viernes, 12 de diciembre de 2014

10 cosas que he desaprendido aprendiendo idiomas

1- Que es lo mismo aprender inglés o italiano que aprender húngaro, checo o mandarín.
Sin entrar siquiera en los tres géneros, siete declinaciones y demás putadas lingüísticas de los idiomas eslavos, baste mencionar que en checo "Strč prst skrz krk" es una frase.
Debería ser obvio, pero aún así, el sufrido estudiante de checo tiene que aguantar mil veces el injusto "pues yo en tres meses hablaba catalán" de los amigos y colegas. Lo mismo cabe decir de los cursos intensivos de tres o cuatro semanas. Un curso de tres semanas en checo te cualifica para pedir una salchicha a la brasa en Staroměstská, nada más. Es duro, pero mejor saberlo antes de desembolsar unos cientos de euros.

2- Que basta con escuchar la tele y practicar en la panadería para aprender un idioma.
Sí, para aprender portugués a lo mejor sí. Pero puedo decir por experiencia propia que sentarse en una reunión de tres horas en alemán sin saber alemán no contribuye en nada a mejorar el vocabulario de uno. Sólo contribuye a mejorar la capacidad para imaginarte películas de nazis en las que tus colegas son los protagonistas

3- Que tienes que dominar con fluidez el idioma de tu pareja. Además de hablar entre vosotros en el idioma nativo de la persona que tiene una opinión sobre qué idioma debes hablar en tu casa.
Aparte de que me parece muy sano que cada uno hable lo que le de la gana, el inglés es para muchas parejas Erasmus esa zona neutral en la que nadie queda por encima del otro. Y esto a veces es muy importante. Tener que pensar con un poco de cuidado qué burradas se dicen durante una pelea es algo que puede salvar matrimonios.

4- Que todo el mundo aprecia oír las tres frases que sabes decir en ese idioma extranjero.
"Estuve seis meses en Palma de Mallorca" " Una cerveza, por favor" "¿Dónde está la zapatería?" La primera vez que oigo esto me da la risa, la segunda, sonrío educadamente, la tercera, finjo sordera y me pongo a mirar a otro lado, y si hay aún más, rezo una oración por el alma de Cervantes. Hay un checo en particular que insiste en decir estas cosas cada vez que me ve, como ejemplo de lo fácil que es aprender un idioma y cómo puedo ser tan torpe con el checo. A veces fantaseo con que se queda atrapado un mes en Conejeras del Páramo y tiene que negociar comida y agua.

5- Que los cuentos son el material más fácil para practicar la lectura.
"Pues eso es hurtar. Y como todo lo que es hurto hay que restituirlo, y no vas a saber ni cuánto ni a quién se lo has de devolver, te vas a hacer otro celemín que le falte para la medida justa tanto como le sobraba al grande, y con eso vendrás a restituir todo lo que has hurtado." I rest my case

6- Que saber un idioma implica saber enseñar el idioma.
¿Cómo es posible que tu pareja no te enseñe su idoma? Porque nos queremos y no veo motivo alguno para convertir nuestras horas juntos en una clase lamentable, frustrante y soporífera con un profesor venido del infierno con el que después tienes que irte a la cama.

7- Que tu B2 te cualifica para decirle a un alemán como hablar su idioma y hacer atrevidas generalizaciones.
-La tortilla española también se puede decir "tortilla de España", ¿no?
-No
-¿Por qué?
-Porque no
-Pero...
-No
-P...
-¡Chst!

8- Que el hecho de hablar un idioma significa que tienes que utilizarlo siempre
Si hablas alemán, ¿porqué necesitas un dentista que hable inglés? Pues porque cuando me pregunte si quiero que me haga el empaste sin anestesia (cosa que al parecer sucede en este país) y sólo entienda "empaste" y "anestesia" no quiero sonreír y asentir como una idiota. 

9- Que si sabes un idioma significa que puedes pedir un café y discutir de política con la misma destreza. Tú hablas alemán, ¿no? Pues eso.
Has terminado tu B2. Te sabes el imperativo, el genitivo y los pronombres reflexivos. Pero ¿sabes hablar realmente?
-Seguro que puedes pedir comida en un restaurante y dar direcciones por la calle
-Tambien puedes hablar con tu pareja, y con profesores en general
-Probablemente puedes mantener un tête-à-tête con la madre de tu pareja
-Si sigues el argumento de una película más compleja que Avatar te felicito
-Aunque lo practicaste durante el curso, dudo mucho que puedas mantener una entrevista de trabajo
-Y si entiendes a los amigos borrachos de tu pareja cuando discuten de política en un bar, o a la abuela de tu novio cuando habla ese dialecto raro, lo siento mucho pero no me lo creo

10- Que ese inmigrante que lleva 20 años en Alemania y no sabe el idioma no tiene nada que ver contigo
Como Auslander, uno escucha bastante frase xenófoba, que obviamente, no va dirigida a él/ella.
Que los inmigrantes deberían hablar alemán en su casa, que se debería expulsar a quien no hable el español, que los extranjeros nos destrozan el italiano, que no hablar francés es no quererse adaptar...
Normalmente el aprendiz de xenófobo se da cuenta de la presencia del Auslander y entonces añade, conciliador. "Me refiero, claro, a la gente que lleva aquí veinte años y no habla el idioma". ¡Ay, amigo! Si tuviera un euro por cada "expat" americano que llevaba quince años en Praga y no sabía ni pronunciar na schledanou... Cuando te das cuenta de que cualquier "inmigrante" vietnamita, turco o ruso habla el alemán mejor que tú, que las señoras del parque se refieren a tí como si hubieras llegado escondido entre cajas de plátanos y que aunque tengas un PhD los empleados de oficina tienen que hablarte como si fueras retrasado... entonces, amigo, ha llegado el momento de ponerte las pilas. Ese inmigrante que no se quiere integrar eres tú.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Por favor, no llamen a la Jungenamt

Anoche. Martin. de pie frente al cubo de la basura de la cocina.

-¿Qué tenías en la bolsa de plástico de la entrada?
-Maquillaje, gel, las lentillas, el estuche de las gafas, alguna otra cosa ¿por?

Por nada. Martin coge la linterna, se pone los zapatos y sale por la puerta. Sí. Mi media naranja acabada de confundir mi neceser low cost con la bolsa de la basura.

Me pregunto si este tipo de cosas le pasan a todo el mundo. A nosotros nos pasan aún más desde que somos padres pero de la mayor parte mi hijo jamás se va a enterar. Y es que la anécdota simpática y el hecho delictivo a veces están a un paso de distancia y un padre debe mantener, por lo menos hasta que la progenie tenga edad, esa aura de “soy una persona responsable-yo sé lo que me hago-no se me olvidó nunca una revisión tuya en el dentista”.

-Para el contrato de la guarde necesitamos el calendario de vacunaciones…
-Kein problem
-… y el libro con las revisiones médicas
-Ehemmm ¿no lo trajimos el mes pasado?
-Debía ser una copia antigua, faltaba la revisión de los tres años.

No es una copia antigua, no. La cosa fue así: Verano, llega el recordatorio de la Krankenkasse para la revisión de los tres años. Septiembre, todavía hay tiempo, Octubre, todavía hay tiempo, Noviembre, todavía hay tiempo, Navidades en España, Enero, nuevo trabajo, Febrero,  el tema está completamente olvidado, Marzo, ya se nos ha pasado el plazo, Mayo, me doy cuenta, repito tres veces "no puede ser, no puede ser, no puede ser" y llamo a la consulta del médico, pero es demasiado tarde para hacerla, ya no sería la revisión de los tres años.


Yo ya sé que ser unos padres amantísimos y que a la vez te pase esto es incompatible e inexplicable. Más aún con ese sistema de fallback incorporado que consiste en tener dos cabezas por pareja en lugar de una. Pero hay que tener en cuenta que el cerebro que en mi casa debería actuar de backup tiene un fallo que le incapacita para todo lo que es el almacenamiento y procesamiento de tareas mundanas como puede ser, por ejemplo, identificar la bolsa de la basura. Con esta tara sólo nos queda un procesador y es normal que de vez en cuando se sobrecargue. Por ejemplo ayer hice una empanada de atún sin atún, y sólo me di cuenta al día siguiente, cuando ya nos la habíamos comido. Así que cada día que voy a la guardería y el carrito vuelve a casa con el niño dentro merecería una pegatina en forma de estrella. Espero que el día que nos llame la Jungenamt lo tenga en cuenta.




martes, 18 de noviembre de 2014

Bebé pez y papá pez

Allá por los noventa, cuando yo era feminista, me decían mucho una cosa muy absurda: que si yo quería igualdad de verdad, por qué no protestaba para que los hombres tuvieran los hijos y las mujeres hicieran la mili. Bueno, no voy a elaborar aquí una explicación porque el tipo de hombre que cree estas cosas no es generalmente el tipo de hombre que puede leer más de dos párrafos si no están acompañando la foto de una tía en pelotas. Y no voy a desnudarme para esto.

Pero una cosa sí voy a reconocerles a los paletos que salían con la historia de la mili. Ser mujer tiene ciertas ventajas. Y ser hombre, ciertos inconvenientes.

Daniel siempre se ha llevado bien con su padre. Como en las familias más tradicionales, él es el que con más probabilidad le va a consentir subirse al tobogán más alto, meterse en la fuente del parque y jugar con el destornillador, pero además, es él el que tiene el don de la paciencia en casa, lo que significa que es él el que le cuenta más cuentos antes de irse a dormir y hace los recorridos de tren más impresionantes. Durante las vacaciones, en un momento dado a Dani le entró un ataque de papitis tan agudo que se dormía llorando si no estaba su padre para leerle un cuento. Y un día, mirando pegatinas, casi me hace llorar a mí.

-Mira, Dani, bebé pez y mamá pez
-¡No! ¡No! Bebé pez y papá pez

¿Cómo se le ocurre? Es una norma no escrita que si en un cuento, pegatina, o dibujo, tenemos un bebé con un sólo progenitor, este debe ser la madre ¿no? Normalmente no hay lugar a dudas porque el animal grande lleva una falda, un lazo rosa y un collar de perlas, pero parece que alguien se olvidó de pintarle los labios al pez. (Y no, mi hijo no ha visto Nemo, aunque sólo ahora me doy cuenta del concepto rompedor que propone).

Durante las horas siguientes, claro, vino la racionalización. ¿No querías igualdad? Pues esto es igualdad. El niño adora a su padre ¿qué hay de malo? Debería sentirme orgullosa de esa relación especial, de que mi hijo no tenga uno de esos padres a los que se les ve las noches impares antes de acostarse. Lo ridículo es que no haya más cuentos de papá y bebé. ¿No deberían los hombres quejarse de esta discriminación tan absurda? ¿No es lógico que si un hombre se esfuerza tanto como una mujer por su hijo también tenga su recompensa? ¿No debería haber más Nemos? 

Sin ejemplos en los que el padre es el protagonista que mima al bebé, nunca pasaremos de esos buenos padres de hoy en día que “ayudan” en casa, o que con suerte comparten cerca del cincuenta por ciento. (Y si lo hacen es porque son unos santos, claro, no porque sea su deber). Si sigue siendo un bicho raro, o peor, un fracasado y un inútil el padre que se queda en casa porque así le conviene a la familia, o porque así se lo puede permitir, ¿cómo podemos esperar que los padres vean lógico, y no como un favor el pedirse más de un mes de baja paternal?

Sí, yo, moderna dónde las haya, me dije a mí misma todo lo que hay que decirse, pero en el fondo la que más fuerte hablaba era esa conocida voz que insinúa que trabajo demasiado y que algo habré hecho mal para que mi hijo prefiera a otro antes que a mí. En fin, la famosa culpa materna que en Alemania tiene nombre: "Rabenmutter". Nótese que un hombre en situación análoga no dedicaría ni un segundo a culparse, mucho menos a disertar sobre ello en diez párrafos.

Pese a todos los buenos argumentos del mundo, no logré la paz conmigo misma hasta que Daniel volvió hace poco al más clásico "mamá y bebé" que yo, de forma vergonzante, me he encargado de fomentar.
-Mira, mamá pez y bebé pez
-¡Sí! Mamá pez y bebé pez
-Muy bien, amor. ¡Toma una galleta!

No me siento orgullosa. Por eso, volviendo a un punto de vista civilizado, moderno y teórico, tengo que decir que es genial encontrarse con cuentos como "Guess how much I love you?" en el que hay un conejo pequeño y un conejo grande sorprendentemente sin maquillaje ni lazos. Además es una ventaja que el libro esté en inglés, sin géneros, para que una chalada como yo no utilice bien a sabiendas la palabra “liebre”, en lugar de “conejo” cuando se lo traduce al niño.

martes, 4 de noviembre de 2014

Las cartas de amor cambian con el tiempo

Mi media naranja volvió hace poco de un viaje de tres semanas en San Francisco. Y lo he echado de menos, ¡claro! Han sido veinte largos días en los que él me contaba su visita a Universal Studios, y yo a su vez le ponía al corriente de que por alguna razón la plancha, la cocina, la puerta del balcón y mis nervios habían decidido hacer Kaputt todos al mismo tiempo. Que su hijo y yo comiéramos salchichas hechas al microondas, tapados con tres mantas, mientras él estaba catando vinos es como mínimo razón para no hablarle. Pero el caso es que ha vuelto y yo me he vuelto loca.

Martin y yo tenemos experiencia en separaciones. El aeropuerto de Praga ha visto incontables besos de esos que le dan tiempo a uno de robarte la maleta, probarse tus pantalones y devolvértela tal cual. Eindhoven ha sido testigo de un recuentro a las tres de la mañana en el que la cama casi no lo cuenta, y recuerdo una mañana en un hotel de Delhi en la que me fue imposible encontrar las bragas.

Pero tengo que admitir que esta vez estaba deseando que llegara no tanto para arrancarle la ropa como para que sacara la basura. La alegría de verle aparecer por la puerta, no era sin alivio porque por fin podría salir sola a la calle y comprar detergente. Si tuviera que escribir una carta de amor hoy, tendría un contenido un poco distinto de las de hace diez años.

Le diría, por ejemplo, que aunque la cocina sigue esperando a los señores del Ikea, echaba de menos cómo puede improvisar una cena con un tomate y una lata de sardinas. Le diría que ser la mano que me acerca una toalla cuando el baño está inundado y yo intento quitarle la pistola de agua al pequeño monstruo no es ser poca cosa. Que hacía falta en casa la voz de la cordura que explica que si uno arranca las páginas de un libro no vuelven a crecer para compensar el ¡estate quieto, coño!

No es sólo por las dos manos extra que vienen con él. Cuando no está, echo de menos hablarle durante horas sobre el drama diario de los Powerpoints. Normalmente yo le expondré complicadas relaciones personales y él volverá sobre mi primera frase y me preguntará qué Software utilizamos, pero no se puede tener todo. Es suficiente con que me diga que las otras madres son las taradas, yo nunca.

Hay lujos que sólo se adquieren con el tiempo, como poder reírse juntos de lo poco que me funciona la depilación láser, afirmar con total honestidad que cuando me pongo a limpiar me convierto en una bruja, o poder decir en el restaurante “pídeme lo que quieras” porque él se acuerda casi siempre de que odio las espinacas y yo me acuerdo casi siempre de que él es alérgico a las manzanas.

Cuando él no está las cosas son demasiado mundanas. Me falta que mire a la pared vacía de nuestra habitación y piense que estaría genial poner un mosaico del Golden Gate en tonos sepia, cubrirla de fotos de montañas o pintar un fresco de un desnudo. La ejecución me la deja a mí, eso sí. Él es un pensador.

Cuando no está me falta incluso que haga algo terriblemente idiota, como salir de casa con bañador y camisa o confundir el champú con la crema de manos, porque me encanta ver de qué modo aún más idiota resuelve la situación.

Y lo que he echado de menos más que los días son esas noches, cuando la jornada ha sido un horror sin eufemismos, y es él el que pone música suave y baja la luz y decide por los dos que el vino de cocinar de euro y medio es lo bastante bueno como para servirse en copas y brindar porque cuando estamos juntos, hasta sobrevivir tiene su gracia.

martes, 21 de octubre de 2014

Profe nueva

Este año en la guarde, tenemos una profe que habla español. Qué bien, ¿no? Qué gusto da el poder hablar de las cosas que afectan a la persona más importante del mundo en tu lengua materna, ¿no? ¡No!

Como familia multilingüe, a pesar del caos cotidiano, la barbaridad que nos gastamos en billetes de avión, la dificultad para encontrar una película que todos podamos entender y el hecho de que nuestras familias no podrán nunca sentarse a la misma mesa, tenemos la ventaja de que si queremos nadie nos entiende. Nadie entiende a mi madre cuando dice "a los checos no les gusta el chocolate porque no están acostumbrados. Con el comunismo no había". Nadie tiene la opción de valorar mi capacidad pedagógica "¿ves a ese perro? Si vuelves a sacarte el pito va a venir y te lo va a arrancar de un mordisco", y nadie escucha a Martin si le da por hacerme una proposición indecente al lado de los columpios.

Y ahora todo esto está en peligro. Cuando la profe, sonriente, hipermotivada se me presentó, yo pregunté -¿Entonces estás en nuestro grupo? ¿Siempre? No rotáis ni nada -Nono, aquí me tienes siempre, todos los días -Súper.

Quizá porque estoy en un estado de negación, yo sigo empeñada en hablar alemán y ahora el informe de cómo mi hijo ha pasado el día es la lucha cabezona de dos retrasadas chapurreando idiomas que no son el suyo cuando podrían entenderse mucho mejor si intercambiaran las lenguas.

La que de momento está encantada es mi madre, que lleva dos semanas de visita. Creo que pasa horas discutiendo con la nueva profe cuantas veces hay que sacar al niño a hacer pis, y cómo su pobre hija trabaja a tiempo completo. Ahora se entera de cuando hay reuniones de padres y me pregunta -¿no vas? –No mamá, yo trabajo ¿te acuerdas? –Demasiado, hija, demasiado. ¿Qué vas a hacer cuando yo me vaya? (Lo que voy a hacer es poner punto final a la fiesta de la lejía que tenemos montada, pero esto no se lo digo).

Espero que no se cumplan mis temores, y que pronto esté escribiendo sobre la fantástica comunicación  con las educadoras de mi hijo, pero esta noche al llegar a casa mi hijo me ha soltado “abuela deja tocar tetííííta”, y ya me veo explicando a la Jungenamt, en todos los idiomas que me sé, que mi hijo sigue teniendo obsesión con la teta y que le mete la mano en la blusa a toda la familia, y lo que no es familia. Y en esto mi madre no iba a ser de gran ayuda. “Hija, mejor que te toque la teta a que se toque el pito. Las tetas están más limpias” 

viernes, 10 de octubre de 2014

Not good enough!

Algunos datos sobre mi media naranja:

-Cree que se pueden cocinar huevos en el microondas.
-Ni usando sus cinco sentidos es capaz de distinguir la ropa sucia de la limpia y considera que el pijama es un atuendo perfectamente aceptable para ir a la guardería... o a cualquier parte, ¡qué coño!
-¿Qué necesitan dos personas en una excursión de varios días por la montaña? Un cazo y una cuchara.
-Para él, el mobiliario sin enchufe, incluyendo sillas, mesas y cama, es puramente opcional.
-A veces pienso que si yo no existiera tendría una rata-mascota, se alimentaría únicamente de queso y mandaría la colada por DHL a su madre.

Y sin embargo, esta mañana me lo encuentro supervisando el desayuno que le había dejado preparado al peque para la guarde. Saca el sándwich de la tartera, lo coloca en la mesa, abre el cajón, coge un cuchillo, y en ese momento me acerco y le pregunto, "¿se puede saber qué haces?" esperándome cualquier cosa. Cualquiera. Cualquiera menos lo que me responde. "It is not good enough!" me dice. Que hay que quitar los bordes. Y cortarlo en trocitos. Y que un sándwich no es suficiente. Que hay que ponerle varias cosas en porciones pequeñitas. Que siempre llevamos jamón y queso. Que si no tenemos otra tartera. Y todo esto a las siete de la mañana. Lógicamente yo le contesto que si es que la tartera no está homologada y que si el niño ha pedido un menú degustación, y que se vaya como quien dice al cuerno.

Es que esta vez ha sido mi media naranja el que ha disfrutado del Eingewöhnung, ese período al principio del curso en el Kindergarten dónde uno pasa tiempo con su hijo en la clase para darse cuenta de que las otras madres llevan la ropa de repuesto planchada y que el hijo propio es el más bestia de todos. Mi pobre marido todavía no sabe que no puede competir. Que está tratando con atletas de élite de la maternidad. Con madres que antes de serlo tenían dos carreras y hablaban tres idiomas y cuya satisfacción personal en estos momentos depende de proporcionarles un buen desayuno a sus vástagos. Y para colmo son alemanas. Los tuppers que preparan esas mujeres no podríamos mejorarlos ni aunque nos pasáramos la noche al teléfono con Arzak. 


Le he dado unas palmaditas en la espalda, me he puesto el abrigo y me he ido pensando cómo es posible que no recuerde el día que llegué a casa absolutamente histérica cargada de serpentinas y smarties, repitiendo "it's not good enough!" porque en las bolsitas de caramelos de despedida de la guardería no teníamos un CD con las canciones favoritas del niño, una foto-montaje dedicada, chuches de los sanos, bolsitas con dibujos de autos, pegatinas, y algún pelo del sobaco izquierdo de Santo Tomás de Aquino.

En fin... se le pasará.

martes, 30 de septiembre de 2014

No conozco a ese niño

Es uno de esos raros días de sol en Núremberg. Mamá saborea un Aperol y se imagina que la playa artificial en la que ha instalado su tumbona acaba en el océano, en lugar de la carretera. Al lado de la piscina infantil, un rubio de tres años juega a tirar arena a los otros niños, se baja los pantalones, lanza juguetes al agua y en general se comporta como un pequeño capullo. Mamá da otro sorbo al Aperol, se pone las gafas de sol y se reclina en la tumbona hasta que el niño sale de su campo de visión. 

-Mamaaaaa!!! Otra criatura berrea en alemán algo sobre el renacuajo rubio y la arena. No sabemos exactamente el qué porque la mamá tararea "Blister in the sun" para no enterarse de qué va la historia.

Otra madre interviene en la disputa infantil. A mamá le parece muy bien que alguien tome la iniciativa. La situación parece controlada, así una puede concentrarse en levantarse los pantalones para que el sol le coja un poco las pantorrillas.

El renacuajo rubio sigue tirando cubos de arena a la piscina "Juajuajuaaaaa". Las otras mamás del parque empiezan a comentar. Mamá hace "tsk, tsk, tsk" en solidaridad. Algunos padres consienten todo a sus hijos...

Después se hace el silencio. Mamá sabe que eso no es buena señal. El rubiales debe estar tramando alguna maldad de las gordas. Mamá suspira, se levanta, se disculpa brevemente ante la familia a la que su hijo estaba pidiendo comida, lo mete en el carro a la fuerza, sonríe a las otras madres, que se quedan atónitas, y desaparece lo más rápido posible.

Tres meses después...

Es una de esas bodas con más de trescientos invitados en la que mamá tiene la esperanza de poder terminar el primer plato mientras las trastadas de su hijo se confunden en la multitud de críos con sobredosis de azucar y ganas de destrozar pantalones nuevos.

Previsiblemente ya antes de servir los aperitivos la chiquillada compite por el título de mayor pequeño salvaje, pero cualquiera que observa un minuto la pelea de almohadas improvisada con la decoración de la sala no puede ignorar la cabeza rubia que lidera al grupo. Y cualquiera que echa un vistazo al salón, no puede ignorar el hecho de que entre los más de trescientos invitados sólo hay una pareja con los genes necesarios para engendrar el único especímen de centro-europeo en la muestra de pequeños humanos. Así, mientras papá está ocupado disertando sobre tipos de cerveza con un señor del Punjab, mamá ha fracasado en el intento de convencer al pequeño monstruo para dejar de revolcarse por el escenario, o por lo menos hacerlo con los pantalones puestos, y no le queda más remedio que sonreír educadamente cada vez que alguien se acerca a la mesa para comentar "your kid seems to be having a lot of fun".

...el karma.

viernes, 8 de agosto de 2014

Relativizar

Ser madre te pone las prioridades en orden. Las características imprescindibles en una braga, por ejemplo: mona, sexy, divertida... de pronto cambian a: que se ajuste bien, que sea cómoda, duradera y de fácil mantenimiento (curiosamente lo mismo que se espera del novio cuando se vuelve padre). Una aprende a relativizar. Quizá en el negocio de salvar vidas y hacer el bien en general es distinto, pero para las que nos dedicamos a los powerpoints, aunque estemos fuera del horario del puesto de madre, una llamada de la guardería nos hace salir de la oficina dejando atrás a nuestra sombra, como un dibujo animado.

Ese pequeño monstruo sabe muy bien que es exactamente a los cinco minutos de empezar la conferencia de mamá cuando hay que hacer pis en el salón, gritar histérico lo más cerca posible del teléfono y amenazar con comerse los imanes de la nevera. Por eso una madre astuta sólo acepta reuniones en casa cuando sabe que puede manejarlas con el teléfono en "mute y loudspeakers", porque en cualquier momento va a tener que calzarse unos guantes de goma o repartir unos azotes. Una madre astuta y experimentada tiene la calma suficiente para colgar el teléfono y echar la culpa a un error de conexión. Las prioridades...

Peinarse, depilarse. No prioritario. Pintarse las uñas, no me hagas reír. Comprarse ese jarrón de cristal de Murano o un colador nuevo, nunca hubo una opción más evidente. Hay veces en que preferirías que tu marido te pusiera los cuernos si dejara de abandonar los calcetines sucios en el sofá. Sí, tal que así cambian las prioridades.

Conste que no me quejo. Una tiene que aprender a relativizar porque, amiga, las cosas siempre pueden ponerse más negras. Suerte que el día que salí a la compra con unas medias de pelo natural no me encontré a nadie, suerte que alguna vecina pija no se sentó sobre los calcetines. Una madre experimentada es lo más zen que te puedes echar a la cara.


Hay que relativizar porque el peque te pone en situaciones que superan con creces tu imaginación. Vomita en el coche de tus amigos solteros, esos de "niños-no-gracias", te roba el teléfono y llama a tu jefe e insiste en mear en las macetas. El otro día al recoger a Daniel tuve la desfachatez de pararme cinco minutos para llamar a un compañero de trabajo y decirle que le mandaría un powerpoint por la noche. Cuando me di la vuelta para mirar a mi hijo tenía los pantalones bajados y estaba cagando en la puerta de la guardería. "Tengo que colgar, parece que me reclaman", dije. Subí los pantalones al niño, lo metí en el carrito, recogí la mierda y me fui del lugar de los hechos sintiéndome afortunada hasta el infinito por tener a mano una bolsa de plástico.

lunes, 28 de julio de 2014

Wahrscheinlich papa

Martin me dice que a veces me molesto por cosas muy tontas. Puede que sea cierto, pero hay que tener en cuenta que a él ni las cosas tontas ni las medio tontas le pueden molestar. Su mente de ingeniero descarta todo tipo de ofensas porque o bien son construcciones emocionalmente complejas que no pasan el filtro de lo comprensible, o bien no pasan el filtro de "cosas más importantes que Celtic Heroes".

Pero a mí, revolucionaria de salón y feminista mayormente de boquilla, es cierto que hay cosillas tontas que me pican. Sobre todo en Bavaria. Son ese tipo de cosas que si en lugar de pasarle a una pareja hombre-mujer, le pasa a una pareja blanco-negro, justificarían el llamar putoracistademierda a alguien.

Imagina que dos colegas, uno de ellos negro, estan tomando unas cervezas en el trabajo y accidentalmente rompen una. Cuando salen, en un pasillo relativamente estrecho se les cruza el recepcionista que lo ha visto todo e ignorando al tipo que tiene más cerca, se molesta en hacer una pequeña maniobra-quiebro para alcanzarle la fregona que lleva al amigo negro que va detrás. Esa misma maniobra es la que hizo la cuidadora de un day-care center con el orinal lleno de regalitos de mi hijo cuando su padre y yo fuimos a recogerle.

Ahora resulta que estos amigos descubren que están enamorados y deciden adoptar. Cuando el niño tiene que ir al dentista, y puesto que ninguno de los dos habla alemán, el amigo de color necesita aclarar un campo del formulario de registro con la recepcionista. "Es la persona que tiene al niño en el seguro. Probablemente tu colega blanco". "Wahrscheinlich papa", en mi caso.

Yo ya sé que ese "seguramente papá" no tiene una pizca de maldad, y que cuando miro con cara de tigresa a la pobre recepcionista parezco una desequilibrada, pero, incluyendo mear de pie, no se me ocurre ni una cosa que sólo los hombres puedan hacer en esta vida. Cuando la presidenta de este país es una mujer, cuando cualquier niña puede en principio ser astronauta, y cuando cualquiera de nosotras, madres trabajadoras, hace malabarismos dignos del circo del sol para cuadrar los horarios de un viaje de negocios con una excursión de la guarde, ¿de verdad tiene sentido el asumir que el padre es por defecto el que trae el mamut a casa? Personalmente, además de tóxico me resulta insultante, y me entran ganas de llamar a la gente racista, cosa muy tonta que molesta terriblemente a la gente en Bavaria.

jueves, 10 de julio de 2014

Loser

Supuestamente, mi hijo es un macarra que insulta en inglés a los otros niños. Supuestamente. En nuestra familia siempre existe la duda.

La cosa es Daniel ha llamado “loser” a otro niño. “En el contexto correcto” ha insistido la profe. He used it “in the right context!”. La pregunta que me hago es si hay un contexto correcto para insultar a otros niños, pero en cosas internas de la guardería no me meto.

La profe insiste en que tenemos que tener cuidado porque esto “lo ha oído en alguna parte”. Y por “alguna parte” se refiere al salón de nuestra casa. Pero no lo creo. Es cierto que usamos el inglés sin ningún pudor, pero "loser" no es algo que utilicemos para referirnos a nosotros o a nuestros amigos y colegas. Crap, asshole, idiot, fuck and fucking asshole constituye la mayor parte de mi repertorio y me parecería mucho más creíble que Daniel hubiera cogido algo de ahí. Además, teniendo en cuenta que la guarde está llena de brasileños, búlgaros y sabe dios que más, puede que estuviera diciendo algo peor que "loser", pero en Estonio.

El caso es que en teoría debíamos esperar algo así. La profe nos había advertido, con ese tonito apocalíptico que le pone a todo, que en la guardería los niños aprenden "profanities" de los mayores. Y nosotros nos habíamos reído. A mí que me digan cosas feas en alemán me deja fría, y por mucha profanidad que aprenda en casa no le van a entender en la guarde. Pero no me esperaba ninguno de los dos posibles escenarios que tenemos entre manos. O bien mi hijo dice en checo que le pica la oreja y se entiende como una mención a la madre del compañero, o cuando le da por decir palabrotas lo hace en el idioma más internacional que existe. Para que quede clarito.


Como de costumbre, no hay libro que me aclare lo que un padre moderno debe hacer en este caso. O bien explicamos a Daniel que no se insulta a la gente, o convencemos a la profe de que "loser" significa querido amigo en checo. O no hacemos nada en absoluto y lo llamamos "good parenting".

miércoles, 2 de julio de 2014

Hace Calor

Hace un par de semanas tuvimos el verano en Alemania. Es una cosa que si no andas con un poco de cuidado, puedes irte a España para un fin de semana largo y perdérselo.
Para que este evento suceda tienen que darse una serie de circunstancias que ocurren en este país como mucho una o dos veces al año, en cualquier momento entre Mayo y Septiembre. Tiene que lucir el sol. La temperatura tiene que subir de los veinticinco grados, el suelo estar seco y tiene que haber un festival de cerveza en alguna parte. Cuando se dan todas estas condiciones, lo que pasa en Alemania es espectacular. La gente siente la necesidad de desnudarse y exponer hasta la ingle de esa piel reluciente de blanca en cualquier parque, plaza o terraza de Starbucks. Los niños corren completamente desnudos, protegidos del sol por un gorrito y con crema solar suficiente como si los fueran a rebozar en harina y echar en una sartén. Durante esos días la jornada laboral acaba a las dos de la tarde, se mata por una cerveza fría y está prohibido entrar en casa antes de las ocho de la tarde. Si eres inmigrante, los fines de semana es obligatorio hacer una barbacoa. Si no lo haces, tengo entendido que te tiran el pasaporte al grill.

Los alemanes ya intuyen en Abril que este evento puede suceder en cualquier momento. Es entonces cuando Aldi saca las ofertas de mantas de picnic, y la gente se pega por ellas como si fueran gratis y además tejidas con crines de unicornio. Se empiezan a ver sandalias con calcetines fuera de las oficinas y jóvenes atrevidas (o turistas despistadas) se congelan los muslos en shorts. La aplicación del Iphone que te dice el tiempo asciende a la categoría de oráculo. En el centro montan una playa artificial con hamacas, puestos de sangría y dos canchas de volley-playa, porque los alemanes cuando se ponen a hacer algo, lo hacen a lo bestia. Y cuando todo está listo, esperan.

Bueno, esperan, y esperamos, metiendo y sacando las cazadoras del armario mientras nuestros amigos en España nos cuentan que se pueden freír huevos en el kilómetro cero de la Puerta del sol, con el niño apuntando al cielo todos los días y anunciando que “está guis. No hay solesiiiito” y cuando ya has perdido toda esperanza llega el verano. Y los guiris se vuelven locos. En el caso de mi marido eso es coger una cubitera y dos copas de vino y arrastrarme al balcón medio en bragas. Pero he visto cosas. En lugares públicos. He visto cosas que no se justifican hasta los cuarenta grados y cosas que sólo se justifican en la privacidad de una sauna. Cosas que me siento muy tentada a imitar. Me he vuelto una guiri cualquiera.




PS: Nótese que hace dos veranos estaba deseando que llegara el buen tiempo para poder dejar desnudo a mi hijo cuando se cagaba de pies a cabeza. ¡Cómo hemos progresado!

martes, 17 de junio de 2014

Revoluciones de andar por casa

Ahora que decir burradas en Tweeter puede llevarte a la cárcel en España, creo que es la oportunidad perfecta para hacer un poco de revolución de salón.

Así que…¡Vamos a matar políticoooos! ¿Por qué la gente no se escandaliza cuando se pone sobre la mesa tal cosa? ¿Por qué yo misma no me inmuto? Esa es la pregunta que me fascina. La respuesta más inmediata por supuesto es que la propuesta no es seria. Por mucho que se escriba en las redes que todos los políticos deberían acabar sus días en un campo de concentración, que habría que guillotinar en plaza pública a los que roban y que hay que pagar a un becario para que meta ántrax en los sobres de Génova a nadie se le pasa por la cabeza crear un quickstarter para construir little Auschwitz en Vallecas o expoliar el museo medieval de la tortura. Son sólo ideas coloristas, probablemente inspiración de demasiadas horas de Juego de Tronos.

Pero lo mismo es cierto cuando ciertos pintorescos grupos animan a echar ácido en la cara de las mujeres libertinas ¿no? Y eso sí que me/nos escandaliza. Uno puede argumentar que la probabilidad de que un descerebrado haga caso de los segundos es más alta, sobre todo cuando las repercusiones por parte del poder son más benévolas si el objetivo del delito no es parte del poder mismo, pero la maldad de un crimen no se puede medir con estadísticas.

Imaginemos una línea. En un extremo estaría el grupo de elementos cuyo exterminio nos parecería más monstruoso. Bebés foca, premios Nobel, actores de series entrañables… en otro extremo asesinos, sicópatas, genocidas, y esa gente que te ve haciendo malabarismos con un niño y tres bolsas de la compra y aun así tiene la audacia de colársete en el ascensor. ¿Qué diferencia hay entre el primer grupo y el segundo? Se me ocurren varias cosas. Para empezar, la indefensión, o la falta de ella. Ser militar y estar armado hace comprensible el hecho de que alguien, en alguna parte, te quiera matar.

También el bien común. Si no levantamos una ceja cuando alguien se lleva por delante a un violador, es porque sin él nos sentimos todos un poco más seguros. Una vida es una vida, pero lo cierto es que se llora más el crimen si el asesinado se dedicaba a operar cachorritos, o a hacernos la declaración de la renta. Me temo que la utilidad nos acaba pesando más que la justicia, esa idea tan subjetiva de que alguien se merece lo que le pueda pasar.

Y entre otras cosas, lo lejano que el objetivo esté de nosotros y de nuestro clan. Nótese que uno objetaría menos a una matanza en Camerún que a una en Cuenca. Es natural. Nos ha llevado siglos admitir que las otras tribus tienen alma, y todavía estamos lejos de aceptar que todos los seres humanos tienen los mismos derechos que el subconjunto de humanos blancos varones heterosexuales del primer mundo.

Entonces vuelvo a la pregunta original. ¿Por qué no nos parece terrible matar políticos? ¿Es porque los vemos como seres alejados de nosotros, porque creemos que son inútiles hasta el punto de que la sociedad estaría mejor sin ellos, o es porque tienen las armas a su servicio?

Una cosa está clara, visto cómo se castiga bromear sobre el tema, deben estar aterrorizados. Quizá me equivoco al evaluar las probabilidades. Quizá los jóvenes desequilibrados de hoy en día ya no incitan a dar de palos a tu mujer, sino a lanzar granadas a tu representante electo. Si es así, a ellos les digo, hagáis lo que hagáis no toquéis a los bebé foca.

jueves, 12 de junio de 2014

Modales en la mesa

Eran las siete y media de la mañana y Martin y yo nos caíamos de sueño mientras la Pädagogin iba punto por punto por todas las competencias que nuestro hijo debe adquirir a esta edad: El niño debe ser capaz de hacer entender su voluntad, el niño debe ser capaz de negociar, el niño…. Zzzzz

Cuando estaba a punto de pedir una tercera taza de café la cosa tomó un giro más personal:
Pädagogin: Hemos observado que Daniel no es capaz de estar quieto diez minutos en la mesa. Un niño de su edad debería ser capaz
Martin y Natalia: Mhmmm
P: ¿Habéis observado lo mismo?
(He observado como mi hijo se pone mis tacones y trepa por la mesa mientras yo intento meterle la cuchara en la boca…)
N: Sí, a veces…
P: ¿Y cómo reaccionáis?
M: Pues… Intentamos dialogar.
(A veces dialogamos y mi hijo responde escupiendo en el plato)
N: La verdad es que la mayor parte de las veces no hacemos nada al respecto
M: Yo era igual de pequeño, debe ser genético
P: ¿Y qué hacían tus padres?
M: Decir que tendría problemas en la escuela, pero lo cierto es a los seis años se me pasó
P: Mmmmya… no le castigáis…
N: Bueno, el otro día, cuando se puso los espaguetis en la cabeza sí que le castigamos. Supongo que hay un límite
P: ¿Y sabe Daniel cuál es el límite?
N: Esto… ¿ponerse los espaguetis en la cabeza?
(O sacarse el pito y ponerlo sobre la mesa, como un adolescente borracho)
P: Mmmmya… Y cuando le castigáis, ¿cómo lo hacéis?
N: Le mandamos al rincón
P: ¿Cuánto tiempo?
N: Unos tres o cuatro minutos
(El tiempo justo para que mamá se sirva una copita de vino y le de unos tragos, mientras Daniel se aleja del rincón, riéndose a carcajadas)
P: Aquí les dejamos un reloj de arena. Así el niño sabe que el castigo se acaba y no se frustra
N y M: Aham
P: Deberíais comprar un reloj de arena
N y M: Ahamm
P (Suspiro): Tenemos que comportarnos como socios. El niño tiene que entender que hay una consistencia dentro y fuera de la guardería
N y M: Ahammm
P: A ver. Pongamos que estáis cenando y se pone a hacer el tonto, ¿qué le diríais?
M (ligeramente mosqueado): Le diría lo que cualquier persona con sentido común le diría, que se esté quieto, que es hora de cenar.
P: Ya, pero ¿cómo exactamente? Tenemos que usar las mismas palabras
N (mirando al cielo): Eso va a ser difícil, me temo.
M: ne-dě-lej-te to
P (suspiro): A ver… ¿hay algo que le guste, quizá unos dibujos animados, con los que poder negociar? Si no haces el tonto en la mesa, puedes ver dibujos después de cenar…
N: Sí… A no ser que esté la abuela
P: ¿Por?
N: Porque ella le deja ver dibujos mientras come. Entonces está de lo más formal, eso hay que reconocérselo. Sin reloj de arena, ni nada. ¡Martin, igual es eso lo que hacían tus padres!
P (sin palabras):…
(Silencio incómodo)
M: Uf, se nos ha hecho tardísimo. Lo siento, nos tenemos que ir
P: ¿Podemos vernos en ocho semanas, para evaluar el progreso?
M (poniéndose el abrigo): Sí, sí, claro
N (cogiendo la mochila): Siempre un placer


Somos unos padres terribles.

viernes, 30 de mayo de 2014

Me enamore de un ingeniero II

Ayer conocí a Lenna, la mujer desnuda cuya foto tiene mi marido en el móvil. No quiero decir que la conociera en persona, sino que me enteré de su existencia.
Así es. ¿Qué hace un marido cuándo su mujer le encuentra la foto de una señorita en pelotas? Si tu marido es ingeniero existe la posibilidad de que responda. “Ah, es Lenna, mujer”. ¡Claro!, ¡Lenna! En mi caso, Martin me miró con esa cara que pone cuando piensa que ya he olvidado todo lo que aprendí en la carrera y me explicó “Lenna es una herramienta para medir la calidad de algoritmos de compresión de imagen”. “No sé en los países excomunistas, pero estoy bastante segura de que en mis libros de texto no había fotos de culos”. Por abreviar, hice una búsqueda en Wikipedia y su historia encaja (http://en.wikipedia.org/wiki/Lenna), aunque para efectos técnicos sólo se utiliza la cara de la chica, y no el resto de la foto.

Me hubiera extrañado encontrar pornografía en el móvil de Martin. Sé que los ingenieros tienen fama de gestionar desde sus sótanos la totalidad del fichero erótico de la humanidad, pero creo que sólo lo hacen si ello les supone un reto técnico. El contenido en sí… igualmente podrían ser fotos de gaticos.

La técnica, el cómo, es lo apasionante. No es nada extraño encontrar a Martin explicando a mi hijo el ciclo del agua, el motor de combustión y el sistema digestivo. Y si su hijo le preguntara qué es esa foto que tiene en el móvil, sé que en algún momento la conversación derivaría a porqué con ciertos algoritmos de compresión el culo se vería pixelado. “Pi-ke-la-do”, repetiría Dani con su lengua de trapo.

Sé que se acusa a los ingenieros de ser borderline Asperger. Yo misma lo hago, constantemente. Es cierto, Martin tiene serias dificultades para entender situaciones emocionales complejas. Demasiadas variables, imagino. Escenarios que no son replicables, y que cuando lo son, arrojan resultados diferentes. Es para volverse loco. ¿Qué hace entonces mi marido? Lo que haría cualquier ingeniero: Construir un modelo y simplificar. Y el resultado es sorprendente, tengo que admitir. Probadlo, probadlo en casa.

El comentario de Martin después de asistir a La Traviatta: “Bueno, si una chica decide hacerse prostituta es lógico que haya gente a la que no le vaya a gustar la idea”.
Cómo decir a un familiar que su nueva pareja no es de su agrado: “Ven a visitarnos cuando quieras” “¿Y Michael?” “Yo te he invitado a ti. Tú, si quieres, invitas a Michael”.
El escueto consejo de Martin a un amigo que quiere tener hijos, pero cuya novia es demasiado joven: “Déjala embarazada”.
¿Por qué tienes la foto de una chica desnuda en el móvil?: Es una herramienta para comparar la calidad de algoritmos de compresión de imagen.



miércoles, 7 de mayo de 2014

Día de la madre

"¿Y cómo se las apaña Dani, con tantos idiomas?" -léase con cara de fingida preocupación- es una pregunta a la que tenemos que responder con cierta frecuencia. Hay que explicar que la respuesta "bien, ¡estupendamente!" nunca satisface al interlocutor, que esperaba ansioso la descripción de bien un retraso en el lenguaje o un trauma al que poder poner cara de fingido entendimiento.

Este fin de semana hemos pasado el puente con unos amigos de Martin, una pareja con dos niñas pequeñas y esa fue la primera pregunta que nos hizo la madre de familia. Esta madre de la que hablo es la encarnación de la übermutter, la Madre con mayúsculas, la sufrida y abnegada y dedicada madre. El tipo de persona, en fin, que carga con diez maletas para una excursión de tres días, pero no lleva más que una camisa de repuesto. Durante el tiempo que estuvimos juntos observé como tres tartas distintas salían de la cocina, sus niñas invadían el salón con un triciclo y un zoológico de plástico, y su marido llegaba por las mañanas a mesa puesta, como se hace en las casas de la gente de bien.

Por comparar, de comida desayuno y cena yo llevaba (orgullosísima) una empanada. Mi hijo tenía una bolsita con cuatro coches de juguete y mi marido no ha visto una mesa puesta desde la última visita de mi suegra. "Niña, dale un poquito de tarta a Daniel" "¡Uy! Daniel puede comer tarta, ¿no?"

Sí. Yo la admiro. Lo cierto es que después de diez años con Martin aún no me he acostumbrado a ir a sitios donde hace falta llevar tu propio bote de café y robar del suyo nos fue muy útil. Lo mismo hay que decir de los paquetes de pañuelos estratégicamente colocados por toda la casa y los tuppers que se abrían por arte de magia en cualquier momento. Que acabamos de comer en el restaurante pero la niña tiene hambre, ¡toma tupper!, que estamos perdidos por el monte y se nos ha hecho tarde, ¡pues un tupper!, que hay patos y los niños quieren darles de comer, ¡tupper de comida para niños y palmípedos!" El último día vi la maleta de los tuppers. La ma-le-ta…

Hay que entender que nosotros ejercemos de padres en nuestro tiempo libre y lo suyo es una profesión. No se nos puede tener en cuenta que no llevemos flotadores en el coche "por si acaso" y tengamos que renombrar unos pantaloncitos "bañador" y explicar a Daniel que no hace falta quitarse el “bañador” para entrar en la piscina. Se entiende que si estamos fuera desayunemos café robado y pan con queso en lugar de huevos revueltos con beicon, verduras al grill y tarta casera. Más que nada porque no se me ocurre como se puede viajar con huevos, flotadores, triciclo, pan para patos, y dos niñas sin que ocurra una desgracia. "Es que mis hijas son muy formalitas. Claro, los niños son más movidos".

En estos casos hay que tolerar con gracia y dignidad que su familia arrugue la nariz cuando les ofrecemos de nuestro desayuno y nuestro hijo no tenga reparos en cambiar de bando e hincharse de la tarta interminable. No podemos competir. Una tiene que darse por vencida y aceptar el tupper y las explicaciones sobre cómo su niña es un prodigio que con cuatro años sabe decir cerdo en latín. Menos gracia le hace a Martin cuando le tocan a su hijo. "Cariño, Daniel todavía no sabe cortar, dale un dibujo más facilito". “Mi hija corta desde los dos años, pero claro, cada niño es diferente”.

"Sí. El nuestro habla tres idiomas".


Caso cerrado


miércoles, 23 de abril de 2014

Marie

Una de las cosas que me preocupan últimamente (preocuparse: ese deporte materno) son las habilidades sociales de mi hijo. Mientras que otras niñas de su edad les cuentan a sus padres lo que han hecho durante el día, con qué niños han jugado, quien les ha mordido... la conversación con mi hijo va así:

-¿Qué has hecho hoy en la guarde?
-...
-¿Con quién has jugado?
-Autos
-¿Con Marie? ¿Con Simon?
-Autos. Muchos autos
-¿Marie también juega con los autos?
-No. Dani. Autos míiiios.
-¿Quieres ir a jugar con Marie?
-Comprar autos. Su-per-mer-ca-do. ¿Sí?

Y no es un problema de vocabulario, que bien pudiera ser dadas las circunstancias. Daniel domina el español, el alemán, y las declinaciones del checo bastante mejor que yo. De lo único que se le puede acusar es de un exceso de celo por añadir letras extra a las palabras "las pintururas para pintar al lelón están en la cocinina". No, no es un problema de léxico. Me temo que es un defecto genético (ingenieros: si no fuera por las matemáticas se les llamaría simplemente sicópatas).

Por suerte Marie es una niña con recursos. En la última visita le trajo a Daniel un regalo. Un camión rojo y amarillo con grúa incluída. Por supuesto mi hijo ignoró a la amiguita y se concentró en probar la tracción del vehículo sobre superficies diversas. Pero, puede que sea sólo amor de madre, yo veo una mejora. Ayer, cuando le pregunté por Marie, mi hijo por lo menos admitió su existencia.

-¿Quieres que venga Marie a jugar, cariño?
-¡Marie! ¡Re-ga-li-to!

lunes, 31 de marzo de 2014

Mama wäscht

En la guarde:

-Y ésta es la ropita que hay que lavar... - dice la cuidadora
- Mama wäscht! - interrumpe Daniel
- Oder papa... -propone mamá
- No. Mama. Mama wäscht - insiste Daniel
- O papá... -repite mamá (no sé quién es más cabezota de los tres).
- Bueno, la Waschmaschine wäscht - intenta mediar la cuidadora, con una risita incómoda
- ¡No! ¡Mama! - se enfada Daniel. Mueve la cabeza de arriba a abajo y me dice, como si se tratara de una proposición evidente - Mama lava ropiiiita

Así que no queda otro remedio. Tenemos que irnos de Bavaria.

English entries

You, and I mean, you, person that (according to some urban legends) reads me regularly, may notice I removed the English translation from the entries.

This is due to the fact that my new job barely leaves me time to perform my usual bodily functions, let alone perform my usual soul-caring functions. My main purpose for having an English version of the entries was for my dear life partner to follow me, which I recently decided is not really necessary.

However, if you do miss making fun of my poor English, let me know. Sleeping eight hours is totally overrated.

Love

viernes, 28 de marzo de 2014

Hay días peores que otros

Hay días en que,  valorando las circunstancias, la única salida sensata parece ser la de encerrarse en la habitación, sentarse en la cama, encoger las piernas, doblarse sobre sí misma hasta hacerse una pelota y llorar desconsoladamente.

A veces después de trabajar once o doce horas vuelvo a casa siendo consciente de que mi huella en este mundo no va a medirse en la calidad de mis powerpoints y que podría no contribuir al progreso de la humanidad desde la comodidad de mi propio hogar, donde al menos mi familia podría valorar mi contribución al progreso de la cena. Entonces llaman al timbre. Y es mi testigo de Jehová particular, que, no importa cuántas veces le cierre la puerta en las narices, inaccesible al desaliento, sigue pensando que algún día me convencerá para hacerme colega de su amigo imaginario. Y mientras sube dos pisos de escaleras para llevar a cabo la tarea más inútil del mundo ¿qué hace? Sonríe.

A veces mi media naranja se olvida de recoger al peque de la guarde. Por ejemplo ayer, en su cumpleaños. Entonces suele elaborar una historia en la que de algún modo yo acabo teniendo la culpa. Y yo me siento culpable.

Mi madre es ese ángel de la guarda que me plancha la ropa y luego me tortura explicándome con detalles y recibos incluidos lo que debe hacer una buena ama de casa mientras yo vuelvo a rumiar opciones alternativas a mi trayectoria vital que incluyen no discutir con nadie, jamás, bajo ninguna circunstancia, qué producto de limpieza le va mejor a la alfombra del Ikea.


Y a veces todo sucede a la vez y entonces viene esa cosita adorable, sonriente, que todavía huele a bebé y sin venir a cuento te abraza. Y no voy a decir que de pronto la vida adquiere sentido, pero sí que por un momento ya no se siente una sola en un mundo cruel y ridículo. Por un momento. Hasta que te das cuenta de que el enano sólo estaba usando tu jersey para limpiarse los mocos.

martes, 18 de marzo de 2014

Cine del bueno

En mi familia gusta el buen cine. Afirmar esto en Internet es un poco peligroso, uno enseguida se imagina que podemos recitar la filmografía de Truffaut y Kusturica y nos desayunamos comentando que hay de nuevo en la Berlinale, lo cual no es el caso. Cuando digo que nos gusta el cine me refiero a que pagamos sin remordimientos cuatro horas de babysitter para ver un bodrio llamado “Only Lovers Left Alive” en una sala de cuarenta butacas en un barrio perdido de Nuremberg, en lugar de ir al centro a ver El Hobbit en 3D. Hacemos esto porque nos encanta el no saber si la película que vamos a ver nos cambiará la vida o será tan mala que podremos reírnos de ella durante décadas. Y eso es algo que Spiderman nunca te podrá ofrecer.

Durante años, Martin y yo hemos peregrinado de festival en festival, durmiendo en tiendas de campaña, comiendo bocadillos durante días y dejándonos el cuello en la fila uno para ver un remake de Godzilla coreano con subtítulos tan malos que dejaban el argumento a la libre interpretación, o una (muy confusa) película de hermafroditas directamente sin subtítulos porque, y cito, “el señor que los tenía que traer no ha llegado”, y quedando totalmente satisfechos de la experiencia, sólo por esa joya de documental sudafricano que de otro modo jamás hubiéramos visto.

Cuando digo que nos gusta el cine, no quiero decir que sepamos quien es el director revelación de Sundance ni quién ganó un Goya el año pasado. Pero el día que Daniel decidió venir al mundo, su madre, catálogo en mano, hacía un plan para verse, por lo menos tres películas diarias en el Febiofest. Eso no implica que se nos pueda pedir consejo sobre estrenos o que sigamos blogs de cine. Somos consumidores. Confiamos nuestro dinero y nuestro tiempo al friki que con mayor o menor acierto ha hecho la selección para la cartelera de ese cine en el que no se venden nachos.

No sé cómo de solos estamos en el mundo, siendo el tipo de consumidor que paga por ver buen cine, porque (por si acaso me leen las queridas autoridades alemanas) quiero insistir en que pagamos. Pagamos dvds, entradas, impuestos, babysitters, y hasta camisetas talla bebé con merchandising de la Seminci. Y hace muy poco pagamos por una señora tele. Tele que evidentemente pensábamos utilizar para ver cine. Pero resulta que no podemos. Sí, la tele nos ofrece un par de aplicaciones para comprar películas. Pero lo que la tele entiende por cine es el puto Hobbit doblado en alemán y una no desdeñable colección de porno gay danés.

Lo hemos intentado, pero para mí ver a Almodóvar doblado en alemán es como ver al papa ladrando. Después de perder una tarde en esto quedó claro que la única aplicación que podía cubrir parte de nuestras necesidades era Youtube y que si quería ver una peli en la que se hubieran contratado guionistas, en el idioma en que el director lo dispuso y con subtítulos, debíamos acudir a nuestra vieja amiga Cuevana.

Así es. En el siglo veintiuno. En la era de Internet y siendo un orgulloso miembro de la Unión Europea al parecer no es posible para los ciudadanos de bien ver cine de calidad con subtítulos en su idioma sin delinquir. No puedo creer que haya ningún impedimento técnico para que Imdb ofrezca un enlace para ver las pelis por un precio. Entonces ¿alguien sabe a quién hay que amenazar para conseguirlo? Se me ocurren torturas muy saladas: La serie entera de Twilight en Swahili, el Hobbit en élfico, o una cuidada selección de películas de zombies gays que incluya a nuestro querido Otto...



martes, 11 de marzo de 2014

A veces fantaseo con que mi vida es un videojuego

En la primera pantalla el objetivo es llevar al nene a la guarde antes de las nueve. A partir de que suena el despertador a eso de las siete todo es ir superando obstáculos y recogiendo puntos: punto si de verdad me levanto a las siete y no cedo a la tentación de quedarme junto a mi media naranja roncando felizmente. Otro punto si mi ritual de belleza mañanero incluye algo más que una ducha de dos minutos y meterme y sacarme el cepillo de dientes de la boca. Punto si mi desayuno es algo más sofisticado que comerme los restos de la manzana que le pongo a mi hijo en la mochila, y punto si logro encontrar el bolso, las llaves y el móvil, los cuales cambian aleatoriamente de sitio durante la noche.

Una vez he completado estas tareas viene la épica lucha final con un monstruo al que hay que vestir mientras corre, chilla, da patadas, y me tira la ropa a la cara, y que tiene la bonita costumbre de cagarse justo cuando estamos a punto de salir de casa. Punto si logro lavarle la cara sin que acabemos los dos empapados, y punto si al salir de casa no nos damos cuenta de que tiene algún moco en el pelo, los pantalones no le llegan a los tobillos o se nos ha olvidado la botella del agua.

A veces las cosas se complican aún más. Puede que el monstruito decida que tengo que pasar la pantalla con él en brazos. O que me golpee accidentalmente en el ojo con un coche de carreras y tenga que manipular el microondas medio tuerta para calentar el vaso de leche que se me exige.

A pesar de todo, normalmente consigo el objetivo con más o menos elegancia y puedo parar cinco minutos a tomarme ese imprescindible café que ayuda a afrontar lo que venga, o meterme en el servicio a lamentarme por haber tomado la mala decisión de pintarme las uñas el fin de semana sabiendo que el lunes estarían ya medio descascarilladas. Y entonces recuerdo cosas que he oído, o he leído alguna vez: "puedes darte el exfoliante mientras te duchas"  "diez minutos al día para unos glúteos perfectos" "empezar la mañana corriendo te da energía para todo el día" "la meditación diaria te puede cambiar la vida" "el desayuno es la comida más importante del día" "¿Has probado a darte champú en seco todas las manañas?" "¿No tomas copos de avena?"... y pienso…


Mi videojuego no está pensado para nenazas

lunes, 3 de marzo de 2014

Carnaval

Como inmigrante alemán, uno se pasa parte de su día a día convenciéndose de que el sitio donde vive, pongamos Núremberg, no tiene nada que envidiarle al sitio donde nació, pongamos Valladolid. A veces es fácil. A veces es muuuy fácil, y a veces es un poco más complicado.

Esta mañana salimos de casa dispuestos a cumplir con esa obligación que tienen todos los padres por contrato de arrastrar a su retoño a un evento con carrozas, globos, kilos de maquillaje y caramelos, en este caso, la cabalgata de carnaval. Como buenos inmigrantes y mejores padres, mi media naranja y yo llevábamos sendos elementos decorativos en la cabeza ("¿y no podemos llevarlo en el bolso y ponérnoslo luego?" "no, Martin, no podemos") y el más interesado de la familia, habiendo rechazado el traje de dálmata que él mismo eligió, llevaba puesto el gorro del pijama. Esto supone, ya lo estoy viendo, un pequeño drama el martes, cuando se celebre el carnaval en la guardería, pero ya llegaremos a eso en su momento.

Lo bueno que tiene Núremberg es que ni siquiera en eventos de este tipo la calle se llena hasta ser insoportable. Llegar media hora antes del meollo y apañar una discreta tercera fila es un lujo. (Núremberg 1, Valladolid 0). A la hora prevista comenzaron a pasar las carrozas. Yo me esperaba charangas y gente bailando una versión teutona de la samba, pero no. En su lugar había una especie de monstruos agitando un látigo, un vagón de cerveza y música de après ski austríaco. Bien, me dije. ¿Por qué no? No entiendo nada, pero supongo que estoy ante un evento cultural que no sigue el patrón globalizado. Me parece correcto. No hay necesidad de que haya un bombo en cada cabalgata.

A continuación pasó la carroza de la asociación de herreros, con lo que supongo era el sindicato al completo: cuatro señores de unos sesenta y cinco vestidos con delantal y saludando a la concurrencia. Y yo, que seguía sin entender nada pensé que es estupendo incluir a los más mayores en las fiestas populares. Luego resultó evidente que los sexagenarios estaban muy bien representados en todas las carrozas, incluida la carroza gay. Me costó un poco reconocerla. Un puñado de señores con peluca repartiendo caramelos dista mucho de lo que se entendería por "carroza gay" en las cabalgatas de donde yo vengo.

Para entonces ya estaba concentrada en atrapar caramelos al vuelo con el casco de la bici de mi hijo. Y en este caso quien dice caramelos dice bollos rellenos de mermelada, bolsitas de té, entradas para un cabaret travesti y he oído que en Frankfurt hasta alicates (!). Según avanzaba la cabalgata, se me ocurrió que los regalitos parecían más un soborno para convencer a la gente de que se quedara. Pasó la carroza del partido pirata, los que, hasta el día de hoy me parecían bastante simpaticotes, con cara de estar hasta los huevos del paseíto, pasaron unas niñas vestidas de bar coyote formal, con botas de vaquera y peluca ochentera, pasaron unas señoras metidas en una especie de barquito individual diciendo "ahoi", pasaron muchos gorritos con plumas, y pasaron dos tipos vestidos de monja, que fueron lo más salado de la cabalgata. Y cerró el evento una ambulancia y un coche de policía que mi hijo celebró como si fueran parte del festival. No me sorprende. Y entonces nos volvimos a casa a que Martin recogiera la medalla al mejor padre del mundo después de aguantar una hora con Daniel en los hombros y los caramelos y demás objetos golpeándole en la cara.


Quizá en Valladolid hubiera sido peor, con la macarena a todo trapo, culos postizos de plástico, y marujas dándote codazos, pero (y aquí habla la nostalgia) creo que cuando todo el mundo está borracho este tipo de cosas se disfrutan más.





viernes, 21 de febrero de 2014

Inmigrantes de los buenos

¿Por qué tengo el blog medio abandonado desde principios de año? Es que desde el uno de Enero soy un poco menos especial. He dejado de ser la española casada con un checo, viviendo en Alemania y trabajando en Praga para ser la española casada... etcétera... en Núremberg. Martin y yo somos ahora una pareja de inmigrantes. Inmigrantes de libro. De esos que las pasan putas para traducir las cartas del casero y en lugar de llamar al Hausmeister se traen a unos colegas polacos para arreglar el termostato.

Ahora que estoy de nuevo en el sistema me he dado cuenta de que no estoy hecha para desafiar el orden de las cosas. La tranquilidad que le da a una el tener una tarjeta de débito, un seguro médico y un padrón alemán es tan estúpida como auténtica. Me he sorprendido a mí misma pensando en lo bonito que es darle medio sueldo al Estado para que se lo gaste en autopistas, parques y que no se mueran de hambre los perros de los punkis que beben cerveza en las aceras. De esto a votar a un partido mayoritario hay un paso.

Soy una pequeñoburguesa. A veces se me ocurre pintarme cosas en las tetas y atarme a alguna verja, algo que entiendo como absolutamente imprescindible en determinadas situaciones, pero sé que no lo haría porque en este país hace un frío del carajo y en la oficina, rellenando hojas de excel, por lo menos está una calentita.

A veces, en lo que sería la Plaza Mayor de este pueblo se reunen grupitos de gente para pedir apoyo por causas tan peregrinas como la del bautizo de los pollos de corral y la federación de escuelas de ganchillo. Me dan ternura. Es bonito el defender una causa en este sitio dónde nada necesita una defensa urgente. Te da más libertad para escoger tu batalla. Dan pena esos países en los que uno no puede pedir para los niños en Siria sin ponerse un poco en ridículo al mirar a los propios.

Lo malo es que uno se acostumbra a no indignarse. Las noticias en lengua extranjera suenan casi relajantes, así que si queremos ofendernos y quejarnos en alto, en casa ponemos las últimas de Lars Von Trier. En fin, que nos hemos convertido en unos inmigrantes. De los buenos. De esos que curran y callan, no sea que el día menos pensado los echen.

lunes, 13 de enero de 2014

8 cosas que he aprendido de mi hijo y pienso poner en práctica en el 2014

1 - Hacer ejercicio. Si un niño de dos años tuviera la capacidad de moverse en línea recta, dejaría en evidencia a muchos corredores de maratón. Eso es lo que pienso mientras veo "Guerra de Cupcakes" tirada en el sofá y mi hijo cabalga sobre el aspirador.  Sí, amigas, vuestro hijo puede ser el monitor de aeróbic más insistente que hayas tenido. Este año voy a ponerme esas zapatillas de correr que compré en el 98 y siguen como nuevas, y voy a llevarle regularmente a algún sitio abierto. Para la segunda fase reservo un parque con vallas, bancos, y otros obstáculos.

2 - Practicar idiomas. Daniel no tiene ningún problema en repetir "mandina, cosina, camemo, pintururas" hasta que el interlocutor no sólo entiende lo que quiere decir, sino que además le da lo que demanda. Mi alemán no tiene nada que envidiar al de mi hijo. Está claro que son sólo mis inhibiciones lo que me impiden conseguir lo que quiero.

3 - Vestir como quiera. Y hablando de inhibiciones, Daniel ha decidido que no le gustan las camisas y que en cambio le encanta llevar orejas de conejo. ¿Quién soy yo para impedírselo? Yo tengo el armario lleno de sombreros, saris y zapatos chinos que jamás me pondría en público. Creo que este año voy a hacer lo posible por encontrar una ocasión.

4 - Pararse a oler las flores. El camino de casa al supermercado está lleno de cosas interesantísimas. Hay un arbusto con frutos rojos, y una esquina que siempre está llena de hojas secas. Un día vimos una ardilla por el camino, circunstancia que podría repetirse en cualquier momento. Ver el mundo desde la óptica de tu hijo es a veces una experiencia comparable a fumarse un par de porros, e infinitamente más segura desde del punto de vista de mantener la custodia del niño.

5 - Repartir amor de forma honesta. Daniel tan pronto te da un abrazo sin venir a cuento como se niega a darle un besito a la tía que ha venido de lejos con un fantástico coche de bomberos. "Dale un besito" "No". "¡Daniel!, ¡un besito!" "Neiiiin". A veces pienso que sería genial hacer lo mismo. "Natalia, un besito a la suegra" "Noooooo".

6 - Pasar tiempo "in the zone". Si Daniel está jugando con un auto, se vuelve ciego y sordo hacia cualquier estímulo exterior. Cuando yo estoy haciendo cualquier cosa, normalmente la tengo que interrumpir veinte veces por el móvil, Internet, y mi marido "¿has visto mi cartera?" Lo cual, Internet dice, es muy poco productivo. Este año voy a volverme ocasional y oportunamente autista.

7 - Montar un pollo de proporciones bíblicas y después comerte a besos. ¿Recuerdas la última bronca que tuviste con alguien? ¿Esa que te dejó de mal humor para todo el día y provocó otras minibroncas con gente que nada tenía que ver con el asunto original? A Daniel eso no le pasa. Él puede gritar, ponerse rojo, darte patadas, vomitar, girar la cabeza 360 grados y hablar en lenguas extrañas, y al minuto estará sonriendo adorable sin memoria alguna del episodio.

8 - Vivir el momento. Durante estas Navidades Daniel se las arregló para comportarse como Valdemort en speed en Nochebuena y dormirse media hora antes de la cabalgata de reyes.  Como todo el mundo sabe, los niños hacen las cosas más simpáticas cuando te has quedado sin batería en la cámara y las excursiones con bebés siempre están a una fiebre de cancelarse. Así las cosas a una sólo le queda apreciar esos momentos irrepetibles que el universo te obsequia a lo largo del día.

Nota: Hay una buena razón por la que existen convenciones sociales que te impiden poner en práctica tanto como quisieras lo que propongo en este post. Vestirse de geisha en el trabajo, negarle el saludo a la suegra y perder la consulta en el pediatra por pararte a oler las flores pueden traerte problemas. ¡Usa estos consejos con moderación!

8 Things I learnt from my child and I intend to apply to myself in 2014

1 - Do sports. If a two year old was able to move in a straight line, he would complete a marathon before nap time. That's what I think while I watch "Cupcake wars" and my child rides the vacuum-cleaner. Yes, my dear friends, your child could be the most demanding aerobic trainer you ever had. This year I'm going to wear those running shoes I purchased in '98 and I'm going to follow him in the open. For phase two I will take him to a park with a lot of benches and other obstacles.

2 - Do languages. Daniel doesn't see the problem in repeating "mandina, cosina, camemo, pintururas" until he obtains what he wants from whomever can give it to him. My German is as good as my son's, so it is clear only my inhibitions preventing me from getting what I want.

3 - Dress as you please. Talking inhibitions, Daniel recently decided he rather does not wear shirts and bunny ears are the new black. Who am I to discourage him? I have a bunch of hats, Indian saris and Chinese shoes that I never wore in public. Maybe now is the moment.

4 - Stop to smell the flowers. In the way from home to the supermarket there are plenty of amazing spots. There is a bush with red fruits and a corner that is always full of leaves. One day we saw a squirrel, and that could happen again anytime. Looking at the world from with your child's eyes could be just like spending some time in Amsterdam. And in some ways, safer.

5 - Sharing your love in an honest manner. One minute Daniel decides to hug you for no reason and the next, he refuses to even look at the auntie that came for a visit (with presents). "Give her a kiss" "No" "¡Daniel! ¡A kiss!" "Neiiiiin". Sometimes I think it would be great to do the same. "Natalia, a kiss to your mother in law!" "Nooooooo".

6 - Spending time in the zone. When Daniel is playing with an "auto", he becomes blind and deaf to any external stimuli. When I try to get something dome I'm always interrupted but the mobile, Internet, my husband "have you seen my wallet?" and other temptations. And this is very unproductive, Internet says. This year I will become occasional and conveniently autistic.

7 - Making an epic show and forget it immediately. Remember the last time you had such a fight with someone, you were in a bad mood for days, and even had additional fights with people that had nothing to do with the original matter? Daniel doesn't. He can cry, get red, kick and scream, vomit, turn his head 360 degrees and speak in tongues, and one minute after that he will be smiling, adorable, without any recollection of the episode.

8 - Living for today. During the holidays Daniel's timings simply were off track. Daniel behaved like Valdemort in speed during Christmas Eve and fall slept half an hour before every event we wanted to attend. As everybody knows, children make the most amazing things when you run out of battery in the camera and trips with kids are always one fever away of being cancelled. In this situation, becomes mandatory being able to worship the unique moments of every day.

Disclaimer: There are a number of good reasons for social conventions to frown upon many of the things I'm suggesting above. Dressing as a geisha for work, refusing to greet your mother in law and skipping your doctor's appointment because you got stuck smelling the flowers could get you into trouble. Use at your own risk!