miércoles, 4 de octubre de 2017

Y de repente, un cumpleaños

La pequeña traductora de bolsillo vuelve a cumplir años en medio del desconcierto de su familia.
Hemos estado tan ocupados con los primeros días de colegio del monstruito trilingüe, que ¡casi nos habíamos olvidado de ella!

Menos mal que ya somos unos padres experimentados y podemos improvisar una fiesta de cumpleaños en el tiempo que una soltera necesita para plancharse el pelo. Y que sepas cuando leas esto de mayor, que nos salen mucho mejor que las que le organizamos a tu hermano. Las tartas que hacemos ya no huelen a bizcocho ahumado, y hemos aprendido que poner un bol de gominolas en la mesa quizá no sea lo más prudente para una fiesta infantil.

Además, yo no sé si es por la falta de intromisión por nuestra parte, pero la traductora es la niña más feliz que he visto nunca. Su día a día consiste en hacer lo que le da la gana, sea subirse a taconear en la mesa del salón, compincharse con su hermano para robar chocolate, o tirar cosas a la bañera mientras se ducha su madre. Tiene acceso a todos los juguetes del monstruito, con sus piezas tragables e inhalables, su medio favorito de transporte es colgarse como un mono a la cadera de alguien, duerme cómo y dónde quiere, mayormente encima de mí, y se pone la ropa que le apetece. Y si por azar alguien se atreve a contradecirla, se enfrenta a la furia de una valquiria en diminuto, con un chorro de voz que ya lo quisieran fichar en la ópera de Praga.

Tampoco se puede decir que le falte calor humano. Mi hija tiene muy claro dónde está su manada y la sigue sin perder el paso. A veces pregunto "¿Dónde está la niña?" y tras mirar a un lado y al otro en estado de pánico, bajo la vista y la encuentro a mis pies, sonriendo como siempre. Las dos nos hemos acostumbrado a que cualquier tarea, desde cocinar hasta ir al baño tiene que llevarse a cabo con ella de testigo, y puesto que no me dedico a soldar tuberías cuando estoy en casa, la cosa más o menos funciona.

Y es que el ser invisible tiene sus ventajas. Hace poco discutíamos si el monstruito podía o no podía comerse un helado y en el tiempo en que llegamos a una conclusión, la pequeña se había acomodado en el regazo de la abuela y comido la tarrina entera. Lo cierto es que es muy muy raro que una regañina le caiga a ella. Tiene la habilidad de un ninja para cometer travesuras y cuando descubrimos que alguien ha puesto plastilina en el cajón de los cubiertos, o metido las cosas de mamá en la secadora el hermano mayor siempre nos queda más a mano.

Para los regalos de cumpleaños me han preguntado qué juguetes le gustan y qué talla tiene, y he tenido problemas para responder. Le gusta cualquier cosa que tenga su hermano y en el armario tiene bodies heredados de cinco o seis tallas differentes, que más sueltos o más apretados, tienen un pase. Total, luego ya la vestirá su padre con dos camisetas, un pantalón, un vestido, unos leotardos y unos calcetines. Demasiado tarde se me ocurre que quizá el regalo perfecto fueran unas zapatillas de esas que hacen ruido cuando andas. Algo así que anuncie "estoy aquí, estoy aquí, estoy aquí". No van a recordarnos el cumpleaños, pero por lo menos una sabe que si va andando por la calle y se da cuenta de que no oye ningún ruido, es que se ha dejado a la niña en el supermercado, en el coche, o en la guardería. Y eso es dinero bien invertido.

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