jueves, 4 de febrero de 2016

Carnavales

Mi marido está disfrutando los últimos coletazos de su baja paternal (parte 1). Esto significa pasar tiempo con su hija en brazos mientras ve series en Netflix o juega con la tablet y ocasionalmente hace la cama. Nada que objetar.

El caso es que estaba yo esta mañana sentada en la cocina buscando en Internet un disfraz para mi hijo. Quiere ir de gatito, y una se puede imaginar qué aparece en Internet cuando se teclea "Katze Köstum". En ese momento entra mi maridito con la nena y me pregunta "¿qué haces?" "Buscar un disfraz de gato", le respondo. "¿Para ti?" Me dice, agradablemente sorprendido, mirando la pantalla. ¿En qué circunstancias, querido mío, para qué evento, necesitaría yo ahora mismo vestirme de gatita golfa? "No, cariño, para tu hijo", respondo, enseñándole un disfraz que había preseleccionado. "Uf, ¡pero ese es muy aburrido! ¡Déjame a mí! ¡Coge a la niña!".

Así que le dejo el ordenador, me cuelgo a la enana cual canguro, y como a los cinco minutos se queda dormida como un tronco, me pongo a preparar la comida. "¡Mira! ¡De gato con botas! Mucho más original" "Cariño, ese disfraz cuesta treinta euros y no tiene orejas ni rabo. A tu hijo no le va a gustar". "Bueno, podemos hacerlo nosotros. Necesitamos unas botas, un sombrero..." A mí se me ponen los pelos como escarpias de pensar en disfraces caseros. Me recuerda la vez que se me ocurrió grapar los elementos del disfraz, porque el hilo no aguantaba. ¡Como pican, las malditas grapas! "Si lo haces tú, ningún problema", le respondo.

Total, que estoy a lo mío, y mi marido mira el precio de botas y sombreros. Cuando a los diez minutos me vuelvo a dar la vuelta, me doy cuenta de que estoy pelando verduras, con la niña gritando en la mochilita, mientras mi marido está viendo dibujos animados del gato con botas. ¿Cómo he llegado a esta situación? Bueno, por una vez sabemos exactamente cómo.

Y aquí, amigas, es cuando ser una madre y esposa experimentada te ahorra futuros dramas. ¿Qué hice? Dejé el cuchillo en la encimera, me desabroché la mochila, le puse la niña en brazos a mi media naranja, cerré la página con los disfraces de "gatita sexy" y su idéntica (increíblemente sexista) versión infantil "gatita dulce", me fui al Müller y compré cuatro orejas de gato. Para toda la familia, incluida la traductora de bolsillo. Plis, plas, asunto solucionado.


2 comentarios:

  1. Jajajaja envidio tu serenidad como madre y esposa! Entonces al final habrá disfraz casero o os apañais con las orejas?

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  2. He cogido unas calzas negras de mi armario y me estoy fabricando unas colas que te quedas muerta. A ver como las ato al pantalón, porque las grapas ya sabemos que no...

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