domingo, 14 de octubre de 2012

Cosas que nunca le contaré a mi hijo

Cuando conocí al que ahora es mi marido, era casi vegetariano, solía almorzar una sopa de cebolla de un euro que subvencionaba la cantina de la universidad y cuando quedaba con sus amigos ¡fiesta! calentaban latas de alubias.

Con el paso de los años, y gracias a mi sana influencia, Martin ha aprendido a pedir un "Abadía Retuerta" en lugar de un tinto y a cocinar gambas al ajillo. Y en las últimas vacaciones familiares (cosa de la edad, según él) me ha sorprendido con unas sesiones de turismo gastronómico impensables en alguien que solía morder una barrita de muesli para no perder tiempo comiendo en los viajes.

Después de dos horas de visita guiada en un Carrefour en Montpellier, en las que un amable dependiente le ayudó a llenar tres cajas con vinos de la región condujimos a un pueblo cuyo único atractivo era un restaurante recomendado en la guía Michelin. El ex-vegetariano pidió lengua y conejo, y yo un atún que disfruté como disfrutaba mi hijo de la teta.

Y hablando de mi hijo, en un restaurante de esos en que la gente se pone corbata, ¿qué hicimos con el pequeño terremoto? Pues esto es lo que nunca le contaré. Que sus padres comieron como señores, café y postre incluidos, mientras él pintaba en el mantel y jugaba con las piedras del jardín. A la salida le dimos un plátano y un trozo de pan y le montamos en el tiovivo. Todavía me siento culpable.

1 comentario:

  1. Eso... y que la semana pasada nos lo dejamos olvidado en una tienda.

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