miércoles, 14 de marzo de 2018

Charlando con la traductora

¿Conoces esos libros en que se van apuntando todos los hitos de tu bebé? La primera palabra, cuando levanta la cabeza, cuando sonríe, cuando gatea, cuando empieza a andar, el primer diente... Como si tuvieras un experimento entre manos en el que hay que tomar medidas y asegurarse de que encajen dentro de la desviación estándar. Y si no encajan te preocupas, claro que sí. Porque los libros dicen, y los retoños de tus amigas confirman, que con seis meses los niños hacen la croqueta. Y cuando el crío tiene seis meses y todavía no se gira en el suelo, te pones de rodillas frente a la colcha de colores con luces y monitos de plástico y le haces gestos con la mano. ¡Gira! ¡Gira! ¡Venga, yo te ayudo! Y le enseñas cómo tiene que girar la pierna, y cuando al fin lo consigue corres a apuntar "Seis meses y Pocholito ya gira sólo. Es un genio".

Con el segundo experimento, es un poco distinto. Es más estar sentada en el sofá, y ver que la niña viene rodando hacia ti y decir, ¡fíjate, ya rueda! ¡Habrá que proteger los enchufes! Y darte cuenta de que no hace falta porque hace siglos que perdiste el chisme de plástico para quitar los que llevan ahí desde que el primer vástago tenía seis meses. Perfecto.

Y no está mal. ¿Cuándo empezó a andar la traductora? Pues pronto, para poder seguir a su manada si se la olvidan. ¿Cuándo empezó a hablar? Pues pronto, para poder defenderse cuando su hermano la acusa de una trastada ¿Cuándo le salió el primer diente? Pues ni idea, pero me imagino que también pronto. Cuestión de supervivencia. Así hemos vivido los avances de la pequeña. Sin presión por parte de los otros churumbeles y las revistas de la consulta del pediatra.

Y ahora nos enfrentamos a un nuevo hito. El año que viene, la traductora de bolsillo irá a la guardería y ayer fue la reunión para contarnos todo lo que hay que saber sobre el tema. Y resulta que las otras madres estaban mucho más preparadas que yo.

-Clara está emocionada con ir al Kindergaten
-Lo he hablado con Sofia y también está muy contenta. Me ha dicho que le gusta dormir la siesta en la habitación de los mayores
-Jan lo mismo. Hemos comprado una mochila nueva. No deja de hablar de hablar de los niños grandes

Y yo -La traductora no habla. Bueno sí. Dice agua, oben, ¿Quéseso? ¿Qué hases? Ich auch...
-Bueno, no pasa nada, todavía queda tiempo- es lo que me han dicho en la reunión. Pero no puede evitar una preocuparse cuando todos sus compañeros de clase mantienen tan elevadas conversaciones con sus respectivas madres. Igual es culpa mía, que todavía no le he explicado nada. Así que por la noche, con ella sentada en la encimera, mientras yo pelaba ajos, he intentado introducir el tema.

-El año que viene vas al Kindergarten, cariño
-¿Qué hases?
-La cena. Tu amiga Charlotte va al Kindergarten, también
-¿Quéseso?
-Un ajo. Los niños mayores van al Kindergarten. Tú eres ya mayor...
-¿Quéseso?
-Una cebolla. ¿Quieres ir a la misma clase que Charlotte?
-¿Qué hases?
-Cortar ajos. A ver, el Kindergarten...
-Ich auch
-¿Tu también quieres ir al Kindergarten?
-Ich auch. Cot-tá

Bueno, pues nada. O mi hija me está diciendo que aprender a manejar un cuchillo le parece más importante que aprender los colores en el Kindergarten (que todo pudiera ser con esta pequeña drama queen), o es que es muy pronto para tener esta conversación. Creo que vamos a tener que asumir como siempre que las locas son las otras madres y dejarlo estar.



viernes, 9 de marzo de 2018

Si paramos las mujeres se para el mundo

Este no es un blog feminista. Aquí y allá uno puede encontrar varias (muchas) entradas con saborcillo reivindicativo, pero el lector puede ignorarlas si quiere. Yo lo que me he propuesto es escribir sobre mis niños trilingües, y el tema da para mucho.

Este no es un blog feminista, pero servidora lo es. Y es inevitable que las creencias de una madre influyan en la historia de su familia: Educa a una mujer y educarás a un pueblo. Como yo soy feminista, cuando voy de compras tengo que pelearme contra las estanterías llenas de rosa y purpurina, me ofende si se dirigen sólo a las madres en el colegio, y me preocupo de si lo que vemos en Netflix pasa o no el test de Bechdel. Y luego voy, y lo cuento.

Este no es un blog feminista, y lo cierto es que además procuro que no se me vea mucho el plumero. Una no va por ahí diciendo que es feminista si no quiere que la tomen por radical. Cada vez que escribo algo feminista me imagino a quién me lea pensando "el blog no está mal, pero mira que se pone pesada con ciertos temas".

Este no es un blog feminista, así que cuando pensaba si iba a escribir algo para el 8 de Marzo me respondía a mi misma con un no.

No. No iba a escribir nada hasta que he visto las manifestaciones en España y me he emocionado, y se me han caído unos lagrimones que ni que me hubieran subido de repente el sueldo un 13%. ¡Qué falto yo! Les hubiera gritado. Y eso que yo también salí a la calle. ¿Cómo no iba a salir? Pero no es lo mismo.

Es que en Alemania, las feministas salimos a la calle. En España, las feministas han salido del armario.

Y resulta que somos muchas.

Y es emocionante.




Y a lo mejor mi blog sí es un poquito feminista.



viernes, 2 de marzo de 2018

Galletas cachondas

España, tierra querida. Las tiendas de productos españoles, y los que organizan la semana española en el Lidl, saben perfectamente lo que los expatriados echamos de menos. El Colacao. Las galletas María. Las latas de atún y las de tomate frito. La sepia. La colonia Nenuco. Las pipas.

Yo no soy mucho de comprar Colacao. Presumo de poder sobrevivir sin comer jamón más que en Navidades y Semana Santa. Pero hay una cosa que echo de menos de España. Me di cuenta hace un par de tardes.

Con el abuelo en casa, hacía varios días que no recogía a la traductora de bolsillo de la guardería, así que esperaba, como así fue, tener que repetir la rutina que la pequeña tirana le obliga a llevar al abuelo y que incluye una parada en la panadería, subir y bajar todos los bordillos y muros que se encuentran entre la guardería y la casa, y jugar con el inodoro público, quiero decir, la cabina telefónica que tenemos en la esquina del parque.

Pero en fin, tenía tiempo y necesitaba comprar pan, y no me quejé mientras la pequeña me cogía de la mano y me llevaba a la panadería. No me había  dado tiempo ni a pedir el pan, ni a sacar el monedero cuando la traductora se pone a gritar ¡coño! ¡Coñooo!

Momento de sorpresa. Sigo con la mirada el dedito de la niña y me encuentro que apunta y señala esto:



Y me da un ataque de risa. No puedo parar. Y nadie se ríe conmigo. Los empleados y otros clientes de la panadería me miran como si estuviera tarada. Estos inmigrantes... Y me pasa algo que no me pasa todo los días. Que echo mucho de menos España. Alguien que me entienda y se ría conmigo

Por cierto, que es entrañable también que la explicación de los numerosos caballos decapitados que aparecían últimamente por casa es que el abuelo le ha estado comprando a la traductora diariamente galletas de tres euros con forma de unicornio. ¿En serio, papá? El abuelo se encoge de hombros. Cosas de abuelo...