jueves, 17 de diciembre de 2015

Cerebro en huelga

Un pequeño proyecto personal que tengo para esta baja maternal es acabar de escribir una novela que está a medias desde que encontré un trabajo que no me deja robarle tiempo a la empresa como a mí me gustaría.

Yo creo que puedo. No me hace falta echarle un esfuerzo monumental. Lo que me hace falta es ser constante y escribir todos los días, aunque sólo sea un párrafo. Ayer, por ejemplo, me senté en una cafetería mientras la nena dormía y escribí lo siguiente:

"Pero eso no era lo peor. Lo peor es que a partir de entonces las cosas sólo podían ir a peor".

Y me quedé tan ancha. Lo releí y me pareció bien. Escribí un poco más, volví a leer desde el principio y me di cuenta de que no dormir ocho horas seguidas está empezando a afectarme más de lo que yo quiero pensar.

Cuando estaba embarazada le preguntaba las mismas cosas veinte veces a mis compañeros del trabajo. En mi especialidad esto puede pasar bastante desapercibido. Mi trabajo a veces consiste en ser muy pesada, como si mi equipo estuviera formado de críos de cuatro años con déficit de atención y habilidad especial con los ordenadores. Y parte de mi éxito en el mundo de los Powerpoints ha sido precisamente el dejar de tratar así a mis compañeros, decirles que confío en su criterio, y aprovechar el tiempo para cosas más gratificantes, como por ejemplo actualizar este blog.

Así que a veces le preguntaba algo a mi sufrido Technical Lead, y él, con toda la paciencia del mundo me lo volvía a explicar. Yo le miraba y le decía "ésto ya te lo he preguntado antes, ¿verdad?" y él me respondía "sí. Tres veces". Y los dos volvíamos a nuestras tareas. Sin malos rollos.

Yo pensaba que esta huelga de neuronas se pasaba al dar a luz. La evolución tiene que saber que una madre necesita toda su capacidad intelectual para que su familia de cuatro salga a la calle vestida, lavada, con pañales de recambio, una botellita de agua, un bretzen, las llaves, el móvil, la cartera, y lo quiera que haga falta para el destino concreto al que una se dirige (papeles para el médico, mochila para la guardería, juguetes para el parque, maleta para un viaje).

Pues no. No, queridas. No hay día que no salgamos sin pañales, sin guantes, o en zapatillas de estar por casa. Si por casualidad hemos pasado el día sin olvidarnos nada, por la noche quemo la cena, o me olvido a un niño en la bañera, o escribo cosas como la de arriba.

Si logro terminar mi novela, y por un milagro alguien llega a leerla, espero que sea una madre que entienda que entre el capítulo once y el quince mi cabeza estaba en huelga de neuronas caídas.

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