viernes, 2 de marzo de 2018

Galletas cachondas

España, tierra querida. Las tiendas de productos españoles, y los que organizan la semana española en el Lidl, saben perfectamente lo que los expatriados echamos de menos. El Colacao. Las galletas María. Las latas de atún y las de tomate frito. La sepia. La colonia Nenuco. Las pipas.

Yo no soy mucho de comprar Colacao. Presumo de poder sobrevivir sin comer jamón más que en Navidades y Semana Santa. Pero hay una cosa que echo de menos de España. Me di cuenta hace un par de tardes.

Con el abuelo en casa, hacía varios días que no recogía a la traductora de bolsillo de la guardería, así que esperaba, como así fue, tener que repetir la rutina que la pequeña tirana le obliga a llevar al abuelo y que incluye una parada en la panadería, subir y bajar todos los bordillos y muros que se encuentran entre la guardería y la casa, y jugar con el inodoro público, quiero decir, la cabina telefónica que tenemos en la esquina del parque.

Pero en fin, tenía tiempo y necesitaba comprar pan, y no me quejé mientras la pequeña me cogía de la mano y me llevaba a la panadería. No me había  dado tiempo ni a pedir el pan, ni a sacar el monedero cuando la traductora se pone a gritar ¡coño! ¡Coñooo!

Momento de sorpresa. Sigo con la mirada el dedito de la niña y me encuentro que apunta y señala esto:



Y me da un ataque de risa. No puedo parar. Y nadie se ríe conmigo. Los empleados y otros clientes de la panadería me miran como si estuviera tarada. Estos inmigrantes... Y me pasa algo que no me pasa todo los días. Que echo mucho de menos España. Alguien que me entienda y se ría conmigo

Por cierto, que es entrañable también que la explicación de los numerosos caballos decapitados que aparecían últimamente por casa es que el abuelo le ha estado comprando a la traductora diariamente galletas de tres euros con forma de unicornio. ¿En serio, papá? El abuelo se encoge de hombros. Cosas de abuelo...

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