jueves, 10 de enero de 2013

Tengo un don

Tengo un don. Miopía y una memoria terrible. Básicamente ando por la vida ignorando la gente que me encuentro por la calle, bien porque no les recuerdo o porque no les reconozco.

Me sale natural hacerme la loca graciosamente ante un ex-novio en la cola del supermercado, y por supuesto, no soy consciente de que alguien me haga lo mismo a mí, así que nunca me voy a casa pensando qué calvo está ese amiguete que tuve a los dieciséis y cómo se permitirá ignorarme, con lo estupenda que yo estoy.

Soy impermeable a los cotilleos, cualidad especialmente útil en una ciudad como Valladolid. Cuando se me cuentan cosas soy incapaz de poner cara a los protagonistas, menos aún reproducir la historia fielmente después. Para mí estas conversaciones siempre acaban con un "¿pero no te acuerdas?" y un inseguro "sí, sí..." por mi parte. Lo bonito (y a la vez lo terrible) de esto es que puedo comportarme como una adolescente borracha en cualquier parte sin darme cuenta de que una tía segunda, un compañero de trabajo de mi madre, y una vecina de mi abuela están sentados a mi lado

Incluso cuando se trata de la gente de la que recuerdo su cara tengo problemas para recordar otros detalles, como su nombre y si tienen o no hijos. El otro día le pregunté a mi oculista de toda la vida que tal sus nietos. No está casado.

Así, la verdad es que no puedo enfadarme cuando la familia invariablemente me pregunta cada vez que vengo. ¿Qué tal por... esas tierras? Y confunde el nombre de mi marido. Debe ser un problema genético.

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