jueves, 9 de mayo de 2013

La curiosidad


En la clase de alemán tenemos este tipo de ejercicios en los que hay que decir si un adjetivo es positivo o negativo. En teoría, puesto que la clase suele estar llena de iraníes, uzbecos, argentinos, e ingenieros españoles, la cosa da para una agradable conversación, de esas que empiezan “en mi país” o en este caso “In meinem Land”.

In meinem Land, por ejemplo, la curiosidad se considera algo positivo. Es lo que motiva a la gente a estudiar un doctorado y descubrir una cura contra el cáncer. Al menos en teoría. También es lo que motiva que se investigue si los chimpancés pueden o no reconocerse los unos a los otros cuando se les enseña fotos del ano de otros monos. Puede que la curiosidad lleve a uno a descubrir la electricidad, pero también a mezclar mentos con cocacola, baileys con zumo de naranja y poner un camembert en vinagre. (A ese tipo de gente que perpetra con demasiada alegría experimentos culinarios no les dejaría agentes químicos al alcance de la mano).

Sí, la curiosidad puede conducir a una carrera brillante. Pero en el corto plazo donde te lleva es normalmente a las urgencias de urología.

Si lo piensas, la curiosidad ha sido la culpable de tus actos más idiotas. Por curiosidad he comido saltamontes, por curiosidad, quiero creer, Daniel le da lametazos a la fregona. Es por curiosidad, y no por celos, por lo que leo el móvil de mi marido cuando tengo ocasión. Por curiosidad me tragué, como tanta otra gente, la insufrible segunda temporada de Downtown Abbey… y las absurdas tercera, cuarta, quinta y sexta de Lost. Por curiosidad tuve que ver la tomadura de pelo de Avatar y perdí mi fe en la humanidad, o al menos en los guionistas.

Hablando de películas, si hemos aprendido algo del cine de terror, es que la curiosidad ha matado un buen número de animadoras rubias. Y si algo hemos aprendido de Gente es que la curiosidad mutila a diario a un buen número de señores de mediana edad.

La curiosidad… Hoy sin ir más lejos he pensado, desde un punto de vista totalmente científico. ¿Qué saldría si volvemos a hacer un pequeño experimento Martin y yo? ¿Sería otro clon de su padre, probando de ese modo la superioridad del ADN checo? ¿Le gustarían los autos, o esta vez se obsesionaría con los Playmobiles?

Por un segundo lo he pensado y luego he rechazado estos pensamientos con la misma convicción que rechazaría la idea de probar a frotarme guindillas en el pubis… por curiosidad, ya se sabe.

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