domingo, 22 de noviembre de 2015

Preocupaciones

Dar con la cantidad justa de preocupación que uno debe mantener en su día a día es un arte. En nuestra familia funciona así: yo me preocupo por todo y mi media naranja por nada. Alas, conseguimos el ansiado equilibrio. Equilibrio que se ha visto perturbado últimamente porque desde que una se convierte en madre toda la familia adquiere el derecho de preocuparse. Y se preocupan, claro que sí. Porque la vida le ofrece a uno motivos de sobra para angustiarse.

Una preocupación recurrente es la de si el pequeño diccionario trilingue se va a poner celoso por la adquisición de la traductora de bolsillo. Para compensar un poco la balanza de inquietudes, he decidido ponerme del lado de mi media naranja y ver el vaso medio lleno. Y es que todo parece indicar que el peque adora a la hermanita y está feliz. O al menos, eso es lo que ha dicho en el "Morgenkreis" de la guardería, donde todas las mañanas los niños hablan de sus sentimientos (por favor, por favor, que alguien exporte esta idea a su relación de pareja y me cuente qué tal).

De hecho, el comportamiento de mi hijo con la hermanita le hace a una exclamar Ooooohhh Aaaahhhh, ¡qué mono! ¡Qué amor! y avergonzarle a achuchones. Nunca olvida darle un beso antes de irse a dormir o a la guarderia. Me grita cuando estoy en la ducha. ¡Mamá! ¡Inés llora! ¡Dale de comer!, me pasa los pañales cuando se los cambio "mamá, este está limpio", dice tras olerlo, y enseña orgulloso el contenido del carrito a todos los niños que se encuentra.

Así que cada vez que alguien nos pregunta, ¿qué tal lo lleva el hermanito? respondo que lo lleva estupendamente y que no entiendo porqué se preocupa la gente. ¡Ingenua de mí!

La última que me preguntó que tal lo lleva el peque fue la cuidadora de la guardería, en la fiesta de las Laterne. "Muy bien, muy bien, ¿qué tal aquí?" "Bueeeeno, está un poco inquieto" y tras un sorbo de Kinderpunsch se soltó a hablar "Se porta mal y no hace caso si le regañas. Cuando me doy la vuelta incita a los otros niños a gritar... por ejemplo, el otro día me tocó el culo y cuando le dije que eso no se hace me respondió ¡Miau! y se echó a reír".

Aha... respondí, escondiendo la cara en mi taza de Kinderpunsch y mientras la cuidadora me describía cómo exactamente mi hijo le había palmeado el trasero yo me arrepentía de no haberme traído un culín de vodka para acompañar. ¡Con lo bien que estaba sin preocuparme!

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