva de pasar los fines de semana haciendo trabajos de jardinería y vendiendo tarta casera en mercadillos organizados por algo llamado Elternverein

Cinco años más tarde, ante una situación parecida, no perdemos la cordura ni nos domina el pánico, No corremos en círculos preguntando al azar dónde venden plazas de guardería, sino que sabemos lo que tenemos que hacer, nos presentamos en la sesión informativa del centro adecuado y manejamos la situación como adultos que somos.

Sí, estamos más preparados. Sabemos cómo ser encantadores, mostrar interés por el programa educativo del centro, dejar caer que estaríamos felices de pasar una tarde plantando rábanos si hay necesidad, mencionar el nombre de alguna otra madre que tiene a sus retoños en ese sitio y se pasa el día recomendándolo, jurar que se nos da muy bien hacer marionetas (para algo mi marido es checo) y sobre todo y ante todo, estar preparado para olvidarse en un instante de lo dicho, cambiar totalmente de actitud y hablar como si uno acabara de llegar en el remolque de los plátanos en cuanto se le dice que en los centros públicos se da preferencia a los padres que tienen dificultades con el idioma. Hort! ¿aquí? Hort! Hort! Yo alemán kleine. Mi Mann, todavía más kleinen. ¿Hort?




jueves, 2 de febrero de 2017

Hallo!!!

La primera palabra inequívoca de la pequeña traductora de bolsillo: Hallo! Léase con voz de pitufo borracho de helio y agitando una manita tamaño chupa-chups.

A primera vista es una monería, pero no nos engañemos, estamos ante un mecanismo de defensa. Es un “aquí estoy, hacedme caso”. Es un “hallo! ¡Lleváis dos semanas sin darme un baño!” “Hallo! ¿No veis que mi varita mágica es la escobilla del wáter?” “Hallumm! ¡Yummy! He encontrado lo que pudiera o no ser un osito de gominola pegado al aspirador” “

Estoy segura que, si la traductora fuera el retoño número uno, no necesitaría gritar presa del pánico si nos alejamos diez centímetros mientras duerme. “¡Qué no te vamos a olvidar!” Le digo, pero las dos sabemos que es mentira, que en un número preocupante de ocasiones al cabo del día me acuerdo de repente ¡La niña! ¡¿Dónde está la niña?! Y miro alrededor con el corazón acelerado para encontrarla por fin entre mis piernas arrastrando el cable de la lámpara del salón.

Si el consumo de aceite de almendra es indicativo de la atención que se le da a un hijo, baste decir que todavía tenemos el bote del paquete de muestras que te dan al salir del hospital. De otras cremitas y ungüentos, mejor no hablamos, porque sólo le compramos un cepillo de dientes cuando vimos que robaba el del hermano, señalaba la pasta, protestaba hasta conseguirla, y con su año justo, se gestionaba ella sola su higiene dental.

La pobre… cuando pienso que el monstruito tenía el armario lleno de pijamas de algodón orgánico con orejas de osito y esta criatura se va a la cama con un pantalón de chándal cualquiera... casi entiendo esa obsesión por colgarse mis bragas sucias a modo de bufanda y pararse delante del espejo. “¡Hallooo!”. No sé qué es peor, si el hecho de que normalmente termino con el desayuno antes de lidiar con la situación, o que la gestión de la misma se limite a quitarle las bragas sucias y darle unas limpias.